Trump y el peso de los medios

Trump ha conmocionado a politólogos y sociólogos pero, sobre todo, a los periodistas: ¿cómo explicamos en las facultades que ha ganado el candidato que tenía a todos los medios influyentes en contra -desde el New York Times al Washington Post, el Huffington Post, CNN, NBC, ABC, MSNBC, Usa Today, Atlantic Magazine...-? Pocas veces medios de derecha, izquierda y centro se han unido en una campaña anti-alguien como en este caso; y, sin embargo, ese enemigo ha ganado. ¿Ya no influyen los medios influyentes?

A toro pasado resulta fácil argumentar por qué ganó, aunque algunos lo temíamos. Advertimos que el declive de la prensa tradicional y el auge de redes sociales, buscadores como Google o de fenómenos como Wikipedia -verdadero campo de batalla ideológico-, lleva aparejado un fraccionamiento de los estados de opinión mayoritarios, que ahora llamamos tribus mediáticas.

Éstas se alimentan de lo que Damian Thompson, en su libro Los nuevos charlatanes, denomina contraconocimiento y que desemboca en una pandemia de credulidad. "Ideas que en su forma original y bruta florecieron únicamente en los arrabales de la sociedad hoy las consideran en serio incluso personas cultas en el mundo occidental", señala Thompson. ésta es la estrategia de los partidos populistas desde Trump, que deslizó que Clinton era seguidora de Satán; hasta el chavismo venezolano cuyas redes sociales y medios del estado -VIVE, el canal del poder popular- extendieron la idea de que EEUU provocó el terremoto de Haití de 2010.

Estos bulos sin contrastar se reenvían por Facebook, Twitter o WhatsApp. Pero también aparecen en Google si buscamos "terremoto de Haiti+Chávez" o "Clinton+Satanás". Unas entradas los confirman y otras desmienten y el lector pinchará aquella que refuerce su creencia previa, pero ya no estará solo en su extravagante conjetura.

La intoxicación con contraconocimiento es una estrategia sin ética, pero efectiva: un ejército de trolls envía bulos a tribus mediáticas, éstas los reenvían a sus afines y a portales de noticias de internet -blogs, webs, etc.- sin ningún control deontológico pero bien enlazados a buscadores. Sabemos las técnicas para que un bulo funcione en la red: narrativas contrahegemónicas, pequeñas distorsiones de hechos reales, desprecio al método científico, aunque usemos su terminología para avalar el relato y, en general, un pánico a la verdad sustentado en la idea de que es imposible mentir cuando no se conoce la verdad.

El periodismo es un invento burgués para luchar contra los bulos. Su objetivo -el mismo que el de la ciencia moderna- es buscar la verdad y hacerla pública. La verdad conlleva un mejor conocimiento de la realidad; lo cual, en un sistema de libertades, es decir, de toma de decisiones -políticas, empresariales, laborales, médicas- nos da una gran ventaja competitiva.

Junto al método científico, el periodismo define la cultura occidental contemporánea. Hasta su aparición, la opinión pública se moldeaba en las iglesias. El ser humano es, sobre todo, social y no soporta el aislamiento. Por tanto, excepto un pequeño grupo de recalcitrantes, la mayoría aceptará el pensamiento dominante para ser tolerado socialmente. Es lo que Noelle Neumann denominó la "espiral del silencio". Ella afirmó que los medios ayudan a consolidar climas de opinión. En estos entornos, las encuestas funcionan; pero si existe un mínimo resquicio que nos confirme nuestras ideas, aunque sean absurdas, y no sentir soledad, éstas se van asentando y creamos nuestra propia tribu ideológica, ahora con soporte mediático.

La teoría de la espiral del silencio también establece que la élite -académicos universitarios, artistas, periodistas, políticos, escritores- sí se atreve a alzar la voz con pensamientos no dominantes y que, finalmente, calan en la sociedad. Es lo que ha sucedido desde la aceptación de la ciencia frente a la religión hasta la defensa de los derechos civiles. Los medios han tenido un papel relevante en el avance social: es cierto que no son anticapitalistas, como a algunos les gustaría, pero tampoco son racistas ni defienden las dictaduras o las pseudociencias. Ellos -y el establishment de políticos y, en lugar destacado, la universidad- establecían lo que era políticamente correcto: la globalización es positiva, la inmigración es valiosa, la xenofobia es repugnante... Y, los que no estaban de acuerdo, según la espiral del silencio, callaban. Clinton ha tenido el apoyo de los creadores de pensamiento: profesores de universidad, artistas y medios de comunicación. Por eso, en la teoría clásica, era impensable que ganara Trump.

Pero eso ha cambiado. Ahora estrellas televisivas polémicas como Trump, y los políticamente incorrectos, también son medios de comunicación de masas. Cuando Trump ganó las elecciones contaba con 13,5 millones de seguidores en Twitter, superando a The Wall Street Journal, considerado el diario más influyente del mundo. Por tanto, qué es Trump ¿una fuente o un medio de comunicación de masas en sí mismo? Ambas cosas y ello desmonta la teoría de la comunicación vigente. Trump, además, tenía una ventaja: él manejaba el Twitter (aunque su equipo se lo prohibió durante los últimos días) y Hillary usaba a community managers.

En las europeas de mayo de 2014 muchos se sorprendieron de que Podemos, un desconocido en la prensa, obtuviera cinco diputados y el 8% de los votos. Pero es que en aquel momento, Podemos tenía 252.270 seguidores en Facebook frente a 64.000 del PP y 61.000 del PSOE. Iglesias -que sí era conocido por ser tertuliano polémico incluso en televisiones de la derecha- tenía más de 245.000 seguidores en Twitter, frente a Arias Cañete (PP) con 19.913 o Elena Valenciano (PSOE) con 19.033. El pensamiento anticapitalista de Podemos antes era marginal, pero en 2014, sin que la prensa hubiese reparado en ellos, tenía más seguidores en Twitter que la ideología políticamente correcta del PP o PSOE. Las tribus son inofensivas para el sistema excepto si aparece un caudillo que, para consolidarse, sí necesita, sobre todo, de la televisión y sus programas polémicos.

En internet florecen muchas tribus: unas creen que las vacunas son peligrosas o que Clinton adora a Satanás. La información ya no es de masas. Y esas tribus, que se informan por algoritmos que eligen noticias que les hacen felices, viven en mundos paralelos donde no escuchan al otro pero donde sus ideas xenófobas, anticientíficas o antisistema son las dominantes en su microtribu. Por eso, los resultados -desde el Brexit hasta Trump- parecen increíbles para muchos (los que no pertenecen a esa tribu). No se atreven a confesar sus ideas en encuestas, pero sí en el secreto del voto.

Alternativo significa que no es masivo, pero no tendencia ideológica o verdad. Trump ganó gracias a la Alt-Right (Derecha Alternativa). Un medio mainstream aspira a tener la máxima audiencia: por tanto, ni será anticapitalista ni xenófobo. Con la tribalización de medios y audiencias, ya no funciona la espiral del silencio: existen audiencias para todos los gustos que se retroalimentan y eso aumenta la incertidumbre. Tenemos estudios que indican que internet ha favorecido incluso la información anticientífica: depende de cómo preguntes a Google sobre las vacunas, te saldrán más o menos páginas antivacunas. Si eso sucede con lo científicamente demostrado, qué no pasará con lo ideológicamente discutible.

Si buscamos a Trump en Google, la primera entrada será Wikipedia. Para términos neutros -como protón- puede que la definición sea válida, pero para los controvertidos como transgénico u homeopatía, y no digamos biografías como Hugo Chávez o Donald Trump, un ejército de defensores y detractores está continuamente editando y reeditando. Los periodistas sabemos desde siempre que la neutralidad desinforma -no procede dar dos versiones antagónicas de algo; sino la que sea cierta- y, mientras que la entrada de radiactividad en la Enciclopedia Británica la redactó Madame Curie, la de Wikipedia no sabemos de quién es ni qué interés le movió a escribirla.

Carlos Elías es catedrático de Periodismo de la Universidad Carlos III de Madrid (en comisión de servicios en la UNED). Su último libro es El selfie de Galileo (Península, 2015).

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