Turbulencias financieras

Europa se debate en una nueva crisis financiera que puede afectar gravemente al euro. Y España está en primera línea del potencial tsunami financiero que podría devastar la economía. Pero ¿no se había proclamado la buena salud del sistema bancario tras las pruebas de resistencia realizadas? Cierto que surgieron problemas en algunas cajas de ahorros, pero se suponía que las fusiones en curso y la refinanciación pública de entidades deficitarias habían estabilizado la situación. Claro que, al menos en Alemania, surgieron dudas en torno a la transparencia de las cuentas. No necesariamente porque las empresas mintieran, sino porque la imbricación de sus activos y pasivos en un mercado financiero global, estrechamente conectado al mercado inmobiliario y a los mercados de deuda pública, hace difícil detectar las repercusiones posibles de cambios bruscos en enormes flujos de capitales sobre entidades o países concretos hasta que los efectos están encima. El Gobierno español insiste en que los fundamentos de la economía son sólidos, que el sistema bancario está saneado o en vías de serlo y que los datos macroeconómicos de España son distintos de los otros PIGS mientras se insinúa que la devaluación de la deuda pública y el creciente diferencial de la prima de riesgo de los préstamos con respecto a la referencia alemana son resultado de maniobras especulativas. Algo de eso hay, aunque no es todo.

Sí parece que hay en marcha una estrategia semejante a la que en 1992 obligó a la devaluación de la libra con pingües ganancias para quienes la iniciaron. Se trataría de un ataque contra el euro utilizando la fragilidad de las economías más débiles sostenidas de forma artificial: por un gasto público desmedido ocultado por contabilidad engañosa aconsejada por empresas como Goldman Sachs en el caso de Grecia; por un endeudamiento masivo de empresas y familias financiado por los bancos mediante cuantiosos préstamos obtenidos del mercado internacional en el caso de Irlanda; por una combinación de ambos mecanismos incrementada por activos inmobiliarios inflados en el caso de Portugal. Las expectativas de ganancias son dobles. De entrada, la devaluación del euro con respecto al dólar que ya se ha producido y que podría acentuarse ante la decidida intervención de la Reserva Federal estadounidense en contraste con la timidez del BCE. En un segundo nivel se produciría un cataclismo parcial del euro en el que una serie de países tendrían que salir del euro durante un periodo al tiempo que se consolidaría un euro fuerte en torno a la economía alemana. Las operaciones en euros débiles se transformarían en euros fuertes con ganancias exorbitantes. ¿Quiénes son esos misteriosos especuladores? En realidad casi todo el mundo, usted mismo, a través de sus fondos de inversión que ni controla ni sabe qué hacen y con quién lo hacen.

Pero la raíz del problema está en los desajustes estructurales en la zona euro. Llevo una década alertando sobre lo obvio. Una moneda única sólo puede representar establemente una economía relativamente homogénea o con una política común que reequilibre las disparidades internas. La Unión Europea no tiene ni una ni otra.

La convergencia se concibió en términos macroeconómicos impuestos desde Bruselas con la ridícula amenaza de multas que nunca se cumplen. Cuando lo que cuenta es la convergencia en la microeconomía, o sea, la productividad y la competitividad de las empresas. Si la productividad apenas crece, como en España, si el crecimiento se basa en crédito fácil, sectores poco productivos y volátiles como el inmobiliario o el turismo y si no se puede devaluar para compensar el diferencial de productividad, los equilibrios económicos y sociales sólo se sostienen por gasto público y crédito privado alimentado por un mercado de capitales que va cebando el apetito de quienes viven por encima de sus posibilidades. Cuando las turbulencias financieras cierran el grifo del crédito, los acreedores reclaman el pago de los deudores menos fiables y suben la prima de riesgo para seguir prestando, mientras los especuladores empujan a los débiles al precipicio para que alguien pague la factura. Pero aquí aparece la insuficiencia del BCE, sin punto de referencia político y guiado por una vaga ortodoxia económica. La clave para detener la especulación sería una compra masiva de deuda publica por el BCE. Pero su intervención es menos de un 10% de lo que ha hecho la Reserva Federal para comprar deuda publica. ¿Por qué no lo hace? Porque se sospecha que dicha intervención estaría motivada por ayudar a bancos alemanes, importantes acreedores de bancos y gobiernos en dificultad. Y como Francia no está dispuesta a ayudar a la banca alemana si no es en el marco de una reestructuración del conjunto del edificio financiero europeo, no hay respaldo político a una intervención decisiva del BCE. Y mientras, la crisis se profundiza, la bolsa ha hecho perder en el ultimo mes al BBVA y al Santander el 20% de su capital y no se ve el fondo de la devaluación de la deuda pública española por muchos recortes de salarios y pensiones que haga el Gobierno.

¿Salidas? Lo esencial es basar el crecimiento sobre productividad y competitividad, lo cual, como argumentaba recientemente Isidre Fainé, pasa por educación, innovación y emprendimiento. Y regular la conexión especulativa entre financiación y sector inmobiliario que, recuerdo, ha sido el detonante de la crisis. Pero se trata de medidas cuyos efectos son a largo plazo. En lo inmediato hay riesgo de deflación en algunos países como España si continúa el paro masivo y la desinversión, riesgo de quiebras financieras y riesgo de desintegración monetaria europea.

De modo que sólo un acuerdo político para salvar el euro, con sacrificios equitativamente distribuidos entre todos, puede llevar a una absorción de deuda pública por el conjunto de Europa que pueda detener la hemorragia especulativa. El precio será alto: la pérdida de la autonomía de decisión en las políticas económicas y sociales en países como España. En realidad, la elección está entre morir arrodillado o vivir de rodillas. A menos que inventemos otra vida.

Manuel Castells