Donald Trump, quien cumplió 78 años el pasado junio, se ha consolidado en la mente de muchos venezolanos como una figura central en sus aspiraciones de libertad. La situación en Venezuela ha deteriorado la calidad de vida de sus ciudadanos, forzando a millones a abandonar el país en busca de estabilidad. En este contexto, muchos ven en un segundo mandato de Trump la posibilidad de un cambio radical en la política de Estados Unidos hacia Venezuela, tras años de apoyo a la oposición y condenas al régimen de Maduro. Con todas las opciones sobre la mesa, Trump tiene, quizás, una última oportunidad de consolidar un legado de libertad para Venezuela, en la que se vislumbra como un aliado clave de aquellos que luchan por una transición democrática en el país caribeño.
Durante su primer mandato, Trump asumió una postura clara y firme frente a Maduro. Reconoció a Juan Guaidó como presidente interino en 2019 y lideró una coalición de países que condenaron las violaciones de derechos humanos y la represión en Venezuela. Esta estrategia incluyó sanciones dirigidas a asfixiar financieramente al régimen y cortar sus ingresos provenientes del petróleo, el principal recurso del país. A pesar de estas medidas, la falta de una coordinación en la oposición venezolana, junto a los aliados estratégicos de Maduro, como Rusia, China e Irán, dificultaron los resultados esperados. Trump fue tajante al no descartaba ninguna medida para frenar los abusos del chavismo. Esta declaración fue recibida por muchos venezolanos como una muestra de su compromiso en favor de una causa justa. No obstante, el tiempo pasó, y Maduro se mantuvo en el poder, fortalecido por el apoyo de las fuerzas armadas y el control de los recursos estatales.
Ahora, Trump se prepara para un segundo mandato en el que se vislumbra un enfoque renovado y quizás más contundente hacia Venezuela. Esta vez, según fuentes cercanas al exmandatario, la situación en Venezuela es una prioridad que se abordará con mayor urgencia. Trump es consciente de que la crisis venezolana no solo afecta a los ciudadanos de este país, sino que representa un problema de seguridad para América Latina y EE.UU., ya que el régimen ha permitido la entrada de actores extranjeros que buscan expandir su influencia en la región.
La situación es ahora más favorable para una intervención diplomática decisiva. Distinto a lo que sucedió en 2019, esta vez Venezuela cuenta con un presidente electo en la figura de Edmundo González Urrutia, quien, con casi ocho millones de votos, fue elegido en un proceso que contó con amplio apoyo ciudadano, aunque no fue reconocido por Maduro. Además, María Corina Machado, una figura emblemática de la oposición, ha emergido como un símbolo de resistencia contra el autoritarismo, ganándose el respeto y la admiración de quienes ansían ver una Venezuela libre y democrática.
Una de las fortalezas de Trump en este segundo mandato es el apoyo de un grupo de figuras influyentes en la política estadounidense, que comparten su interés en liberar a Venezuela de un régimen autoritario. Entre estos aliados se encuentran Elon Musk, Marco Rubio, Rick Scott, Ted Cruz, Mario Díaz-Balart, María Elvira Salazar y Carlos Giménez, quienes han expresado su apoyo a la causa venezolana y su rechazo al régimen de Maduro. Este grupo de líderes representa un respaldo crucial, ya que muchos de ellos tienen la influencia y la capacidad de impulsar acciones concretas desde el Congreso y en la opinión pública para apoyar una transición en Venezuela.
Este respaldo refleja una comprensión común de que lo que sucede en Venezuela afecta a EE.UU. y al continente en su conjunto. Con Venezuela sumida en una crisis económica y política sin precedentes, los flujos migratorios hacia países vecinos han generado una presión significativa en la región. Trump y sus aliados entienden que el restablecimiento de la democracia en Venezuela no solo aliviaría la crisis humanitaria, sino que reduciría la influencia de regímenes autoritarios en Iberoamérica. Entre las primeras acciones que se esperan de Trump hacia Venezuela está la exigencia al régimen de Maduro de que cumpla con los acuerdos de Barbados y que reconozca los resultados de las elecciones del pasado julio, en las que la oposición obtuvo una victoria significativa. La firmeza de esta postura es clara: Maduro debe acatar los compromisos asumidos y permitir que se respete la voluntad popular. Muchos venezolanos confían en que la presión internacional logrará abrir el camino para un cambio real. Trump no parece dispuesto a permitir que Maduro evada sus responsabilidades una vez más. Durante la administración de Biden, Maduro logró evadir sanciones adicionales y mantenerse en el poder, pero Trump y su equipo han dejado claro que esta vez no se le permitirá escapar.
La salida de Maduro y el establecimiento de una transición democrática en Venezuela tendrían un impacto profundo en toda América Latina. Con un gobierno legítimo y estable, Venezuela podría recuperarse económicamente, lo que beneficiaría a los países vecinos que han acogido a millones de emigrantes venezolanos. Además, una Venezuela libre y democrática serviría como un contrapeso a la influencia de actores externos como Rusia, China e Irán, que han aprovechado la situación en el país para establecer una presencia estratégica en la región.
Por otro lado, el fortalecimiento de la democracia en Venezuela tendría un efecto positivo en la estabilidad política de la región, enviando un mensaje a otros regímenes autoritarios sobre el compromiso de EE.UU. en la defensa de los derechos humanos y las libertades civiles en el continente. En este sentido, la política de Trump hacia Venezuela puede convertirse en un pilar fundamental de su legado en política exterior, uniendo la causa venezolana con la seguridad hemisférica y los valores democráticos. Para muchos venezolanos, un segundo mandato de Trump representa la última esperanza para la restauración de la democracia en su país. Las sanciones, la presión diplomática y el apoyo a la oposición no han sido suficientes para debilitar al régimen de Maduro, pero con una política renovada y el respaldo de líderes clave, EE.UU. podría finalmente lograr el cambio que Venezuela necesita.
Trump tiene claro que el futuro de América Latina depende, en gran medida, de lo que ocurra en Venezuela. La crisis venezolana es un problema regional y global que exige una respuesta firme y decidida. Con una estrategia clara y un compromiso renovado, este segundo mandato podría ser el impulso definitivo para que Venezuela recupere su libertad y se encamine hacia una transición democrática sólida. El compromiso de Trump y su equipo, sumado al esfuerzo incansable de líderes opositores, ofrece una ventana de esperanza en un contexto de desesperación. Si esta oportunidad histórica es aprovechada, Venezuela podría ver el comienzo de una nueva era, marcada por la reconciliación, el crecimiento y el respeto por los derechos humanos. La responsabilidad es grande, y las expectativas, mayores; sin embargo, para muchos, el anhelo de libertad y justicia justifica esta apuesta.
Enrique Alvarado es abogado y embajador de Juan Guaidó.