Turingia y España

Anda la política alemana patas arriba, zarandeada por la formación de gobierno en Turingia, una pequeña región de la antigua zona comunista. El motivo más inmediato: los resultados emanados de unas elecciones regionales. La razón más profunda: las convulsiones que está viviendo el sistema político al albur del ascenso del partido Alternativa para Alemania.

Situemos Turingia en el contexto político alemán. Se trata de uno de los Länder orientales surgidos tras la reunificación. Un Land de dos millones de habitantes y apañado en términos económicos, su paro sería la envidia de cualquier comunidad autónoma española (5,3%). Sus ciudades se han revitalizado, siendo un ejemplo su capital, Erfurt, de armónicas y restauradas bellezas con una universidad puntera en diversos campos. La relevancia de Turingia se halla en su peculiar gobierno durante la última legislatura: es el primer Land gobernado por Die Linke –la izquierda– en coalición con los socialdemócratas y los verdes. A pesar de ciertos augurios, el experimento ha salido razonablemente bien, debido a la personalidad poco dogmática de Bodo Ramelow, su presidente.

En este momento, ¿en qué consiste el embrollo generado? En noviembre, los electores configuraron un parlamento de tortuosos guarismos a la hora de buscar coaliciones. Mantuvo con claridad su primera posición Die Linke, encabezado por el citado Ramelow. En segundo lugar, Alternativa para Alemania. Tras ellos, el resto de partidos: democristianos, socialdemócratas, verdes y, por los pelos, los liberales. La coalición de Ramelow se encontró ante la amargura de haber perdido por un solo diputado la mayoría en la cámara regional. En puridad, solo tenía que lograr la abstención de los democristianos o los liberales para continuar. Pero, ora por desidia, ora por la oposición tajante de los interpelados, lo cierto es que fue incapaz de ablandar voluntades.

Concurrieron a la votación para la presidencia el propio Ramelow, un candidato de los liberales (que era el partido menos representado) y otro de Alternativa. Para sorpresa general, los diputados de esta formación no respaldaron a su propio candidato, sino que dieron su voto al liberal, quien, apoyado también por la democristiana CDU, acabó convertido sin comerlo ni beberlo en presidente. No hay ninguna evidencia de que la triquiñuela estuviera pactada (de hecho, el elegido dimitió al día siguiente). Todo indica que se trató de una artimaña tan burda como eficaz de Alternativa con la finalidad de crear confusión. ¡Y lo lograron!

Aunque el asunto había sido rocambolesco, pronto se instaló la opinión de que Alternativa cocinaba ya gobiernos regionales, con el apoyo de la CDU. Merkel condenó la jugada y Annegret Kramp-Karrenbauer, presidenta del partido, se vio obligada a dimitir.

¿Qué es Alternativa? Su nacimiento hay que situarlo en la sacudida del panorama político alemán (y europeo) y su consecuencia: la quiebra de la alianza que las familias de conservadores y democristianos habían trabado tras la guerra. Todos encontraron su lugar en la CDU de Adenauer y Kohl. El proceso de socialdemocratización de la CDU durante estos años de Merkel, unido a determinadas evoluciones económicas y geopolíticas (crisis del euro, crisis de los refugiados, etcétera), ha hecho saltar por los aires ese consenso. Los que acabaron inspirando Alternativa abandonaron el barco, planteando por añadidura demandas que cuestionan acuerdos muy básicos de la sociedad alemana.

Pero lo que nos interesa subrayar ha sido la rápida reacción de las fuerzas políticas, especialmente de la CDU por un lado y de los liberales, autores del desaguisado, por otro. Todos han dejado claro que Alternativa no puede poner o quitar gobiernos, que esa llave está custodiada por otros claveros encargados de asegurar las esencias constitucionales.

Desgraciadamente, la política española está muy lejos de estos comportamientos. En efecto, en algunas comunidades autónomas tanto el PP como Ciudadanos, aun con remilgos y dengues, han aceptado los votos de Vox para formar gobiernos (Andalucía, Murcia o Madrid). Ahora bien, dejémoslo claro: Vox no es Alternativa, un partido que, aunque tiene tendencias internas muy variadas y confusas, propone volver al marco alemán y por tanto rechaza el euro. De acuerdo con investigaciones realizadas por medios solventes, es notorio que en los grupos parlamentarios de Alternativa se acoge, dándoles empleo, a jóvenes vinculados con el partido nazi. Incluso con el movimiento extremista y racista Pegida practica Alternativa un inquietante pero inadmisible tacto de codos en una Alemania que se ve sacudida con dolorosa frecuencia por hechos criminales terribles, tal como ha ocurrido precisamente este miércoles en la ciudad de Hanau, cerca de Frankfurt, donde 10 personas han perdido la vida en un atentado racista cuya vinculación al odio al emigrante se ha puesto claramente de manifiesto por las autoridades competentes.

De Vox, de momento, procede afirmar, a nuestro juicio, que se trata de un partido que pretende romper el consenso constitucional al proponer la supresión de los parlamentos regionales y, lógicamente, de las comunidades autónomas, alterando de esta suerte uno de los fundamentos de nuestro orden político. Y que en el marco europeo se ha aliado con los países de Visegrado, los menos comprometidos con la integración europea aunque ninguno de ellos ha solicitado la salida de la UE como sí hizo y ha consumado la muy democrática Gran Bretaña. De otro lado, a Vox no se le conocen acciones violentas o conexiones con grupos de jóvenes ataviados con correajes y botas altas amenazantes.

Quienes sí han roto, despedazándolo, el consenso constitucional son los separatistas catalanes en sus diversas sensibilidades; y lo han hecho de la forma más agreste posible: protagonizando un golpe de Estado contra España y sus instituciones democráticas. Sus dirigentes han sido condenados a penas privativas de libertad pero tienen el tupé de asegurar, como presidiarios con modales de jayán, que lo «volverán a hacer» sin que su lenguaje de germanía sea obstáculo para que estemos contemplando su salida de prisión ante la mirada distraída del Gobierno de España. Son capaces de despreciar al Rey y, por supuesto, se ciscan en la Constitución y en los símbolos nacionales. Quieren formar un Estado independiente sin que de momento nos hayan aclarado –ni nadie lo ha preguntado– cómo se integrarán en la UE, cómo organizarán su defensa, qué moneda piensan manejar, cómo arreglarán el finiquito con el viejo Estado opresor y algunas otras bagatelas.

De la misma manera han roto no ya el consenso constitucional sino las formas más elementales de la convivencia los herederos de los etarras, con muchos crímenes en las entrañas, que hoy se sientan en el Congreso de los Diputados y que los fines de semana siguen jaleando alegremente a los asesinos cuando estos aparecen por sus pueblos convertidos en héroes populares.

Por último, Podemos ha tenido como lema alancear el régimen del 78, es decir, nuestro orden constitucional para sustituirlo por una república en la que ya aventuramos, sin temor a equivocarnos, que ocupará posición destacada el matrimonio que actualmente dirige sus destinos. Y, junto a Podemos, una pequeña representación de comunistas que aún siguen utilizando esta denominación a pesar de haber sido manchada indeleblemente y vapuleada por la historia.

Pues bien, el actual Gobierno de España se ha constituido gracias a los votos de estas (y algunas otras) preocupantes piezas políticas sin que en ningún momento se hayan parado a pensar sus artífices qué destrozos están causando en ese bien tan preciado que es el consenso constitucional. Un consenso, el que viene de la Transición, que se puede alterar pero siempre que quien quiera aventurarse por ese paraje nos muestre previamente la partitura que está dispuesto a ejecutar o, dicho de otro modo, las etapas y el final del viaje.

¿O es que el Gobierno piensa que carecerá de consecuencias desestabilizadoras en el resto de España el hecho de sentarse ex aequo a una mesa de diálogo con quienes tienen como designio quebrar nuestro orden constitucional? ¿Qué dirán y qué harán las demás comunidades autónomas? ¿Se acogerán a la regla de San Bruno y practicarán un silencio monástico?

El ejemplo de la canciller alemana, alejándose resueltamente de quienes pretenden acabar con el orden jurídico que ha prometido defender, ¿no suscita ninguna meditación en el Partido Socialista Obrero Español? Claro que la señora Merkel tiene un defecto: ella no es progresista…

Francisco Sosa Wagner es catedrático. Igor Sosa Mayor ha sido investigador universitario en la capital de Turingia y es doctor por la Universidad de Erlangen y por el Instituto europeo de Florencia.

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