Trump es fungible; las instituciones, no

Que hemos alcanzado en algunas y muy afortunadas partes del globo el gobierno de las leyes y no de los hombres (con denodado esfuerzo de algunos y el sabotaje permanente de otros) me parece relativamente cierto. Lo relativo deriva de que todavía hoy tenemos que sufrir los delirios de algunos individuos que no consideran el poder desde el punto de vista de sus destinatarios sino de quien lo detenta. Estas personas “atesoran” el poder y esperan que twitter funcione como el oráculo de la Sibila. Trump y los de su calaña pueden llevarnos a mal puerto cuando animan en sus votantes peores instintos que los que tenían cuando fueron seducidos por su mensaje ramplón. En grave situación estamos, porque no faltan depredadores prestos a encontrar en su mensaje un impulso para saltar a la escena, donde menos se les espera, donde menos los deseamos. Las leyes, entonces, han de tocar a rebato.

Porque todo gobernante constitucional, pese a su apoyo electoral, tiene un poder precario; se inserta en un engranaje que hace de su fungibilidad una característica esencial: hoy eres tú, mañana será otro u otra; si faltas, no caerán imperios; aunque tu estés, no se podrá edificar ninguno. Tu carisma será agua de borrajas frente a la anticarismática institucionalidad: Constituciones, Leyes, Presidencia, Parlamentos, Tribunales y Sociedad civil, estarán ahí para recordarte tu fragilidad; para detenerte en tu esfuerzo movilizador (para interrumpirlo cuando le dé por ser permanente); para instalar a tus votantes en la –a veces- tan necesaria decepción. No será tu muerte la razón por la que se pierdan batallas. Octavio Augusto, Napoleón y Hitler necesitaban acreditar que sus ojos estaban fijos sobre los mapas de los campos de batalla para que el ardor guerrero de sus tropas no decayera. La luz del Pardo tenía que estar encendida incluso cuando poco quedaba del vigilante. Hoy es mejor apagarla para ahorrar.

El siglo XXI debe no cejar en la búsqueda y el perfeccionamiento del gobierno de las leyes. La virtuosa combinación de subjetividad y objetividad que representa ha de combatir la siempre poderosa seducción del personalismo y ponerse en guardia ante las nuevas formas de mesianismo (personales o virtuales)

Y para ello, ciertamente, no basta con atizar al pueblo que en su ordinariez se abraza al líder irrisorio. Eso es errar el tiro y no ver que la balanza se desequilibró, como en tantas ocasiones, por la pérdida de peso de lo que despectivamente se llama “sistema”. Pero nunca es una persona una solución cuando el sistema quiebra. Cuando esto ocurre toca continuar trabajando para fortalecer la respetable institucionalidad: leyes de las personas. y para las personas y estructuras orgánicas de comportamiento impecable.

Enrique Guillén López es profesor titular de Derecho constitucional de la Universidad de Granada

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