Si usted es socialista o nacionalista y no le gusta algún periodo o acontecimiento de la Historia de España no se preocupe. Probablemente aquello no existió, y si realmente existió hoy es fácil eliminarlo. Esta peculiar y muy subjetiva forma de abordar la Historia no es exclusiva de España. El historiador francés Jean Sévillia describe en su libro Históricamente incorrecto como en algunos manuales de secundaria del país vecino se salta del Renacimiento a la Revolución francesa, dedicando una página a los dos siglos del Antiguo Régimen y 18 páginas a los 18 meses que duró su agonía. Para el que se siente progre, toda la evolución del Mundo anterior a 1789 es una mera antesala de lo que realmente importa: las grandes transformaciones sociales, las revoluciones y los enfrentamientos ideológicos de los siglos XIX y XX.
Así lo debió entender el Ministerio de Educación que, al establecer en 2007 los contenidos mínimos de Historia de España, asignatura obligatoria en bachillerato, comprimió en uno solo de sus siete contenidos específicos toda nuestra Historia anterior a 1808, de Atapuerca a Carlos IV. A nadie sorprenderá que luego haya jóvenes que piensen que El Cid y Carlos V cabalgaron juntos o que Beatriz Galindo La Latina vivió en tiempos de Trajano.
También comparte, al parecer, esta concepción progre de la Historia el Ministerio de Asuntos Exteriores, que en el programa de la oposición a la carrera diplomática ha limitado los temas de Historia a los siglos XIX, XX y XXI. Es decir, no se va a exigir a los futuros representantes de España en el exterior un conocimiento adecuado de los periodos más gloriosos de nuestra Historia, en los que la presencia política, económica, cultural y militar de España se extendió por los cinco continentes y que constituyen la clave de muchas de nuestras posibilidades de acción exterior.
Si a esta pintoresca concepción de que todo lo importante en la Historia empieza hace 220 años se añaden las exigencias del nacionalismo para justificar sus insaciables reivindicaciones, el resultado es una Historia tuneada que roza lo grotesco. Con estas bases, los Gobiernos nacionalistas -al completar los contenidos mínimos del Ministerio- pueden promover una Historia que respalde sus tesis. Los jóvenes vascos oirán hablar del gran Estado euskaldún de Sancho III el Mayor (olvidando que reinó en León, Castilla, Navarra, Aragón, Sobrarbe y Ribagorza), los gallegos del magno Estado suevo y los catalanes de la Confederación Catalano-Aragonesa (lo que siempre se llamó Corona de Aragón) y, por supuesto, nada se dirá de la participación de vascos y catalanes en la colonización de América o en los Gobiernos de la Monarquía Hispánica.
En algunos casos el maquillaje de la Historia ha llegado a extremos tan grotescos como denominar a Bilbao Bilbo, en aparente homenaje a uno de los personajes de la inmortal obra de Tolkien El señor de los anillos.
Cuando uno viaja por otros países y ve cómo han conservado los escudos de los siglos en los que formaron parte de la Monarquía Hispánica, sólo puede lamentar el cerrilismo iconoclasta que aquí tunea la Historia para acomodarla a sus intereses.
Y para que no falte nadie en esta adaptación de la Historia a la propia ideología, llega el presidente del Congreso, José Bono, y en la apertura de las Cortes Generales el 24 de abril de 2008 se permite decirle al Rey, sentado a su lado, que con la Constitución de 1978 «se produjo un hecho políticamente extraordinario: la novedosa y feliz coincidencia de monarquía y democracia», falta grave de rigor histórico.
Bono reincidió en el error el pasado septiembre al afirmar, con motivo del Bicentenario de las Cortes de Cádiz, que desde 1812 hasta 1978 sólo había habido 16 años de libertad, a lo que añadió al día siguiente, dirigiéndose al Rey, «no es exagerado afirmar que habéis hecho por España y por la Monarquía más que todos vuestros antepasados juntos». Pues sí, es exagerado e impertinente.
Las grandes naciones deben asumir su Historia, con sus glorias y fracasos. De nada sirve reescribir el pasado, pretensión especialmente dañina en un país como España donde las leyes educativas socialistas han deteriorado, hasta extremos inconcebibles, los conocimientos históricos de nuestros jóvenes. Las nuevas generaciones no se merecen que nadie les intente inculcar una Historia tuneada a la medida de sus prejuicios ideológicos.
Luis Peral Guerra, senador por la Comunidad de Madrid y portavoz de Interior del Grupo Popular.