Turismo: no hay un plan, nunca lo hubo

Hay dos formas de enfrentarse a las catástrofes. Se puede ser proactivo: es decir, aventurar las posibles consecuencias, diseñar escenarios y preparar el terreno para que el desastre no se convierta en permanente. También se puede ser reactivo: esperar a conocer el impacto y actuar en relación a él.

Aunque en ambos escenarios el denominador común es la reacción, cuando algo ocurre por responsabilidad propia parece evidente que es necesario esforzarse para enmendar el error; cuando los eventos se desarrollan por cuestiones azarosas, en lugar de actuar hay algunos que desembocan en un bloqueo que les impide tomar decisiones.

La crisis del coronavirus fue, en primer término, inesperada. No así su impacto en la salud de los españoles, que ya debió anticipar el Gobierno por la experiencia italiana. Y desde luego el impacto económico sí fue imprevisible para la inmensa mayoría no ya de gobernantes, sino también de especialistas y expertos.

En ese contexto, podría entenderse que en abril fuéramos todavía reactivos. El escenario era desconocido y probablemente ninguna institución estuvo a la altura de lo que merecían los ciudadanos. Ni el Gobierno de España, desde luego, ni la Comisión Europea al comienzo de la crisis, a pesar de que después enmendara su error.

Hoy, a finales de julio, esa justificación es imposible. Ya hemos vivido una primera oleada completa, ya hemos visto la punta del iceberg de los devastadores efectos económicos de la pandemia, ya pudimos analizar qué pasaría en un hipotético escenario en el que la pesadilla reviviera.

Ha faltado iniciativas para que los turistas de Reino Unido o Alemania tuvieran motivos para confiar en España

El momento para el que teóricamente nos estuvimos preparando ya ha llegado, y antes de lo previsto. Ya hay brotes lo suficientemente severos como para que comunidades autónomas hayan solicitado confinar a municipios de su territorio; los hospitales vuelven a tener plantas Covid preparadas para recibir a cada paciente que lo necesite. Está muy claro: o somos capaces de ejercer nuestra responsabilidad individual o será imposible que salgamos no ya de este desastre sanitario, sino de esta catástrofe económica.

Aun sin ser conscientes de que la segunda oleada pudiera llegar tan pronto, sí que sabíamos que había sectores que sufrirían las consecuencias de la crisis con una severidad incomparable. Y algunos eran tan estratégicos para España como el turismo.

Un Gobierno serio, responsable y eficaz, que entendiera la magnitud de lo que estamos viviendo y el impacto que tendrá para el futuro para los españoles, habría sabido que era fundamental tener una estrategia definida y exhaustiva para el sector turístico, por tres razones muy importantes: por respeto hacia las Comunidades Autónomas que viven eminentemente de exportar la Marca España al extranjero y reciben visitantes del mundo entero; por consideración a los millones de españoles que viven directa e indirectamente del sector; y finalmente, por la importancia estratégica que tiene para nuestro país que los 85 millones de visitantes que recibimos al año comprendan que merece la pena invertir en España.

Cualquier gobernante medianamente capaz habría entendido –al menos de forma reactiva, tras lo ocurrido en primavera– que era esencial potenciar las relaciones bilaterales con los Estados miembro de la UE y con nuestros mercados estratégicos. Que debíamos ofrecer unos estándares de calidad y seguridad comunes, un seguimiento individualizado y un trazado de los contagios, acceso a la información para toda autoridad extranjera que lo requiriera, profundizar en las relaciones diplomáticas, y tener preparada una batería de iniciativas, al menos en Reino Unido, Alemania y Francia, para intentar que sus turistas tuvieran motivos para confiar en España.

Como imaginarán, nada de eso ha ocurrido. No hay un plan estratégico del Gobierno de España para el turismo, tal y como me confirmó personalmente y por escrito la vicepresidenta de la Comisión Europea cuando le interpelé al respecto a comienzos de mes. No hay ni ha habido planificación ni acciones específicas de cómo exportar una imagen segura de España en el extranjero, y no hemos hecho el menor esfuerzo por utilizar nuestra potencia negociadora para que países hermanos y aliados confíen en el buen hacer de nuestro país para hacer frente a esta crisis.

La proactividad para haber evitado el desastre en el que estamos ha brillado por su ausencia. Pero todavía es más dramático que la reacción haya sido bochornosa. La ministra de Exteriores, que dedica su tiempo a reunirse bilateralmente con el alcalde de Gibraltar como si de un presidente de Gobierno se tratase, ha sido absolutamente incapaz de conseguir excluir del veto de viajes a España impuesto por el Gobierno de Londres a regiones como Baleares, Canarias, Andalucía o Madrid, que tienen unos datos de infectados más bajos que la práctica totalidad de municipios del Reino Unido.

El Gobierno ha actuado tarde, mal y sin tener un plan B para una situación que era evidente que podía ocurrir

Ante las decisiones irresponsables de Boris Johnson, el Gobierno de Sánchez ha actuado tarde, mal y sin tener un plan B previsto para una situación que era más que evidente que podía ocurrir. Y el responsable del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias ha llegado a congratularse de que británicos y belgas no vengan a España “porque es un riesgo que nos quitan”.

En condiciones normales, cualquier gobernante que dedicase más tiempo a la gestión que a la propaganda y a organizar los aplausos de los propios habría entendido que, sin turistas, nuestras islas y gran parte de la Península se mueren. Sabiendo que el mercado británico es el principal en innumerables destinos, la obsesión del Ejecutivo debería haber sido llegar allí, al Reino Unido, a sus medios de comunicación, y convencer a cada ciudadano de que viajar a España es al menos tan seguro como siempre lo ha sido. El resultado de la no acción, como han podido imaginar y comprobar, ha sido este: impacto cero.

La ineficacia e irresponsabilidad del Gobierno no la podemos pagar ni España ni los españoles. Que sea incapaz de defendernos no justifica que los demás nos quedemos con los brazos cruzados.

Por eso, como eurodiputado de Ciudadanos y como ex presidente del Gobierno de las Islas Baleares, he dedicado esta semana, ejerciendo la labor que le correspondería al Gobierno, a hablar a los británicos, desde los principales programas de noticias –el prime time de la BBC, de Skynews y de LBC, entre otros– para convencerles de que, en nuestro país, estamos deseando hacerles sentir como en su casa.

La batalla política y económica y mediática que queda va a ser la más cruenta que hayamos recordado. Pero merece la pena. Es un momento decisivo para la vida y el trabajo de millones de familias, y en su defensa en donde se nos espera a los que nos dedicamos a la política. Es posible que no nos guste este Gobierno, pero eso es lo de menos. Nos encanta España. Y es hora de defenderla.

José Ramón Bauzá es eurodiputado de Ciudadanos y portavoz de Renew Europe en la Comisión de Transportes y Turismo del Parlamento europeo.

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