Turismo, comercio y terrorismo

El turismo es alegría, es vida, es comercio, es riqueza y empleo. El turismo provoca el cambio social y genera tolerancia hacia los diferentes. Es el símbolo de la sociedad abierta que describió Popper. Bien lo sabemos los españoles que descubrimos el mundo en los sesenta con la llegada de los primeros bañistas. Con el turismo empezó a resquebrajarse el control moral, social y cultural impuesto por el franquismo y llegó la libertad a este país. Precisamente por las virtudes terapéuticas del turismo sobre las sociedades cerradas e irrespirables, los totalitarios de todo signo han encontrado en el turismo un enemigo a combatir. Desgraciadamente lo acabamos de vivir una vez más en el Yemen, donde unos fanáticos asesinos han acabado con la vida de siete compatriotas cuyo único delito era querer ver mundo, conocer otras culturas, identificarse con otros paisajes, encontrarse con otros seres humanos. Sabíamos que los fundamentalistas islámicos habían declarado el turismo una infección letal para sus designios controladores y que estaban dispuestos a cortar de raíz todo encuentro de civilizaciones. Habían asesinado antes en Bali. Lo hacen, o intentan hacer todos los años, los asesinos etarras en nuestras playas. Pero catorce jóvenes españoles alegres y confiados se pensaban inmunes. No cabía en su mentalidad abierta y democrática que podían ser considerados enemigos. Los europeos, los occidentales, no somos conscientes del odio al infiel que se predica en esa zona del mundo.

En estos momentos de dolor, hay que mantener la cabeza fría e impedir que los totalitarios ganen siquiera sea una pequeña batalla y nos obliguen a modificar nuestros hábitos de vida. No está en juego sólo nuestra libertad, tanto en la playas de Ibiza, como en los desiertos del Yemen o las calles de Londres, sino también el mundo en el que queremos vivir. Una sociedad amedrentada es más fácil de dominar. No se puede ceder la calle a los terroristas, como sucede con demasiada frecuencia en el País Vasco, ni encorsetar la libertad de expresión, los ingleses nos acaban de dar una nueva lección nombrando caballero a sir Salman Rushdie, pero tampoco restringir la libertad de movimientos de personas, factores y mercancías que están en el origen de la Unión Europea, aunque su coste humano parezca excesivo.

Los terroristas juegan con nuestros miedos. Saben que somos humanos, que la reacción natural es protegerse y quedarse en casa. Pero el desarrollo económico y social necesita del comercio y del turismo. Después de los atentados de las Torres Gemelas, los economistas, fríos y aparentemente insensibles analistas de la realidad, hicimos todo tipo de cálculos sobre el coste para el crecimiento mundial que iba a significar el encarecimiento en tiempo y trámites del transporte de mercancías y el retraimiento del tráfico de pasajeros. La realidad superó todas nuestras previsiones. Tras unos meses de incertidumbre y zozobra, el mundo ha vivido seis años de crecimiento del comercio mundial sin precedentes, gracias a lo cual el PIB mundial es hoy un 25 por ciento mayor y las cuentas de las compañías aéreas han salido de los números rojos. Ahora, tras los dramáticos atentados de estos días, volverá a pasar afortunadamente lo mismo. No debe entenderse como un síntoma de debilidad, como una muestra de la inconsistencia moral de la civilización occidental, sino exactamente lo contrario. Son esos pequeños e inconscientes actos heroicos individuales los que testifican la superioridad moral y económica de las sociedades abiertas, los que nos permitirán vencer la amenaza totalitaria. Son la fuerza y la inteligencia creadora del mercado y de la libertad las que nos harán superar esta nueva prueba.

La amenaza fundamentalista existe. No nace de la guerra de Irak por más que muchos quieran olvidar que las Torres Gemelas cayeron antes del derrocamiento de Sadam Hussein. Y nos obliga a sacar conclusiones. Conviene no seguir discutiendo de Churchill y Chamberlain, de la victoria o el apaciguamiento. No cabe sacrificar nuestros valores y nuestra forma de vida por un poco de tranquilidad, que sólo sería en el mejor de los casos pasajera. España y los españoles no somos objetivo de los terroristas islámicos por la política exterior de este o aquel gobierno, sino porque hemos querido, sabido y podido incorporarnos a la modernidad, al desarrollo y a la libertad. Un Al Andalus convertido en símbolo de sociedad abierta y tolerante, donde las iglesias se mezclan con los turistas y donde las creencias religiosas forman parte del patrimonio personal y privado -respetable y respetado por el Estado, pero privado- es una herida abierta para los fundamentalistas. Si además exportamos nuestra alegría y nuestro éxito, como sin saberlo hacían los turistas asesinados y hacen todos los días nuestros empresarios y comerciantes, correremos riesgos.

Compete al gobierno garantizar la vida y seguridad de sus ciudadanos. Es su primera obligación. Pero no al precio de renunciar a nuestra libertad. No vivimos, afortunadamente, en un país que pueda prohibir los desplazamientos de sus ciudadanos. Las autoridades tienen la obligación de informar sobre las condiciones de seguridad, de ofrecer todos los datos relevantes y tiempo habrá para analizar si lo han hecho con la celeridad y eficiencia debida. Tampoco compete a las empresas turísticas nada más que informar de los riesgos y tomar las medidas de cobertura adecuadas. Una sociedad abierta exige ciudadanos responsables de sus decisiones. Vivimos tiempos en que se reafirman derechos y difuminan responsabilidades. Tragedias como la del Yemen nos invitan a situar este binomio en sus justos términos. Pero eso no exime al gobierno, a cualquier gobierno, de toda responsabilidad. La primera y principal hacer avanzar la causa de la sociedad abierta.

Si turismo y comercio son el germen de la libertad y la prosperidad, si lo son para los países ricos y para los que aspiran a serlo, para democracias establecidas y para las poblaciones sojuzgadas por el totalitarismo, quizás no sea una digresión excesiva pedir una pronta culminación de la ronda Doha, la negociación multilateral para liberalizar el comercio mundial. Esta sería sin duda la mejor estrategia para derrotar a las fuerzas del oscurantismo y la sinrazón que prosperan en sociedades aisladas, y quizás también un pequeño homenaje a estas siete inocentes víctimas de la intolerancia.

Fernando Fernández Méndez de Andés, Rector de la Universidad Antonio de Nebrija.