Trump vs Biden, urnas en pandemia

En las elecciones presidenciales de 1944, cuando Roosevelt se presentaba a su segunda reelección para un cuarto mandato y Hitler había decidido la Ardennenoffensive con el Ejército Rojo a las puertas de Varsovia, el ya muy enfermo presidente señalaba que ante el despropósito de unas elecciones en medio de una guerra sólo gana –decía– el que cuando llega al final de su cuerda hace un nudo y aguanta. Eso mismo es lo que está haciendo Trump en estas elecciones en medio de esta batalla pandémica mundial: aguantar agarrado a su cuerda habitual del insulto y de la provocación permanente –que tan buenos resultados le ha dado– en un escenario electoral igual de raro, excepcional y volátil para intentar frenar la tendencia a la baja en las encuestas por su gestión errática de la Covid-19. Un nuevo tipo de guerra vírica que ya se ha cobrado en ese país 200.000 vidas, superando en mucho a la guerra de Vietnam, (cerca de 50.000), las bajas en la I Guerra Mundial (aproximadamente 116.000); o incluso los muertos en combate en la II Guerra Mundial (cerca de 185.000)

Inmersos en los estragos del virus en la sociedad estadounidense, de forma especial en ese 42% que vive sin seguro o con la mínima protección de Medicare o Medicaid, con las revueltas aun encendidas en muchas partes del país por los abusos policiales contra la minoría negra y los enfrentamientos civiles encabezados por grupos paramilitares supremacistas en muchos puntos del país, la victoria de uno y otro candidato, dependerá del grado de transformación o del mantenimiento de un sistema político y social –incluso de un pacto federal en permanente tensión– que ha hecho aguas en los últimos meses; más aún con el fallecimiento de la juez Ginsburg y su rápida sustitución. Dos modelos, como los que defienden ambos candidatos, difícilmente conciliables bajo el mismo proyecto nacional, lo que profundiza el enfrentamiento y la división en ese país.

Las encuestas de participación electoral y los sondeos que en los meses iniciales de campaña daban una ventaja significativa a Biden de 15, 20 y hasta 30 puntos (FiveThirtyEight; ESPN, The Economist); ahora reflejan una recuperación significativa de Trump desde los disturbios posteriores al tiroteo policial de Jacob Blake en Kenosha, Wisconsin, lo que hace sospechar que estamos ante unas elecciones muy disputadas que se decantarán en pocos estados, con un 50% de probabilidad de victoria para cada uno (RealClearPolitics, sept-oct. 2020).

Los electores pueden optar por el American First transformado ahora en Keep America Great en el sentido apuntado por Trump de autogestión privada y mayor orden en donde el pueblo, con su sheriff hecho presidente a la cabeza, tenga más poder frente al establisment tradicional y al desorden de las minorías. Volver a enarbolar la idea jacksoniana del proyecto nacional escuchada machaconamente en los actuales mítines de Trump y que tanto gusta a la demagogia trumpista: devolverle el poder al pueblo y tener armas para defenderlo. Un pueblo patriótico, blanco y nativista como expresión de los símbolos, mitos y ritos de la nación, que no consienta la desobediencia y el desprecio hacia los policías, las revueltas callejeras, la anarquía tribal, la llegada de extranjeros, la subida de impuestos y, en consecuencia, la trasformación de EEUU en un estado socialista, castrista y chavista, como defendió Trump en Tulsa y en Kenosha, la denominada «zona cero» del racismo.

Frente a esta América, el cambio de modelo que defienden los demócratas con Biden a la cabeza: la versión más suave y moderada dentro del partido del asno, pero también la menos atractiva para los nuevos y jóvenes electores. Aprovechar que se están viviendo en estos meses de confinamiento y muerte cambios en esa sociedad estadounidense en donde, como reflejan las encuestas las de los prestigiosos APC-Norc Center for Public Affairs Research y del Pew Research Center, una parte considerable de las clases medias piensan que existen unas cuotas de desigualdad insostenible y que es necesario avanzar hacia un sistema más equitativo y de mayor protección social. Emprender reformas para responder a una parte significativa de la ciudadanía que se siente abandonada y desprotegida por esta Administración ante la crisis dramática de la Covid-19; más aún después de las afirmaciones negacionistas del presidente o de los consejos esperpénticos y peregrinos como el tratamiento con lejía.

Una de las claves en estas elecciones es saber si el ticket Biden & Harris –en donde Joe pone la experiencia y moderación, y Kamala un proyecto de genero interracial de cierto calado social–, podrá volver a decantar para los demócratas el cinturón industrial que propició la victoria de Trump en las pasadas elecciones en estados claves de larga tradición demócrata como son Michigan, Pensilvania y Wisconsin, que compraron en 2016 de forma clara la demagogia trumpista. Y también en el medio oeste, Ohio, la expresión sociológica electoral más aproximada al conjunto de la nación: nunca un candidato republicano ha sido elegido presidente sin ganar allí; tampoco ningún demócrata lo ha conseguido desde John F. Kennedy.

En estos cuatro estados clave para la reelección de Trump, parece muy complicado que Biden –incluso habiendo ganado en algunos de ellos las primarias– pueda ganar con un programa reformista y de estilo obamaniano, cuando estos electores ya le dieron la espalda a la herencia de Barak y rechazaron un programa de corte similar, como fue el de Hillary Clinton. El voto del trabajador medio en estos estados tan golpeados por la crisis industrial ya no cree en las promesas del establishment demócrata, ni de un anquilosado poder sindical. Estos sectores laborales votarían sin duda a candidatos demócratas como Sanders o Warren, pero difícilmente a Biden. Incluso podría darse la paradoja de que, como le ocurrió a Hillary, Biden ganara sobradamente a Trump en voto popular, pero perdiera la presidencia justamente por los votos asignados a esos estados llave en el colegio electoral.

Llegados a este punto, aunque probablemente estos comicios se decantarán a favor del actual presidente, solo un factor, más emocional que racional, puede cambiar esa suerte y es que cualquier candidato –sea el que sea– es mejor que volver a elegir a Trump.

Gustavo Palomares Lerma es profesor de Política Exterior de Estados Unidos en la Escuela Diplomática de España, catedrático europeo Jean Monnet y decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología en la UNED.

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