Túnez: Constitución revolucionaria

El árbol de la primavera árabe acaba de dar sus primeros frutos en Túnez. Es la primera vez que un país árabe y musulmán inscribe en su nueva Constitución la igualdad entre el hombre y la mujer (“las ciudadanas y ciudadanos son iguales ante la ley sin discriminación”) y al mismo tiempo ha conseguido apartar la charia instaurando la libertad de conciencia (“el Estado es el guardián de la religión. Garantiza la libertad de conciencia y de creencia y el libre ejercicio del culto”). El Estado garantiza también la libertad de expresión y prohíbe la tortura psíquica y moral (“la tortura es un crimen imprescriptible”).

Gracias al compromiso de la sociedad civil, y en especial gracias al combate de las mujeres, Túnez no sólo ha logrado enviar al partido islamista Enahda a las mezquitas, sino que también ha abierto el país a una modernidad que falta de manera cruel en el resto del mundo árabe. La igualdad de derechos significa que ya no habrá más poligamia ni repudio y que la herencia ya no se verá sometida a las leyes islámicas que acuerdan sistemáticamente una parte al hombre y media parte a la mujer.

La igualdad es también un paso hacia la paridad en la representación y los salarios. En Europa se sigue pagando más a un hombre que a una mujer por el mismo puesto de trabajo. Quizá Túnez dará ejemplo cambiando de arriba abajo los datos y haciendo retroceder los prejuicios y los arcaísmos.

La igualdad de derechos entre el hombre y la mujer es precisamente lo que los islamistas no pueden aceptar. Porque lo que esconde el uso de la religión en política es el miedo de la mujer, el miedo de la sexualidad liberada de la mujer, el miedo que tiene el hombre a perder la supremacía. El integrismo religioso está obsesionado por el sexo. Por eso el hombre busca velar a la mujer con la que se casa, a la hermana o a la madre. Hay que esconderla, hacerla invisible. Hay que matar el deseo porque todos los problemas de la sociedad nacen, según los integristas, de la libertad de la mujer. Ponen el ejemplo de Occidente, donde la liberalización de las costumbres provoca la desestructuración de la célula familiar.

La lucha de las tunecinas por la liberación del hombre y de la mujer no es de ayer. Cabe reconocer que fue el expresidente Habib Burguiba (1903-2000) quien lanzó en los años sesenta el programa de liberación de la sociedad tunecina. En un primer momento otorgó a Túnez el primer código de familia más progresista del mundo árabe. Este estatuto, que data del 13 de agosto de 1956, fue un paso esencial en la vía de la modernidad. Vino luego un intento de laicidad de la sociedad. Burguiba tuvo el coraje de presentarse un día de ayuno del Ramadán en la televisión y dijo antes de beber un vaso de zumo de naranja: “Túnez lleva a cabo un combate por el desarrollo económico; el Ramadán retrasa ese combate; durante la guerra se permite a los soldados comer y beber, consideramos que estamos en guerra por el desarrollo”. Los que rechazaron renunciar a sus convicciones religiosas eran libres de practicar su fe. Los otros fueron también libres de comer o beber públicamente. Fue una decisión histórica. Hoy eso provocaría manifestaciones muy violentas. La religión ha ocupado un lugar demasiado importante en la vida de la gente por las frustraciones y decepciones políticas. Por eso la nueva Constitución tunecina marca una fecha importante en la historia de una primavera fracasada. Pero aún no está todo decidido.

Aún falta que las elecciones legislativas y presidenciales puedan confirmar en las urnas este progreso y este deseo social. La partida no está ganada. Las fuerzas de la regresión no están desarmadas. Los salafistas no han desaparecido del paisaje tunecino y de vez en cuando se manifiestan atacando a las fuerzas policiales o a ciudadanos que viven libremente. Su movimiento Ansar al Charia (Defensores de la Charia), dirigido por un veterano de la guerra afgana, Abu Iyade, ha sido declarado por el Gobierno “organización terrorista”.

Si Túnez consolida este cambio en la Constitución, si logra ponerla en práctica, todo el mundo árabe se verá señalado con el dedo, sobre todo el vecino argelino que tiene el código de familia más retrógrado del Magreb. En cuanto a Marruecos, aunque ha modificado el código del estatuto personal, no se ha atrevido a tocar la herencia.

Los países del Golfo, especialmente Arabia y Qatar, siguen el rito wahabí que es un dogma rígido y retrógrado del siglo XVIII. Hoy las mujeres se manifiestan en Arabia para tener el derecho de conducir coches en un país que sigue aplicando la charia. La hipocresía occidental, que firma contratos jugosos con estos países, hace ver que no sabe que trata con campeones de la regresión. Se verá en el inmediato futuro cómo reaccionarán estos países ante este giro histórico y excepcional de una nación que se puesto en el camino de la laicidad, entendiendo que ello no supone el rechazo de la religión sino la separación de la esfera pública de la privada, con la libertad de creer o no creer.

La nueva Constitución también ha prohibido la referencia a la apostasía. Egipto, por ejemplo, en el pasado ha condenado a muerte a ciudadanos que habían hecho una lectura no ortodoxa del Corán. Fueron declarados apóstatas, crimen máximo desde el punto de vista islámico.

Tahar Ben Jelloun, escritor. Miembro de la Academia Goncourt.

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