Trump contra el orden mundial

Hasta hace pocos años Estados Unidos era uno de los principales garantes de las instituciones multilaterales. No es fácil imaginar la creación de la ONU, la OTAN o la Organización Mundial del Comercio sin apoyo norteamericano. Durante largo tiempo Washington fue valedor prácticamente indispensable de distintas organizaciones internacionales y del orden internacional multilateral.

El cambio de tendencia de las recientes administraciones republicanas comenzó a consolidarse con Bush hijo, que previamente había iniciado Reagan. El Tribunal Penal Internacional parecía a salvo de la quema pues el presidente Clinton firmó el Estatuto de Roma, origen del Tribunal, en la última etapa de su mandato. Sin embargo, Bush retiró la firma en 2002 y anunció que no ayudaría ni militar ni económicamente a aquellos países que colaboraran con el TIP en casos que implicaran a ciudadanos estadounidenses (Trump ha elevado esta advertencia a categoría absoluta, versión amenaza directa).

Obama dejó abierta la puerta a una futura adhesión al Tribunal. Promovió el cese de las hostilidades declaradas por sus predecesores republicanos al tiempo que impulsaba una acción eficaz del TPI pensando que en el orden mundial multilateral una actitud que favoreciera que los criminales de guerra comparecieran ante la justicia internacional beneficiaría los intereses de Estados Unidos.

Pero la llegada de Trump a la Casa Blanca implica la eliminación de todo tipo de matices en este y otros temas, y la asunción activa de la hostilidad hacia el orden multilateral. Por un lado, Trump aísla a su país poniendo en solfa a organizaciones u organismos internacionales o perjudicando su naturaleza o eficacia (ONU, OTAN, Organización Mundial del Comercio...), o retirándose de instrumentos diplomáticos de convenciones internacionales —a los que ha pertenecido durante décadas— porque no benefician o perjudican sus intereses. Por ejemplo, el Protocolo Facultativo sobre la Jurisdicción Obligatoria para la Solución de Controversias de la Convención de Viena, del que Washington se retira para evitar la disputa jurídica al ser denunciado por Palestina por el traslado de la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén. Bush había ordenado en 2005 la retirada de ese Protocolo tras lo que denominó “injerencia del Tribunal Internacional de Justicia en nuestro sistema de justicia penal”. Y Reagan dio por terminada la jurisdicción obligatoria del TIJ a causa de lo que denominó “demandas politizadas de Nicaragua”.

El Washington de Trump pretende ahora bloquear desde fuera al Tribunal Penal Internacional, cuyo objetivo es el enjuiciamiento de los responsables de crímenes de guerra, de lesa humanidad, agresión o genocidio. Tras años de investigación, la fiscal del TPI, Fatou Bensouda, concluyó que existían indicios suficientes para acusar de crímenes atroces en Afganistán a las fuerzas gubernamentales, a los talibanes, a soldados de Estados Unidos y a la CIA. La fiscal sostiene que miembros del ejército de EE UU y de la CIA “llevaron a cabo actos de tortura, trato cruel, agravios a la dignidad personal, violación y violencia sexual contra detenidos en Afganistán”. Por ello solicitó a la Sala de Cuestiones Preliminares del Tribunal que autorizara la investigación. Le fue denegada, pero recurrió ante la Sala de Apelaciones, que el pasado 5 de marzo revocó la negativa y por unanimidad autorizó la investigación.

La ira, el insulto y el desprecio por la justicia criminal internacional se hicieron patentes al día siguiente. El encargado de protagonizar la vergonzosa puesta en escena de la arrogancia política y del desdén hacia la separación de poderes por parte de una gran potencia fue su secretario de Estado, Mike Pompeo. Según él, “nos hallamos ante un acto intolerable a cargo de una institución política disfrazada de cuerpo jurídico. Adoptaremos todas las medidas necesarias para proteger a nuestros ciudadanos de este denominado tribunal, renegado e ilegal”.

Mientras China propicia el multilateralismo (Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, Nueva Ruta de la Seda, Organización de Cooperación de Shanghái), los EE UU de Trump aceleran la marcha hacia el aislacionismo. Lejos está la época en que Washington cumplía sus compromisos, seguía las normas del sistema global y, hasta cierto punto, se atenía al derecho internacional. Parece haber olvidado que fue precisamente el sistema global el que le permitió hacerse grande.

Pero cuando se afirma que “la ONU no es amiga de la democracia ni de la libertad tampoco lo es de Estados Unidos, y desde luego no de Israel” (Trump, 21-03-16), se han perdido el norte y los demás puntos cardinales. En plena pandemia, el pasado 8 de abril acusó a la OMS de ser “chinocéntrica”. Hace escasos días ha decretado la retirada de la organización sanitaria. Trump ha logrado que su más reciente acto contra el orden multilateral coincida con su pésima gestión del orden interno. Este presidente pasará a la historia por un sinfín de declaraciones disparatadas. La más reciente, la dirigida a quienes se manifestaban ante la Casa Blanca por el racismo policial. En caso de osar saltar la verja, serían atacados por “los perros más feroces y las armas más siniestras”. Siniestro personaje.

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.

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