Trump y los nacionalismos

Esta semana hemos presenciado la llegada no solo de Donald Trump sino de una nueva era de nacionalismo. Trump se une a Vladíi mir Putin en Rusia, Narendra Modi en India, Xi Jinping en China, Recep Tayyip Erdogan en Turquía y otra veintena de líderes nacionalistas en todo el mundo. Theresa May quizá no sea nacionalista, pero el anuncio de que va a poner en marcha un Brexitduro refleja las presiones del nacionalismo inglés y servirá de estímulo a otros nacionalistas. No es nada nuevo, por supuesto, pero, precisamente porque hemos experimentado otros nacionalismos, sabemos que suelen empezar con grandes esperanzas y acabar en lágrimas.

Por ahora, los nacionalistas están celebrando la victoria de Trump. Paul Nuttall, el líder del UKIP, dice que está “tremendamente entusiasmado” por la llegada del nuevo presidente, y este le dice a Michael Gove en el Times de Londres que cree que el Brexit "va a ser una cosa magnífica". Hay una lamentable fotografía en la que Gove, partidario de la salida de la UE, alza el pulgar mientras mira a Trump con expresión aduladora y bobalicona, como un fan adolescente de Star Trek ante Patrick Stewart. La respuesta del vicepresidente del Frente Nacional francés al discurso de May sobre el Brexit fue: “Pronto llegará la independencia de Francia” .

Y en este mundo de mutua adoración entre nacionalismos, el poder relativo y la coherencia interna de Occidente se ven erosionados desde los dos lados del Atlántico: la garantía de seguridad y el efecto disuasorio de la OTAN con su presencia en Europa se debilita desde la propia Washington. Hemos visto el espectáculo asombroso de cómo los líderes de Rusia, Turquía e Irán se reunían para llegar a un cínico acuerdo sobre Siria. Los comentaristas turcos, partidarios de Erdogan, se deleitaban en el hecho de que ni Estados Unidos ni Europa estuvieran presentes. Ante la fotografía del apretón de manos entre los tres dirigentes, me acordé de la famosa caricatura de David Low en la que Hitler y Stalin se saludan en septiembre de 1939, quitándose el sombrero y haciéndose corteses reverencias sobre el cuerpo de un soldado muerto, y Hitler dice: “La escoria de la tierra, tengo entendido”, y Stalin: “El sanguinario asesino de los trabajadores, supongo”.

Es indudable que, cada vez que se menciona a Hitler, hay un riesgo inmediato de caer en la hipérbole. La interdependencia y el orden liberal internacional son mucho más sólidos hoy que en los años treinta del siglo pasado. Por eso el nacionalista y leninista Xi Jinping habló en Davos en defensa de una economía abierta y globalizada. Sabe que de ello depende el comportamiento económico de su propio país y, por tanto, la estabilidad de su régimen.

Cuando los representantes de estos países hablan sobre las relaciones internacionales evocan, en muchos aspectos, el mundo decimonónico de las grandes potencias soberanas que perseguían sus propios intereses nacionales. Escribo este artículo desde India, y aquí me he encontrado con varios comentarios recientes del ministro indio de Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, que son un ejemplo perfecto de lo que digo. Ante la perspectiva de que Trump estreche lazos con Rusia, Jaishankar dijo que “La relación de India con Rusia se ha desarrollado enormemente en los dos últimos años, igual que la relación entre nuestros líderes. Por consiguiente, una mejora de los lazos entre Estados Unidos y Rusia no va contra los intereses indios”. Bienvenidos a la versión sobria y realista del nacionalismo.

No obstante, por su propia naturaleza, los nacionalismos están seguramente condenados a chocar tarde o temprano. La insistencia de May en que el Reino Unido va a dejar el mercado único europeo acabará enfrentándola con los nacionalistas escoceses, que se deben al mandato aprobado por Escocia en referéndum: permanecer en la UE y, desde luego, en el mercado único. Además, los nacionalismos del siglo XXI están sometidos a grandes presiones, a un escrutinio permanente de los medios de comunicación y la opinión pública que habría espantado a Bismarck, Disraeli y el zar de Rusia. Incluso líderes autoritarios como Putin y Xi tienen que adaptarse.

El choque más peligroso es, con gran diferencia, el que pueda producirse entre China y Estados Unidos. En su comparecencia ante el Senado, el nuevo Secretario de Estado de Trump, Rex Tillerson, comparó el programa chino de construcción de islas en el Mar del Sur de China con la anexión rusa de Crimea y dijo que el nuevo Gobierno les diría a los chinos que “no les van a permitir el acceso a esas islas”. Mientras tanto, en India, el jefe del mando estadounidense en el Pacífico, el almirante Harry B. Harris, advierte que “India debería estar preocupada por el aumento de la influencia de China en la región. Si pensamos que la influencia tiene un límite, entonces, toda la influencia que tenga China, significa influencia que no tiene India”. Es decir, un juego de suma cero.

En parte, no estamos más que ante el baile habitual de las grandes potencias que se disputan el poder entre sí y con terceros países. Pero no hay que perder de vista la posibilidad de un enfrentamiento naval o aéreo fortuito en algún lugar de los mares del sur o el este de China. Y entonces deberíamos hacernos esta pregunta: ¿tienen Trump y Xi la sabiduría, la capacidad de gobernar, los asesores sensatos y -— cosa importante-— el margen interno de maniobra para alejarse del abismo? Ahí es donde el carácter de Trump, irascible, intimidatorio y narcisista, podría ser perjudicial. En cuanto a Xi, con una personalidad mucho más estable, hasta tal punto ha depositado su legitimidad como “líder fundamental” en su “sueño chino” (es decir, que China vuelva a ser grande), que sufriría grandes presiones para no retroceder. Ya sea por motivos psicológicos, políticos o ambos, los llamados hombres fuertes suelen pensar que no pueden permitirse el lujo de dar muestras de debilidad.

No, no estoy prediciendo la Tercera Guerra Mundial. ¿Pero una variante de la crisis de los misiles cubanos en el siglo XXI? Perfectamente posible. Así que no nos hagamos ilusiones. En la montaña mágica de Davos, el portavoz de Trump, Anthony Scaramucci, intenta convencernos con su labia de que todo va a ser estupendo. Dice que “el camino al globalismo para el mundo pasa por el trabajador estadounidense” y que "el cambio total" de Trump va a ser “un factor positivo en nuestras vidas”. No nos dejemos engañar. Nos esperan unos años peligrosos y turbulentos, y más vale que estemos preparados para ellos.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular en la Hoover Institution, Universidad de Stanford. Su último libro es Free Speech: Ten Principles for a Connected World. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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