Trump, guerra comercial y tributación reducida

Cosecha de granos de soja en Iowa. Los aranceles chinos causarán un cambio en su demanda. Credit Ryan Donnell para The New York Times
Cosecha de granos de soja en Iowa. Los aranceles chinos causarán un cambio en su demanda. Credit Ryan Donnell para The New York Times

De acuerdo con los primeros indicadores, el crecimiento económico que tuvo hace poco tiempo Estados Unidos estuvo lleno de granos.

No, hablo en serio. Más de la mitad de las exportaciones de granos de soja estadounidenses suelen terminar en China, pero los aranceles del país asiático desviarán una buena parte de ese suministro a Brasil, y los países que por lo regular obtienen su soja de la nación sudamericana se han apresurado a remplazarlos con granos estadounidenses. El resultado contradictorio es que la idea de los aranceles ha generado un sorprendente aumento temporal en las exportaciones de Estados Unidos. Según estimados independientes, esta situación añadirá cerca de 0,6 puntos porcentuales a la tasa de crecimiento de la economía estadounidense en el segundo trimestre.

Desafortunadamente, en los meses por venir, retrocederemos todo ese crecimiento y más. Gracias a la guerra comercial que se aproxima, los precios de la soja estadounidense se han desplomado y los agricultores de Iowa están despertando a una dura realidad.

¿Por qué cuento esta historia? En parte como recordatorio de las consecuencias involuntarias de la guerra comercial de Donald Trump, la cual afectará a mucha gente, como los agricultores de Iowa, quienes lo apoyaron en 2016. De hecho, parece que en general la guerra comercial perjudicará más a los simpatizantes de Trump que a sus oponentes.

Mientras tanto, esta guerra de Trump beneficiará a terceros inesperados. ¿Hacer que Brasil fuera grandioso de nuevo era parte de su agenda?

Sin embargo, en esencia, presento la parábola de la soja a manera de advertencia de lo que sucederá más adelante este mes, cuando llegue el cálculo adelantado del PIB del segundo trimestre. Es probable que la cifra final se vea bien, tal vez un crecimiento de más del cuatro por ciento. Si es el caso, Trump proclamará la noticia como muestra de que sus políticas económicas están funcionando —y algunos periodistas ingenuos podrían seguir la corriente de su argumento—.

Así que lo que hay que saber es que (a) las fluctuaciones trimestrales en el crecimiento son básicamente ruido, pues dicen muy poco de las perspectivas económicas a largo plazo, y (b) los indicadores más cruciales muestran que el principal logro político de Trump hasta la fecha —los recortes tributarios del año pasado— en realidad no está cumpliendo ninguna de las promesas que sus promotores ofrecieron.

En relación con esas tasas de crecimiento trimestrales: según los estándares históricos, la recuperación económica que comenzó al final de la crisis financiera mundial ha tenido una regularidad sorprendente. Si se observa el crecimiento de los empleos, se percibe una tendencia ascendente constante, a la cual parecieran no afectarle los sucesos políticos. No obstante, el crecimiento trimestral del PIB ha fluctuado sin control, con un par de trimestres negativos y un punto máximo del 5,2 por ciento en el tercer trimestre de 2014.

La moraleja es evidente: presta poca o nada de atención a los tambaleos del crecimiento a corto plazo, los cuales pueden producirse por situaciones transitorias como la reorganización del comercio de la soja en el mundo.

Sin embargo, en este caso, ¿cómo evaluamos las políticas económicas de Trump? La respuesta: observar la forma en que deberían funcionar esas políticas y compararla con lo que sucede en la realidad.

Me voy a permitir maldecir los recortes fiscales de 2017 con un halago sutil: aunque la lógica de la guerra comercial de Trump es una confusión absoluta —dejemos de lado cómo se supone que debería funcionar, ni siquiera queda claro qué debería lograr—, las personas que redactaron el proyecto de ley tributaria sí tenían una teoría del caso. El asunto iba así: disminuir los impuestos a las corporaciones generaría una enorme ola de inversión, la cual aumentaría la productividad, que con el tiempo llegaría a los trabajadores en la forma de salarios más altos.

Por cierto, la idea de que los trabajadores obtendrían un beneficio inmediato siempre fue una estupidez evidente y, claro está, no lo obtuvieron. De hecho, si se ajusta a la inflación, los sueldos por hora de los trabajadores comunes y corrientes fueron ligeramente más bajos en mayo que lo que fueron un año antes.

En todo caso, cuando hablo de una enorme ola de inversión, lo hago en serio. El año pasado, analicé los estimados de Tax Foundation, la única institución independiente (bueno, independiente en teoría) dispuesta a respaldar las evaluaciones optimistas del recorte fiscal. Resulta que esos estimados significaban un incremento de la inversión empresarial cercano a los 600.000 millones de dólares al año, o el tres por ciento del PIB.

No está sucediendo nada parecido y los principales indicadores de la inversión empresarial, como los pedidos de bienes de capital, no muestran señales de que un auge de inversiones esté por venir. Las corporaciones han obtenido un recorte tributario verdaderamente grande: el impuesto que se toma de las ganancias corporativas ha caído a un abismo desde que se promulgó la reducción fiscal. No obstante, están utilizando el dinero adicional para la recompra de acciones y los dividendos más altos, no para invertir.

Como resultado, no hay ninguna razón para pensar que el posible crecimiento de la economía estadounidense —la tasa de crecimiento que puede lograr de manera sostenida— vaya a superar el dos por ciento o menos que esperaba la mayoría de los analistas. El recorte fiscal ha sido bueno para los accionistas, cerca de un tercio de los cuales son extranjeros, por cierto. Para los trabajadores estadounidenses, no tanto.

Entonces, ¿qué tal le va a la política económica de Trump? La reducción tributaria no está logrando en absoluto cumplir las promesas de sus defensores. Estamos en los primeros días de la guerra comercial, pero la estrategia del gobierno parece diseñada para infligir autolesiones y los primeros informes sugieren que el conflicto comercial está generando una reducción, no un aumento, de la inversión.

Ante ese escenario, ¿qué tanto nos deberían importar las cifras que generen los próximos estimados del crecimiento? Muy poco, si acaso (aclaro que esta sentencia también es válida si las cantidades trimestrales son peores de lo esperado). El crecimiento a corto plazo es ruido, es decir, nada.

Paul Krugman joined The New York Times in 1999 as an Op-Ed columnist. He is distinguished professor in the Graduate Center Economics Ph.D. program and distinguished scholar at the Luxembourg Income Study Center at the City University of New York. In addition, he is professor emeritus of Princeton University’s Woodrow Wilson School.

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