Trump y el cuento del tuerto

Cuenta una leyenda árabe que un genio salido de una lámpara, como la de Aladino, le prometió a un camellero que viajaba por el desierto satisfacer el deseo que pidiese. Con una sola condición: le daría a su enemigo el doble de lo que le hubiese dado a él. Eligió quedarse tuerto. Eso es lo que ha hecho Trump. El inquilino de la Casa Blanca, que jamás ha creído en la Organización Mundial de Comercio (en adelante OMC) y que está bloqueando el proceso de renovación de los jueces que integran su Órgano de Apelación, se ha apresurado a saludar la decisión de la OMC como una gran victoria. El responsable estadounidense de Comercio, Robert Lighthizer, fue aún más contundente: "Durante años Europa ha estado inyectando subsidios masivos a Airbus que han dañado gravemente la industria aeroespacial estadounidense y a sus trabajadores".

Empiezo por reconocer que, en esta ocasión, sólo en esta ocasión, a Trump le ampara la legalidad, porque ha sido la OMC la que ha declarado que los intereses subsidiados concedidos a Airbus por España, Francia, Alemania y Reino Unido van en contra de las reglas establecidas por la OMC. Ha sido ésta la que autoriza a Estados Unidos a imponer tarifas adicionales a los helicópteros y aviones europeos y a una serie de productos agrarios; estamos hablando de aranceles que podrían ascender a 7.500 millones de dólares, de los cuales a nosotros nos tocarían unos 800 millones.

El balón está en los pies de los estadounidenses. La Unión Europea les invitó a discutir la cuestión de las tarifas. Lo ha explicado muy bien la comisaria de Comercio Cecilia Malmström: "Mucho antes del verano invitamos a los americanos a discutir la situación de las tarifas. Lo que queríamos es muy sencillo: congelar o suspender nuestras tarifas hasta que llegásemos a un acuerdo". Washington no ha querido. "Más madera que es la guerra" (Groucho Marx, Los Hermanos en el Oeste).

¿Qué podemos hacer ahora para obligarles a negociar? Malmström está por la firmeza: "Si Estados Unidos decide imponer las contramedidas autorizadas por la OMC, la Unión europea tendrá que hacer lo mismo". Cartas tenemos. A principios de siglo, la OMC declaró contrarias a derecho las bonificaciones fiscales concedidas a ciertas empresas de exportación, las Foreign Sales Corporation (FSC). La cosa era tan burda que los americanos se vieron obligados a derogar estas ayudas. Nadie pidió la compensación por los daños causados valorados en 4.000 millones de dólares, pero ahora podríamos resucitar la decisión de la OMC e imponer aranceles adicionales a los productos estadounidenses que se nos ocurran.

En primavera del año que viene, tendremos más munición, porque estoy convencido que la OMC va a declarar ilegales las desgravaciones en la Seguridad Social por valor de 10.000 millones de dólares graciosamente concedidos por el Estado de Washington a Boeing. Con este empate técnico en el sector aeronáutico, los únicos que ganan son los abogados de las dos compañías y China, que ya ha dado instrucciones a su constructor COMAC de acelerar la construcción del C919, un avión para ruta de medio recorrido que puede disputarle el terreno al A320neo y al Boeing 737 MAX. El avión hizo su primer vuelo de ensayo hace ahora dos años y -ojo al parche- está completamente financiado con fondos públicos. Una vez que los chinos alcancen la madurez tecnológica, inundarán el mercado con aviones a precio regalado.

¿Cómo salimos de este atolladero, que no es bueno ni para ellos ni para nosotros? Lo mejor sería reconocer que todos hemos pecado, perdonarnos mutuamente y sentarnos para establecer unas nuevas reglas que quepan en el marco legal de la OMC y no nos perjudiquen a ninguno. El problema es que la Casa Blanca, como he apuntado antes, no está por la labor. Pretende que los casos pendientes se resuelvan separadamente, un disparate que va a suponer otro torpedo en la línea de flotación del comercio mundial ya suficientemente dañada por el conflicto chino-americano y por el Brexit.

Por si alguien cree que aquí estamos hablado de calderilla recordaré que Kristalina Giorgeva, la nueva directora del FMI, calcula que el impacto de los conflictos comerciales podría llegar a suponer una pérdida global de 700.000 millones de dólares el año que viene, un 0,8% del PIB mundial, mucho más de lo que se había previsto hasta ahora en el supuesto de que se cumpliesen las peores previsiones.

La pregunta ahora es muy sencilla: ¿cómo llevar a los americanos a la mesa de negociación? Hay división de opiniones, como en los toros. En el Consejo de Comercio que se celebró el pasado 1 de octubre se enfrentaron dos escuelas de pensamiento: los alemanes quieren esperar a que en primavera se resuelva el caso Boeing, probablemente porque creen que, si agitan el avispero, Trump reaccionaría con una nueva ronda de aranceles para los automóviles, cosa que para España también sería muy mala. Los franceses se sitúan en posición opuesta: "Estamos preparados para responder de forma firme", declaró Bruno Le Maire, el ministro galo de Economía, probablemente porque sabe que la política de appeasement sólo sirve para envalentonar a los matones. Otra vez, Churchill y Chamberlain.

Y voy con España. Aparte de afectarnos el gravamen del 10% sobre aeronaves, EEUU grava con arancel del 25% nuestras exportaciones de aceite de oliva (300 millones de dólares), aceitunas (140 millones de dólares), el queso (100 millones de dólares), jamón y productos porcinos, mejillones en conserva, cítricos (200 millones de dólares) y zumos vegetales. En esta situación, quiero formular algunas preguntas: ¿Qué ha hecho la diplomacia española en Washington para evitar que se nos castigue de forma tan desproporcionada? ¿En el próximo Consejo del día 17 se va a inclinar España por la paciencia alemana o por la firmeza francesa? ¿Cuáles son las perchas jurídicas de las que colgar las medidas compensatorias que Luis Planas acaba de solicitar en Bruselas?

Como no soy aficionado a tirar la piedra y esconder la mano, contesto a las preguntas que yo mismo he formulado de manera muy clara. Lo primero que debería hacerse es invitar al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, a desplazarse a Washington para explicar los daños que van a sufrir los sectores agrícolas españoles, que ya están en una situación muy difícil. Lo segundo sería apostar por la firmeza francesa en vez de hacerlo por la prudencia alemana porque sé por propia experiencia que la política de apaciguamiento no da nunca resultados y mucho menos con Trump. Lo tercero sería pedir que se active el Fondo Europeo de Adaptación a la Globalización, diseñado para "apoyar a los trabajadores despedidos y a los trabajadores por cuenta propia que cesan en su actividad laboral como consecuencia de los cambios estructurales en los patrones del comercio mundial debidos a la globalización". Y si aquí no estamos en un cambio estructural derivado de la globalización, que venga Dios y lo vea. Como consejo adicional, recomendaría al Gobierno que no siguiese alterando a Trump amenazando con imponer, sin contar con nuestros socios, una tasa Google que a los estadounidenses les molesta muchísimo.

Como el que avisa no es traidor, quiero subrayar que la guerra arancelaria a la que estamos asistiendo no es sino una manifestación más de un conflicto mucho más general, derivado de las tensiones comerciales, monetarias y de la pelea por el predominio tecnológico entre China y EEUU. Si a este cóctel letal le añadimos el Brexit, el panorama es como para rezar.

José Manuel García-Margallo y Marfil, ex ministro de Exteriores, es eurodiputado.

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