¿Turquía como modelo para las transiciones árabes?

Tema: Las recientes turbulencias políticas en el norte de África y Oriente Próximo han dado lugar a preguntas y reflexiones acerca de la posibilidad de que Turquía pueda ser un referente para los procesos de transición de la zona.

Resumen: Las demandas democratizadoras que se están produciendo en la región mediterránea y de Oriente Próximo han planteado numerosos interrogantes para el futuro, entre ellos, si Turquía puede ser un modelo a seguir por estos países. Si bien las experiencias propias de cada país no pueden ser exportadas directamente a otros, sí es cierto que la experiencia turca puede ser una influencia indirecta positiva en fenómenos de transición hacia la democracia en la región. Por otra parte, aunque Turquía ya cuenta con una discontinua experiencia en su proceso democratizador, éste aún no ha terminado y ha de resolver importantes conflictos internos. En este sentido, cabría la posibilidad de que las revoluciones en el mundo árabe influyeran positivamente en la democratización de Turquía, al promover más exigencias democráticas desde el interior del país y aportar, al mismo tiempo, energías renovadas con las que continuar las reformas.

Análisis

El modelo turco

Las recientes turbulencias políticas que han tenido por escenario el norte de África y Oriente Próximo han dado lugar a preguntas y reflexiones acerca de la posibilidad de que Turquía pueda ser un referente a tener en cuenta en los futuros procesos de transición de la zona. El modelo turco suele hacer referencia a la denominada “tríada”: democracia, islam y economía de mercado. Desde la década de los 80, el país puso en práctica toda una serie de medidas neoliberales que promovieron el desarrollo de una economía de mercado abierta al exterior. Si bien las disparidades con ciertas economías europeas son importantes, la filosofía económica es la misma. Por otra parte, en el plano político hemos de plantearnos qué tipo de democracia nos encontramos en Turquía en la actualidad y si verdaderamente está consiguiendo reconciliar las sensibilidades más religiosas con las posturas autóctonas laicistas más rígidas, afrontando así las dos cuestiones más polémicas de la tríada del modelo turco.

En primer lugar, habría que matizar que Turquía no es aún una democracia consolidada, sino que se encuentra en este momento en un proceso de democratización. El país está llevando a cabo una serie de reformas con las que se pretende superar el marco legal que se instauró a partir del golpe de Estado de 1980. El régimen resultante tras ese golpe podría considerarse como una democracia “defectiva”,[1] cuya puesta en marcha dio lugar a importantes restricciones en el ámbito de los derechos. Turquía, por lo tanto, está inmersa en una etapa de cambio y transformación.

Turquía es, por un lado, un país singular y complejo que está luchando todavía por librarse del legado heredado de una política autoritaria marcada por intervenciones golpistas. Por otro lado, Turquía cuenta con experiencias democráticas previas, un rico entramado institucional y una sociedad civil capaz de canalizar propuestas significativas de cambio. Tras el golpe de Estado de 1980, el país experimentó una transición dirigida por el Ejército que aseguró un papel determinante al estamento militar y recortó de manera sustancial los derechos y libertades individuales. Los partidos políticos ilegalizados en 1981 se fueron recomponiendo lentamente a lo largo de una década, pero la debilidad institucional y/o su falta de voluntad y convencimiento impidieron reformas sustanciales del sistema político.

El empuje de la candidatura de Turquía a la UE por parte del Consejo Europeo de Helsinki de 1999 dio pie a unas reformas globales del sistema, impulsadas primero, entre 1999 y 2002, por una difícil coalición de tres partidos y, posteriormente, por el marcado empuje del Partido Justicia y Desarrollo (AKP, en sus siglas en turco, que había surgido en el año 2001 como sucesor de una serie de partidos islamistas ilegalizados) tras las elecciones generales de 2002, que le concedieron la mayoría absoluta. Por primera vez en Turquía, todos los temas a debatir se pusieron sobre la mesa y tanto la elite política como la sociedad parecían coincidir en una sinergia a favor de profundos cambios democratizadores. Sin embargo, reproduciendo la metáfora de Gareth Jenkins, tras la apertura de negociaciones con la UE en 2005, la primavera democrática ha dado paso a un invierno democrático. El desgaste en el empuje democratizador se ha debido a diversos factores, tales como: (1) los mensajes de ciertos gobiernos de la UE descartando la candidatura turca y apostando por otro tipo de relación privilegiada; y (2) las desiguales políticas del partido en el gobierno, el AKP, que si bien ha luchado considerablemente para limitar el poder militar, no ha mostrado la necesaria contundencia para favorecer el pleno desarrollo de la libertad de expresión en el país, materia que preocupa especialmente por la censura en Internet y las causas abiertas contra periodistas. Esta falta de coherencia reformista del gobierno ha convivido con una oposición dividida que no ha sabido hacer suyo el proyecto democratizador.

En lo que respecta al AKP, el politólogo turco Fuat Keyman lo caracteriza como un actor político global, de centro-derecha, activo y reformista, que se encuentra cómodo con la economía de mercado pero al mismo tiempo también con la política filantrópica.[2] Su actitud decidida a favor del cambio, su imagen europeísta y su habilidad de gestión le han concedido victorias electorales en 2002, 2007 y 2011. Sin embargo, como afirma Keyman, dos cuestiones enturbian este proceso, ambas con importantes consecuencias: en primer lugar, el hecho de que el AKP haya igualado democracia con mayoría parlamentaria en un país de marcadas fracturas ideológicas y sociales, y, en segundo lugar, el hecho de que ciertas demandas por parte del propio partido de libertad religiosa hayan recibido prioridad frente a otras demandas de libertades y derechos. El partido ha fallado, por tanto, en establecer un equilibrio adecuado entre su compromiso con la consolidación democrática y su carácter conservador. El resultado es que en la actualidad, si bien la sociedad turca percibe en general al AKP como un partido conservador, hay importantes sectores que se muestran muy escépticos respecto a su compromiso democrático.

Las elecciones generales de junio de 2011 eran especialmente importantes porque una de las principales tareas de la nueva legislatura, si no la más importante, será la redacción de una nueva Constitución que sustituya a la aprobada durante el gobierno de la Junta Militar que lideró el país tras el golpe de Estado de 1980. Con 326 diputados, el AKP tendrá que pactar con las otras fuerzas políticas para llevar adelante este proyecto: el Partido Republicano del Pueblo (CHP, de centro-izquierda), que ha obtenido 135 escaños; el Partido de Acción Nacionalista (MHP, ultranacionalista turco), que ha logrado 53 escaños; y el Partido de la Paz y de la Democracia (BDP, pro kurdo), que ha logrado 36 escaños.

Existe consenso entre las fuerzas políticas a la hora de apoyar la redacción de un nuevo texto constitucional, pero también existen importantes divergencias sobre el contenido del mismo. La nueva Constitución tendrá que reconciliar visiones muy diferentes, como las nacionalistas turcas y kurdas, o las sensibilidades más religiosas y las laicas, entre otras. También se discutirá la propuesta del AKP de promover un sistema presidencial frente al actual sistema parlamentario, la autonomía política de regiones y municipios y la garantía de los derechos y deberes fundamentales. Otra de las propuestas legislativas será reducir el umbral electoral del 10% para acceder al reparto de escaños en las elecciones. Será ésta, por lo tanto, una legislatura que influirá de manera determinante en el proceso de democratización turco.

De todo este proceso interno, se ha de tener en cuenta para los procesos de democratización de países vecinos que, tras la transición y la instauración de un primer gobierno democrático, viene un segundo proceso, no menos importante, que es la consolidación democrática, tal como explica el académico Guillermo O’Donnell. En este segundo proceso, que es donde se encuentra Turquía, hay que estar muy atento a que las elites dejen de lado tics autoritarios y no ayuden a perpetuar instituciones no democráticas que les puedan ser útiles para sus propios intereses. También hay que asumir que los conflictos sociales soterrados bajo el silencio autoritario saldrán a la luz. Por ello, se requiere de una enorme voluntad de inclusión y de sinergias entre los moderados de las diferentes tendencias para evitar que se recurra a medios no democráticos para perseguir sus fines. Por último, el papel de organizaciones o terceros países, aunque siempre difícil, porque puede ser percibido como injerencia, puede ser positivo y hasta necesario. Se puede contribuir no sólo a aportar una determinada experiencia en el funcionamiento de ciertas instituciones democráticas, sino a ofrecer un apoyo material y no material que impulse las reformas políticas y a los grupos que las apoyan.

Turquía y el mundo árabe

Una encuesta realizada en julio de 2009 por el think tank turco TESEV en Egipto, Jordania, Territorios Palestinos, Líbano, Arabia Saudí e Irak demostraba que Turquía contaba con una imagen positiva en estos países. Se trata de una imagen que ha mejorado en los últimos años debido, entre otros factores, a la llegada al poder del AKP en 2002, la decisión del Parlamento turco de evitar el despliegue de tropas estadounidenses en su territorio para invadir Irak en 2003, la candidatura de Turquía a la UE, la respuesta de Turquía a los bombardeos de Gaza en 2009 y el enfrentamiento del primer ministro Recep Tayyip Erdoğan con el presidente de Israel, Simon Peres, en Davos ese mismo año. Junto a estas cuestiones, el informe de TESEV señalaba que las recientes transformaciones políticas y económicas de Turquía, como su nueva política exterior más activa en Oriente Próximo, habían despertado un nuevo interés por este país, el cual se había traducido en una mejor imagen para el mismo. La nueva actitud de Turquía hacia la región ha fomentado el estrechamiento de relaciones diplomáticas y comerciales con los países vecinos.

Un nuevo informe realizado por este mismo think tank en 2010, antes de las revueltas árabes, confirmaba que la imagen de Turquía en esos países incluso había mejorado respecto al año anterior. Incluyendo Irán en esta nueva investigación, el 85% de los encuestados respondieron que percibían a Turquía de manera favorable o muy favorable. Según la académica Meliha Altunisik, esta imagen se debe no sólo a lo que Turquía “hace” sino a lo que Turquía “es”. Es decir, al hecho de que haya puesto en marcha uno de los sistemas más democráticos de la región. En cualquier caso, habría que diferenciar la visión de la opinión pública de la de sus líderes políticos, los cuales pueden ser reacios a la influencia de Turquía en la región. Por otro lado, la imagen de Turquía no es monolítica: para los sectores más liberales o progresistas, el acento positivo se pone en su proceso secularizador, en su proceso de modernización y en su apertura política, mientras que los islamistas dieron la bienvenida a la victoria del AKP en las urnas en 2002 como muestra de que Turquía retomaba con fuerza su componente islámico.

La renovada victoria en 2007 y la actitud reformista e integradora mantenida por el AKP hasta ese momento incitaron a ciertos grupos islamistas de Egipto a Marruecos a sentirse identificados con esa tendencia, sugiriendo que ellos podrían llevar a cabo procesos similares en sus respectivos países. La experiencia positiva del AKP podría disminuir el miedo a lo “islámico”. Así, Essam El-Arian, de los Hermanos Musulmanes en Egipto, declaró que el éxito del AKP demostraba “que los islamistas pueden tener puntos de encuentro con Occidente y que los éxitos económicos del AKP y su relación con otros partidos políticos y tendencias en Turquía debían ser tomadas en cuenta”. Por su parte, el secretario general del Partido de Justicia y Desarrollo (PJD) de Marruecos, Saad Eddine Al-Othmani, declaraba para el periódico Le Monde que él tomaba al AKP como ejemplo.[3] En esta línea y más recientemente, tras las revueltas en Túnez, el líder del movimiento islamista Ennahda, Rached Gannouchi comentó en una visita a Estambul en marzo que la experiencia turca “inspira al mundo árabe” y que “los derechos humanos, las libertades democráticas y el progreso económico en Turquía, son los grandes apoyos que Turquía da al mundo árabe”. Si bien las experiencias propias de cada país no pueden ser exportadas directamente a otros, sí es cierto que la experiencia turca puede ser una influencia indirecta positiva en procesos de transición hacia la democracia en la región. Pero, para ello, Turquía ha de ser consecuente con su propio proceso democrático. El conocido académico Tariq Ramadan afirmaba que “Turquía debía ser una inspiración para nosotros los observadores” a la hora de facilitar la integración democrática de los Hermanos Musulmanes en la política egipcia. Será interesante analizar en el futuro las relaciones transnacionales de estos partidos con el AKP.

Ante las revueltas en sus países vecinos, Turquía se encuentra ante un dilema. La política exterior del AKP, abanderada por su ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoğlu, se ha caracterizado por evitar la confrontación y fomentar la cooperación. Esta política de “cero problemas con los vecinos” tenía por contrapartida establecer buenas relaciones con regímenes de carácter autoritario. En estos momentos de inestabilidad política, Turquía se encuentra ante el dilema de apoyar o bien a los líderes de regímenes autoritarios o bien a las manifestaciones democráticas de sus ciudadanos. Si bien Erdoğan finalmente se acabó posicionando del lado de los manifestantes egipcios en las recientes revueltas, se le ha reprochado que no hiciera lo mismo con los manifestantes contra Mahmud Ahmadineyad tras las elecciones en Irán de 2009, o su relación con el presidente de Sudán, Omar Al Bashir, acusado de genocidio y buscado por la Corte Penal Internacional.[4]

En el caso libio, en un primer momento el gobierno turco se posicionó en contra de ser arrastrado a la intervención militar en el país, acusando a países como Francia de perseguir intereses petroleros. Hay que tener en cuenta que las relaciones franco-turcas son tensas por la oposición del presidente francés, Nicolás Sarkozy, a la entrada de Turquía en la UE. La desestabilización en el país norteafricano ponía en peligro inversiones considerables llevadas a cabo por más de 200 firmas turcas, que contaban con más de 25.000 trabajadores en la zona, los cuales fueron rápidamente evacuados. La intervención militar de la OTAN eliminaba el liderazgo de Francia en la gestión de la crisis libia y Turquía se mostró, finalmente, favorable a las operaciones de la OTAN. En mayo se decidió cortar los lazos con la administración del coronel Muammar Gaddafi, con la que se había intentado buscar una salida negociada al conflicto. El Consejo Nacional Transitorio Libio liderado por Mustafa Abdul-Jalil fue recibido en Turquía por el presidente, el primer ministro y el ministro de Asuntos Exteriores, lo que significó el reconocimiento a los rebeldes.

Respecto a Siria, el gobierno turco se encontró ante una situación aún más complicada. Las relaciones con el país vecino habían mejorado notablemente en los últimos años y se había eliminado la necesidad de visado entre estos dos países. Además, Turquía medió en las negociaciones entre Israel y Siria hasta la operación militar israelí en Gaza en enero de 2009. Erdoğan y el presidente sirio Bashar al Asad tenían buenas relaciones personales. Sin embargo, ante las revueltas sirias, el primer ministro turco ha ido endureciendo progresivamente su discurso y ha calificado de “salvaje” la represión de las mismas. También se ha posicionado públicamente a favor de las reformas que los manifestantes han demandado en Siria. Tras las elecciones generales celebradas en Turquía en junio, un representante del régimen sirio, Hassan Turkmani, fue recibido por Erdoğan. La prensa apuntó a que el primer ministro turco le habría explicado su oposición a la violencia del régimen sirio, su apoyo a las reformas políticas y su preocupación e irritación por el creciente número de refugiados sirios que había traspasado la frontera turca, que se elevaba a más de 10.000 a finales de junio. Sin duda, a Turquía le preocupa la caída del gobierno sirio y la incertidumbre que pudiera cernirse sobre el país, con el que comparte 800 km de frontera y un importante volumen de negocios, así como el interés por mantener la integridad territorial frente a futuras demandas kurdas en la zona.

Una influencia a la inversa

Por último, cabe plantearse la posibilidad de que las revoluciones en el mundo árabe influyan positivamente en este proceso democratizador turco. La UE ha perdido su posición de modelo democrático al que aspirar, una pérdida de credibilidad que no sólo se ha experimentado en Turquía, sino también en el resto de países de la región donde existe un desencanto con el papel jugado por la UE en los procesos de democratización de terceros países. Con todo ello, no hay que desvalorizar su peso concreto en el proceso de democratización turco, el cual se traduce en el día a día de las negociaciones de cara a la posible adhesión.

Sin embargo, la gélida mirada de la UE hacia las reformas democratizadoras turcas podría ser compensada por los nuevos aires de democratización que se respiran en los países vecinos, insuflando dentro de Turquía una revisión crítica y global del proceso en el que está inmersa. Como ejemplo de esta actitud está la crítica al AKP por parte de ciertos sectores de la prensa y del principal partido de la oposición, el CHP, ante la actuación de las fuerzas de seguridad frente a una protesta no autorizada junto al Parlamento en Ankara a principios de febrero de este año. En esa ocasión, cerca de 10.000 personas se manifestaron en la capital turca para protestar por un nuevo borrador de ley que podría endurecer las condiciones laborales para los trabajadores, siendo reprimidos con gas pimienta y cañones de agua. Inevitablemente, la prensa y el principal partido de la oposición aprovecharon este ejemplo para criticar la actitud de apoyar a los manifestantes egipcios, por un lado, y no escuchar a los manifestantes turcos, por otro.

Por otro lado, días antes de las elecciones de junio se convocó una acampada en Taksim –plaza emblemática de Estambul– por parte de jóvenes universitarios, entre cuyos eslóganes se encontraba: “Túnez, Tahrir, Madrid y ahora Estambul”. La acampada no tuvo apenas repercusión, pero es sintomática de que, sin duda, lo que está ocurriendo en los países vecinos se sigue en Turquía y podría tener un impacto específico en el futuro.

Al mismo tiempo que sectores de determinados países árabes van a evaluar los logros de sus transiciones en base a algunos criterios que provengan de la experiencia turca, como la presencia de partidos de origen islamista en las elecciones, o los logros conseguidos hasta el momento en el ámbito de la igualdad de género, en Turquía, inevitablemente, las reformas democráticas que tengan lugar en países de su entorno servirán de acicate para los sectores más reformistas dentro del país. Estos sectores pueden hacerse acopio de redes transnacionales que les apoyen y fortalecer sus argumentos con el ejemplo de lo que ocurra en los países vecinos.

Finalmente, no hay que dejar de lado otro posible escenario, una influencia a la inversa negativa. Es decir, si las revueltas árabes no avanzan con éxito y el clima que se extiende por el Mediterráneo y Oriente Próximo es uno de incertidumbre y desestabilización, el recurso de fomentar la seguridad a expensas de las libertades podría afectar a esta región, incluida Turquía, como ocurrió con los países europeos y EEUU después del 11-S.

Conclusión: Turquía no cuenta todavía con una democracia consolidada. Se trata de un país que está llevando a cabo su propio proceso de democratización, si bien se encuentra muy avanzado en ciertas cuestiones respecto a otros países del entorno, por lo que puede servir como referente. La igualdad legal de la mujer en este sentido es notable, por ejemplo. Cuenta también con una larga experiencia en política multipartidista y en la puesta en marcha de elecciones que ofrecen alternativas de cambio real en el poder. Sin embargo, aún debe gestionar la resolución democrática de importantes conflictos internos como las relaciones civiles-militares, la cuestión kurda o las restricciones a la libertad de expresión, que son ciertamente preocupantes.

Para convertirse en un referente democrático de la región, Turquía ha de afrontar antes sus propios desafíos políticos. Analistas turcos como Soli Ozel temen que, “la calidad de la democracia en Turquía corre el riesgo de ser eclipsada por la imagen de una Turquía democrática”. Es decir, un triunfalismo excesivo sobre los notables logros conseguidos en importantes aspectos del proceso de democratización turco puede relegar la necesidad de seguir profundizando en las reformas, dando lugar al mantenimiento de estructuras y actitudes no democráticas que envicien de manera severa dicho proceso. En esta línea, advierten que, ante los acontecimientos de la zona, sería negativo que se vuelva a dar prioridad a la estabilidad frente a la democracia, y que la UE y EEU vuelvan a apoyar a regímenes que están lejos de implementar democracias plenas y reales.

Si bien las experiencias de democratización no se pueden exportar de un país a otro, puesto que las nuevas instituciones deberán responder a la idiosincrasia propia de cada Estado, no hay que desdeñar el efecto contagio que se pueda dar lugar en estos procesos. El papel de Turquía en todo caso no puede ser el de la injerencia ya que causaría rechazo en los nuevos líderes. El AKP está llevando a cabo una activa diplomacia en la zona, un contacto constante con los partidos islamistas de los países vecinos que puede tener una influencia positiva en la normalización de estos partidos dentro del juego democrático. A su vez, el establecimiento de redes transnacionales a través de la sociedad civil puede fortalecer las demandas internas de democratización en los diferentes Estados.

Turquía puede servir como referente en determinadas cuestiones para los procesos de transición iniciados en el mundo árabe. También podría ser positivo el fortalecimiento de redes a favor de las reformas democráticas en el ámbito político y social con otros países de la zona, pero finalmente y no menos importante: la primavera árabe podría ser beneficiosa para Turquía si le aporta energías renovadas para su proceso democrático.

[1] Inmaculada Szmolka Vida (2010), “Regímenes políticos híbridos. Democracias y autoritarismos con adjetivos. Su conceptualización, categorización y operacionalización dentro de la categoría de regímenes políticos”, Revista de Estudios Políticos, nº 147, enero-marzo, pp. 103-135.

[2] Fuat Keyman (2010), “Modernization, Globalization and Democratization in Turkey: The AKP Experience and its Limits”, Constellations, vol. 17, nº 2, 2010, pp. 313-326.

[3] Citados en Meliha Altunisik (2010), “Turkey: Arab Perspectives”, Istanbul, TESEV, http://www.tesev.org.tr/UD_OBJS/PDF/DPT/OD/YYN/ArabPerspectivesRapWeb.pdf.

[4] Crisis Group (2010), Turkey and the Middle East: Ambitions and Constraints, Crisis Group Europe Report N° 203, 7/IV/2010, p.7; Nicholas Birch (2011), “Turkey: Erdogan Weighs in on Egypt, Ankara Confronts Democratization Dilemma”, 1/II/2011, eurasianet.org/turkey-erdogan-weighs-in-on-egypt-ankara-confronts-democratization-dilemma.

Carmen Rodríguez López, investigadora del Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos, Universidad Autónoma de Madrid.

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