Túnez: señales para una transición

Se ha cumplido un año de las primeras elecciones democráticas en Túnez y probablemente del mundo árabe. El 23 de octubre de 2011, el país celebró elecciones para la asamblea constituyente después del triunfo de la revolución que derrocó al presidente Ben Ali el 14 de enero de ese año.

Túnez representa hoy la apuesta más firme para la consolidación de un sistema de libertades en el mundo árabe. Egipto no tiene hoja de ruta y la situación es tan caótica que algunos dudan de que se trate de una verdadera transición hacia la democracia. Libia, después de una corta pero violenta guerra, no ha conseguido disolver sus milicias y formar un ejército regular. Siria está en guerra. Una guerra sin cuarteles ni frentes, sin vencedores ni vencidos, desde que el régimen de Bashar el Asad reprimiera con la temida violencia las primeras manifestaciones. Túnez, en cambio, aparece como la esperanzadora excepción. Abierto y cordial, el país nunca ha sido una tierra de extremos o extremismos. Sin embargo, el camino desde un sistema autoritario –que en tiempos de Burguiba era un despotismo ilustrado y que con Ben Ali se convirtió en un despotismo ignorante– a una democracia representativa, está lleno de señales que los tunecinos no deberán ignorar.

La primera es la señal de stop; la necesidad inaplazable de parar la emergencia de un actor político inesperado: los salafistas. Significativamente inactivos en tiempos de la dictadura laica, han abandonado su quietismo de estricta observancia de la religión para perturbar el juego político y presentarse a las elecciones con la generosa financiación de algunos países del Golfo. Exigen la implantación de la ley islámica y propugnan un utópico retorno a la pureza de los tiempos del profeta. Salafismo y democracia son incompatibles. Ennahda, el partido islamista moderado ganador de las elecciones, lo sabe. Pero también creen saber que los salafistas les son útiles porque les permiten posicionarse en el centro del espectro político, a igual distancia de los laicos y de los extremistas religiosos. El problema es que, desde el ataque de la embajada americana en Túnez, el pasado 14 de septiembre, Ennahda ya no puede ignorar esa amenaza por más tiempo.

La segunda señal es la de la dirección prohibida. Túnez está en plena elaboración de su Constitución. Desde 1956, con la aprobación de la ley sobre el Estatuto Personal, la mujer tunecina goza de igualdad de derechos en todos los ámbitos excepto en lo referente a la herencia, muy codificado en el Corán, y por consiguiente, muy difícil de modificar. La mujer tunecina no está dispuesta a perder estos derechos y van a impedir que se tome un camino de limitación o de desigualdad. Nadie cree que los islamistas se atrevan a tomar esa calle sin salida, esa vuelta atrás en los derechos de la mujer.

La tercera señal es la prohibición de detenerse. El proceso constitucional está siendo más largo de lo previsto. El Gobierno provisional y la asamblea constituyente fueron elegidos por un año. Desde la oposición se pone en duda la legitimidad del Gobierno a partir del 24 de octubre, un año después de las elecciones. El proceso político no puede pararse y las elecciones anunciadas para junio del 2013 deben celebrarse si el país no quiere poner en entredicho la legitimidad de sus instituciones.

Una última señal importante es la señal de peligro. El peligro de un estancamiento económico. El paro juvenil, sobre todo entre los licenciados universitarios, es elevadísimo. Cada año deberían crearse 80.000 nuevos puestos de trabajo. Con la caída del turismo, el estancamiento de las exportaciones y la reducción de las inversiones europeas, las perspectivas de recuperación económica no son buenas. Túnez necesita crecer y crear empleo y a menudo se menciona nuestra experiencia de transición de los pactos de la Moncloa para recuperar confianza y estabilidad.

El 23 de octubre del 2011 los tunecinos abrieron el camino de la democracia en el mundo árabe. Nadie sabe todavía adónde nos llevarán los procesos de cambio de la, quizás mal llamada, primavera árabe. Se dice que, en 1967, preguntado por un líder occidental lo que opinaba sobre la Revolución Francesa, Mao respondió que era todavía demasiado pronto para juzgarla. Túnez, pequeño país laborioso y sin petróleo, cercano y amigo, merece que le prestemos atención. Si no se consolida como una democracia estable, no necesitaremos esperar 200 años para saber cuál será el destino de las revoluciones árabes.

Andreu Bassols, director general del Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed)

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