Trump y el arte de la inconstancia

El “genio muy estable” del Despacho Oval ha demostrado ser extremadamente inestable, no solo de palabra, sino también de obra. Por supuesto que no pretendo dar un diagnóstico psicológico, aunque también podría dar algunos argumentos para sustentarlo. Mi intención es tan solo presentar una descripción de su conducta. El hecho es que su inestabilidad comienza a tener consecuencias económicas graves.

Para ilustrar lo que quiero decir acerca de la conducta de Trump, basta analizar sus decisiones del último mes en torno a las relaciones comerciales con China, las cuales han sido tan erráticas que incluso quienes las monitoreamos profesionalmente hemos tenido dificultades para seguirles el paso.

Primero, Trump anunció de manera inesperada que planeaba imponer aranceles a un rango mucho más amplio de productos chinos. Después, hizo que sus funcionarios declararan a China un país manipulador de divisas (cabe señalar que es uno de los pocos pecados económicos que los chinos no han cometido). Enseguida, quizá por temor a los efectos políticos que tendrían los precios más elevados de muchos productos de China durante la temporada vacacional como resultado del aumento en los aranceles, decidió posponer su aplicación... aunque no los canceló.

Pero esperen, aún hay más. Como era de esperar, China respondió a los nuevos aranceles de Estados Unidos con otros aranceles a las importaciones estadounidenses. Trump, al parecer enfurecido, declaró que elevaría todavía más sus aranceles y dijo que les ordenaría a las empresas estadounidenses retirar sus negocios de China (sin considerar que no tiene facultades legales para hacerlo). Luego, durante la cumbre del Grupo de los Siete celebrada en Biarritz dio a entender que “lo estaba pensando”, y más tarde la Casa Blanca emitió una declaración en la que indicó que en realidad desearía haber elevado todavía más los aranceles.

Por supuesto, ahí no termina la cosa. El 26 de agosto, Trump dijo que los chinos se habían comunicado para expresar su interés en reanudar las conversaciones comerciales. No obstante, los chinos no confirmaron esta información y Trump se ha distinguido por no ser una fuente confiable cuando se trata de reuniones internacionales. Por ejemplo, declaró que “los Líderes Mundiales” (las mayúsculas son de él) le habían preguntado: “¿Por qué los medios estadounidenses odian tanto a tu País?”, una afirmación de lo más inverosímil.

Hay que recordar que todo esto ocurrió en un intervalo de tan solo un mes. Ahora imaginen cómo sería estar a cargo de una empresa y querer tomar decisiones en medio de este caos trumpiano.

La verdad es que el proteccionismo tiene una mala fama exagerada. Los aranceles son impuestos a los consumidores y tienden a producir una economía más pobre y menos eficiente. Sin embargo, incluso los aranceles elevados no tienen por qué afectar al empleo, siempre y cuando sean estables y predecibles, pues los empleos perdidos en las industrias que utilizan componentes importados o dependen del acceso a los mercados extranjeros pueden compensarse con los empleos creados en industrias que compiten con las importaciones.

De hecho, a lo largo de la historia ha habido varios ejemplos de economías que lograron combinar aranceles elevados con empleo más o menos pleno: Estados Unidos en la década de los veinte y el Reino Unido en la de los cincuenta, entre otros.

El problema es que una política comercial inestable e impredecible crea una situación muy distinta. Si tu empresa depende de que la economía global opere sin complicaciones, los berrinches de Trump harán que consideres posponer tus planes de inversión; después de todo, podrías estar a punto de perder el acceso a tus mercados de exportación, a tu cadena de suministros o ambos. Peor aún: tampoco es un buen momento para invertir en negocios que compiten con importaciones, porque la experiencia nos dice que es muy probable que Trump se arrepienta de sus amenazas. Así que todo se queda paralizado y la economía sufre las consecuencias.

Quizá se pregunten por qué la incertidumbre comercial trumpiana parece más grave ahora que durante los primeros dos años de gobierno. Me parece que parte de la respuesta es que, hasta hace muy poco, la mayoría de los analistas esperaban que el conflicto comercial entre Estados Unidos y China se resolviera con inconvenientes mínimos. Con seguridad recuerdan que después de decir que el TLCAN era el peor acuerdo de la historia, Trump, en esencia, aceptó todo y cantó victoria, pues el acuerdo nuevo es casi idéntico al anterior. La mayoría de los boletines económicos que recibo predijeron un resultado similar en el caso de Estados Unidos y China.

Al mismo tiempo, la economía estadounidense se ha ido lentificando a medida que se agota el breve impulso generado por el recorte fiscal de 2017. Un líder distinto quizá reflexionaría un poco sobre sus acciones. Sin embargo, Trump siendo Trump prefiere culpar a todos los demás y arremeter contra quien pueda. Ha llamado enemigos por igual a Jerome Powell, presidente de la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal, y a Xi Jinping, el mandatario chino. Con todo, resulta que, aunque no puede hacer mucho para presionar a la Reserva Federal, las peculiaridades de la legislación comercial estadounidense sí le permiten imponer nuevos aranceles a China.

Por supuesto, la misma actitud agresiva de Trump en el ámbito comercial agrava la desaceleración económica. Así que es muy posible que caigamos en un círculo vicioso: la economía se debilita, el inconstante Trump le reclama a China e incluso a otros (quizá Europa sea la siguiente) y esto, a su vez, debilita la economía y así sucesivamente.

Llegado ese punto, uno esperaría que los adultos intervinieran... Ah, pero ¡no hay ningún adulto! En cualquier otro gobierno, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, también conocido por su relación con Lego Batman: la película, se consideraría un personaje ridículo; pero en estas épocas, es lo más parecido a la voz de la cordura económica. De cualquier forma, cada vez que intenta poner orden, como al parecer sucedió en el caso de la manipulación de divisas y China, nadie le hace caso.

Si el proteccionismo es malo, el proteccionismo errático, impuesto por un líder inestable con un ego inseguro, es todavía peor. Para nuestra desgracia, es lo que tendremos mientras Trump siga en la presidencia.

Paul Krugman se unió a The New York Times como columnista de opinión en 1999. Es profesor distinguido de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y en 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Ciencias Económicas por sus trabajos sobre el comercio internacional y geografía económica.

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