Turquía: ¿aceptación o rechazo?

Por Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París (LA VANGUARDIA, 11/10/05):

Las negociaciones para la adhesión de Turquía a la Unión Europea se iniciaron finalmente en la fecha prevista, el 3 de octubre, tras 42 años de espera por parte de Ankara. No era algo asegurado desde el principio, porque algunos países intentaron reducir a una asociación privilegiada las perspectivas de acercamiento entre la Unión Europea y Turquía. Ahora bien, lejos de reservar un destino favorable a Turquía, esa asociación que de privilegiada sólo tenía el nombre pretendía ante todo negar a Ankara la posibilidad de ser un miembro de pleno derecho de la Unión Europea. De todos modos, los turcos tendrán que mostrarse todavía muy pacientes antes de formar parte del club, y no es seguro que un día lleguen a ser miembros. Por lo menos se ha evitado darles un portazo. Lo mínimo que cabe decir es que su candidatura suscita más reticencias que entusiasmo delirante, y que las consideraciones de política interior prevalecen sobre las prioridades europeas.

Hay sin duda dificultades específicas y objetivas a la adhesión de Turquía. Su población (71 millones de habitantes) la convertiría en el país más poblado de la UE. Su economía es la más débil por habitante y se clasifica en el puesto 67 del ranking mundial, con 3.400 dólares por año y habitante frente a los 30.000 dólares de Francia. Ocupa el puesto 87.º del índice de desarrollo humano del programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Hay todavía garantías que obtener en el plano de las libertades públicas o el respeto a las minorías étnicas.

Por otra parte, el episodio turco se produce en un momento particular de la construcción europea en que, tras el fracaso del tratado constitucional, se hace sentir una necesidad general de respirar. Los noes francés y holandés -y los noes virtuales de otros países de haber tenido que decidirse mediante referéndum- son significativos de un sentimiento de desposesión por parte de los ciudadanos, así como de una ampliación que se ha embalado y que ya nadie controla. La Europa de 15 miembros a finales de 1994 ha pasado a tener 25. Demasiados o demasiado rápido es lo que piensan algunos que estiman que se ha favorecido en exceso la ampliación en detrimento de la profundización. Es decir, la mejora de la cooperación entre los estados miembros. El convoy más cargado avanza menos deprisa.

Sin embargo, las negociaciones de adhesión se hacen justamente con el objeto de verificar si Turquía cumple los criterios para convertirse en miembro. Entre la apertura de las negociaciones y la firma del acta de adhesión siempre transcurren varios años, y para Ankara nada concreto parece posible antes de 15 años. Ahora bien, una cosa es pedir a los turcos que cumplan estrictamente las condiciones de adhesión, exigidas a los otros candidatos, y otra decirles que no los queremos, hagan lo que hagan.

Esos criterios de adhesión se definieron en la cumbre de Copenhague en 1993. Hay criterios políticos (instituciones estables y democráticas, respeto de los derechos humanos y de las minorías), criterios económicos (existencia de una economía de mercado viable, capacidad de resistir la competencia europea) y la aceptación de las reglas ya existentes en Europa. Ankara sólo podrá adherirse si alcanza esos resultados.

Y bien se ven los falsos argumentos empleados. ¿La población? Turquía ha iniciado la transición demográfica y su tasa de natalidad va a acercarse a la de los países europeos; por otra parte, Europa muy pronto necesitará un aporte de mano de obra. ¿La economía? Turquía posee uno de las mejores tasas de crecimiento de la región. ¿Respeto de las minorías? Ankara debe clarísimamente hacer más en este terreno. Ankara, ¿caballo de Troya estadounidense? Turquía rechazó el paso sobre su territorio de los soldados estadounidenses que iban a la guerra de Iraq, a pesar de las promesas de créditos por valor de 26.000 millones de dólares. Turquía ya no está amenazada por la Unión Soviética. Se ha independizado de su protector norteamericano.

¿Hay que rechazar a Turquía por lo que es o por lo que hace? Si respeta la reglas del club, ¿por qué negarle la entrada? En realidad, el verdadero argumento, no dicho en algunos, es que se trata de un país musulmán. Sin embargo, Turquía es estrictamente laica; en realidad, más que algunos miembros de la Unión Europea. ¿Pretende Europa ser un club cristiano -o, más exactamente, mayoritariamente cristiano- o un actor mundial?

Aceptando a Turquía, Europa mostrará que es un actor principal en la globalización y que considera que no existe antinomia entre islam, laicidad, democracia y economía de mercado. Es la mejor respuesta que cabe dar a la teoría del choque de las civilizaciones.Un rechazo a la candidatura turca motivado únicamente por el hecho de ser un país musulmán desestabilizaría a Turquía y debilitaría a Europa.