Trump y Sánchez: dos niños mimados

Falta poco para que Trump, sostienen los sondeos, pase a la historia. Ignominiosamente, según la mitad de sus compatriotas y probablemente del 85 por ciento de los ciudadanos de la Europa occidental. Ha sido autor de afirmaciones truculentas: deslizó en 2016 que podría llevar a su rival Hillary Clinton a la cárcel y planchar con bombas Corea del Norte; el muro con México, supina tontería, lo pagarían los mexicanos.

Es un bocazas inquietante, zafio, que puede perder la elección no ya por decisiones claramente censurables o cuestionables -retirada del acuerdo sobre el clima o del nuclear con Irán, salida de la Unesco-, sino por su deficiente manejo de la pandemia. Nuestros comentaristas, más aún los progres, ponen a caer de un burro al americano por su gestión. No obstante, en esta lacra sanitaria, y no sólo, su paralelismo con Sánchez es impactante. Biden, adversario de Trump, manifiesta que «con la pandemia Estados Unidos ha tenido la peor actuación del planeta». Olvida que España y Gran Bretaña también yacen en el planeta. Nuestro Gobierno, como el yanqui, minimizó el alcance del virus, reaccionó con lentitud y torpeza, hizo compras chapuceras para atajarlo, mintió y, si comparamos las cifras, continuamos en desventaja. Nuestros 49.000 fallecidos superan en porcentaje los 223.000 americanos. Hay otro matiz: los asesores de Trump han sido críticos con el presidente, que los ha insultado llamando idiota a Anthony Fauci. Aquí comulgan estrechamente con su patrón. Aunque Trump ha hecho barbaridades, como organizar un acto partidista en el jardín de la Casa Blanca en el que había gente sin mascarilla, su imprudencia palidece ante nuestras nefastas marchas feministas del 8 de marzo, jaleadas por Sánchez y que el inefable Simón consideraba inocuas.

Se dirá que comparar a Sánchez con Trump es insultante. Que equiparar la egolatría de ambos, su faceta de niños embusteros, mimados, con rabietas ante adversidades -el fallido «impeachment» de Trump, el revolcón judicial en Madrid del español- es injusto, pero los hechos son tercos y las semejanzas surgen en otras cuestiones igualmente graves: la polarización.

España y Estados Unidos padecen la mayor división del último medio siglo. Ni en la época de Obama, asimismo divisoria, ni en la de Zapatero o Aznar se alcanzó esa cota. Los trumpistas americanos pregonan que «si triunfan los demócratas veremos no sólo el fin de la democracia, sino el de la propia civilización», mientras que Biden afirma que Trump es el peor presidente de la historia y Obama asegura que «no ha mostrado el menor interés para ayudar a nadie que no sea él mismo o los amigos». Esos juicios nos resultan familiares. Sánchez es tachado como el dirigente con menos escrúpulos de los últimos 150 años, y Leguina afirma: «El PSOE no existe, es una sigla propiedad de un señor llamado Pedro Sánchez».

La demonización del adversario en los dos países en la era Sánchez-Trump intenta que el elector piense no mal, sino lo peor del adversario. «Le Monde Diplomatique» titula: «La locura se apodera de Estados Unidos». El fenómeno en Estados Unidos es notorio en el acceso de la competente magistrada Barrett al Supremo. 89 por ciento de los republicanos lo desean, 84 por ciento de los demócratas la rechazan. Cifras insólitas por lo elevadas. El distanciamiento de los dos bandos en su percepción de otras cuestiones -cambio climático, aumento de la desigualdad, injerencia extranjera en las elecciones...- no tiene precedentes.

Mentiras y ética. El «Washington Post», sesgadamente anti-Trump, muchos días publica cuatro artículos de opinión pulverizándolo, contabiliza las falsedades o mentirijillas del personaje; estima que superan las 15.000. Sánchez puntúa muy por debajo en la cantidad, pero detengámonos en la enjundia de sus embustes: le producía insomnio cohabitar con Podemos, su chulesco «no vamos a pactar con Bildu, no vamos... quiere que se lo repita cinco veces, no vamos a pactar», «vamos a movilizar 200.000 euros», lo de Cataluña fue «un caso de rebelión», el inventarse una comisión inexistente de expertos cuando había miles de vidas en juego...

Ambos suspenden en ética. Trump alardea en 2016 de que va a limpiar la suciedad del pantano que es Washington, pero, millonario, curiosamente no paga impuestos en diez de los quince años anteriores. Sánchez brama en esas fechas ante Rajoy con que «en Alemania un ministro que plagia dimite», fulmina la corrupción sistémica del PP pero olvida su parcheada tesis y los ERE socialistas, ¡eso sí que es sistémico!

Los dos utilizan la pandemia con fines políticos: Trump ignora las llamadas del demócrata Nueva York y Sánchez castiga y discrimina al pepero Madrid. Desdeño por las normas incluso las constitucionales. Ambos desenfundan raudos ante quienes objeten a la deriva antidemocrática. Eliminan controles, Trump los inspectores generales nacidos con el Watergate; descabeza rápidamente a ministros de Exteriores (Tillerson), de Defensa (Mattis) y de Justicia. Quiere sólo yes-men. Sánchez, a abogados del Estado, al coronel Pérez de los Cobos. Son estorbos para la visión caudillista de los césares.

Trump prodiga el nombramiento de jueces y mete a la carrera a Barret en el Supremo para que los teóricamente conservadores sean mayoría (6-3). Constitucional, pero artero. El doctor fraude va más lejos: ciscándose en la Constitución, intenta reformar la composición del Consejo General del Poder Judicial, con lo que controlará el órgano de gobierno de los jueces y, a la larga, el Tribunal Constitucional. Y ahí colar la calificación de supuestos independentistas, la constitucionalidad de leyes vidriosas, los indultos, etcétera (Trump, por cierto, ha indultado a algún amiguete, pero no a golpistas). Europa parece trabar a Sánchez.

Señalemos, con todo, alguna diferencia. Trump tiene en contra, con excepción de la Fox, a los medios de información que cuentan. Sánchez tiene de estos bastantes más a favor. Estados Unidos tiene 7,8 por ciento de paro, España, 16 por ciento, subiendo y con mucho más tejido productivo destruido. El 55 por ciento de las familias americanas dicen que están mejor ahora que cuando llegó Trump. No parece que Sánchez obtendría esa nota.

Pero concluyamos con similitudes. Trump: «Estamos aplastando el virus y hemos doblado la esquina para vencerlo». Sánchez proclamó ya en julio: «Juntos hemos vencido el virus» y repite lo de la esquina. Los dos chavales triunfalistas se asemejan insólitamente hasta fabulando: el americano remacha que si hubieran seguido a sus expertos tendrían 800.000 muertes más. El español no se corta en cifras: «Con nuestra actuación hemos salvado 450.000 vidas». Y los demás países, Alemania, Portugal..., sin saberlo.

Inocencio F. Arias es embajador de España.

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