Turquía después de las elecciones

Han concluido las elecciones de Turquía. La crisis turca, no. Ha ganado el partido islamista AKP, pero entre la antigua elite laica, el ejército y la burocracia reina la sospecha. Muchos de ellos no creen que el AKP haya adoptado posiciones más tolerantes y liberales, temen que la charia, la ley islámica, termine por imponerse y devuelva a Turquía a la edad media.

El AKP ha conseguido el 46% de los votos, una gran victoria, pero todavía está lejos de los dos tercios necesarios para modificar la Constitución. De hecho, debido a los caprichos de la ley electoral turca, en el Parlamento tendrán menos escaños que antes. Los laicos no están en buena forma, su actuación en materia de política social y económica ha sido pobre, mientras que el AKP ha obtenido un gran apoyo de la gente gracias a la prosperidad de la que ha gozado Turquía en los últimos años, con una tasa de crecimiento anual en torno al 7,5%.

En política exterior, el ejército, principal baluarte de los laicos, apoyó la invasión de la región kurda situada al norte de Iraq. Provocaciones no han faltado, pues desde principios de año, unos 200 soldados turcos murieron a manos de la guerrilla kurda, que consiguió una base en el norte de Iraq. Sin embargo, una invasión militar no resolvería nada, causaría un gran daño internacional a Turquía y podría ser el detonante de una crisis generalizada en Oriente Medio.

¿Qué representa el partido AKP, se puede confiar en él? La respuesta no es sencilla porque se trata de una coalición de distintas fuerzas, islamistas radicales y pragmáticos, que ha ido cambiando con el paso del tiempo. Erdogan, jefe del partido, era, sin duda, un islamista devoto hace diez años cuando manifestó que la democracia era buena para llegar al poder y desecharla después. En los diez años que lleva en el poder, primero como alcalde de Estambul, luego como primer ministro, su actuación no ha sido la de un extremista, sino que ha trabajado con ahínco en favor de la entrada de Turquía en la Unión Europea y, en su tiempo libre, sus intereses parecen centrarse tanto en el fútbol como en la teología islámica (el hecho de que fuera jugador profesional de fútbol no hace más que aumentar su popularidad) y bajo su dirección, Turquía se abrió al mundo.

Los laicos y el ejército temen que se trate de puro mimetismo, y que la orientación islamista básica del AKP no haya cambiado. Ven cada vez más mujeres con el pañuelo negro en la cabeza y más cubiertas, si bien es cierto que entre los parlamentarios del AKP hay un 11% de mujeres, éstas deben ocupar escaños separados de sus colegas hombres. Y los laicos se preguntan ¿se mantendrán las mismas costumbres cuando Turquía pase a formar parte de las instituciones europeas?

En la actualidad, Turquía está dividida en dos bandos enfrentados y Erdogan deberá convencer a sus adversarios de que no tienen nada, o poco, que temer. Deberá incluir políticos moderados en su nuevo Gobierno y proponer un candidato para la presidencia de Turquía que sea aceptado no sólo por su propio partido. Por otra parte, no puede extralimitarse sin provocar el antagonismo de los islamistas radicales de su propio partido, que se oponen encarnizadamente al laicismo. Se trata de un tarea harto difícil en un país donde, con gran frecuencia y gran facilidad, la lucha política ha derivado en conflictos violentos. Es posible que Erdogan lo consiga, pero no existe ninguna certeza.

Independientemente de los problemas de orden interno, están los problemas de política exterior de Turquía, como sus relaciones con la UE. Estrasburgo ha manifestado una moderada satisfacción ante la victoria de Erdogan porque parecía prometer estabilidad, aunque en la mayor parte de Europa no hay un gran entusiasmo por que Turquía sea miembro de la UE; Gran Bretaña y Suecia están a favor (países donde hay pocos inmigrantes turcos), pero Alemania y Francia tienen serias dudas. Las comunidades turcas de Europa provienen de las regiones rurales de Anatolia y son mucho más fundamentalistas que la población urbana de Turquía. Algunos nacionalistas extremos han sugerido que Turquía debería dar la espalda a Europa y a EE. UU. - pese a haber contado durante muchos años con el apoyo de Washington, el antiamericanismo está muy arraigado en Turquía-, y proponen una política exterior panturca dirigida al Cáucaso y a Asia Central, y estrechar relaciones con Moscú, Irán y el mundo árabe. Se trata de fantasías, porque difícilmente podrían combinarse elementos tan dispares. No obstante, su presencia demuestra que los sueños de poder, las ideas poco realistas que proponen restaurar la antigua gloria del imperio siguen desempeñando un papel en algunos sectores de la opinión pública. Entre los éxitos de ventas populares, hay muchos libros de corte xenófobo y de política ficción, textos sobre la guerra, incluso nuclear, en la que los ejércitos turcos se imponen a sus enemigos.

Ahora que las elecciones han terminado y que el Parlamento inicia sus sesiones el mes que viene, millones de turcos se han vuelto a marchar de vacaciones a la playa, y con menos frecuencia a la montaña. ¿Hay motivos para el optimismo? Sí, pero para un optimismo cauteloso. A diferencia de Pakistán, Iraq y algunos países árabes, Turquía no es un país fracasado y fanático. Su economía marcha razonablemente bien y, si se excluye el tema kurdo, casi no hay terrorismo. Los turcos no tienen sentimientos de inferioridad como muchos otros países musulmanes. Han sido un país independiente desde hace varios siglos, tienen una mejor comprensión de los derechos y obligaciones que supone ejercer una ciudadanía responsable. Es menos probable que, en un momento dado, participen en actos radicales, un peligro tanto para ellos como para sus vecinos. En resumidas cuentas, quienes gobiernen Turquía después de las elecciones necesitarán sabiduría y moderación para superar la actual división del país en dos bandos. Tienen más posibilidades de conseguirlo que la mayoría de sus vecinos.

Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington. Traducción: Celia Filipetto.