¿Turquía en la UE? Depende del proyecto

Por Cesáreo Aguilera, catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona (EL PAÍS, 10/10/05):

La decisión de iniciar negociaciones de integración con Turquía es una de las más trascendentales -y divisivas- que ha adoptado la UE en toda su historia, y lo que más se echa en falta es un debate generalizado, sostenido y profundo sobre la cuestión. Una vez abierto oficialmente el proceso será, de hecho, muy difícil dar marcha atrás, pese a las muchas reservas y condiciones que la UE ha puesto en el largo camino iniciado. Lo más sorprendente, a mi juicio, es haber aceptado iniciarlas sin que Turquía haya reconocido explícitamente antes a Chipre, con lo que la UE ha perdido un instrumento previo de presión formidable.

En mi opinión, los argumentos tradicionales para desaconsejar la plena integración de Turquía están desenfocados. Así, hay una serie de factores permanentes como la historia, la geografía o la cultura que me parecen demasiado relativos y opinables a la hora de sopesar los pros y los contras. Puesto que no hay criterios objetivos, admitidos por todos, sobre estas cuestiones es adentrarse en un terreno por definición muy discutible a la hora de considerar tales parámetros como los clave para aceptar o rechazar la integración de Turquía en la UE.

De más peso son los que se centran en las manifiestas carencias económicas, sociales y políticas de Turquía, que no se van a superar en el lapso de la década de negociaciones prevista para la eventual integración. Con todo, el proceso obligará a introducir reformas profundas en todos esos ámbitos, lo que será objetivamente beneficioso para ese país, pero debe quedar claro que la hipotética homologación con Europa occidental llevará mucho más tiempo que el periodo de negociación teóricamente previsto, dado el abismo que separa a ambas partes (Turquía está en el 25% de la media comunitaria: cuando España ingresó en la ex CEE estaba en el 75%). No obstante, estas graves carencias son teóricamente superables a largo plazo, de ahí que tampoco debieran esgrimirse como argumento definitivo de veto absoluto.

No niego que los vagos sentimientos identitarios de los europeos (por cierto, los ciudadanos de la UE están mayoritariamente en contra de la plena integración de Turquía) tienen su influencia y, en este sentido, no es baladí que los turcos no sean percibidos por las opiniones públicas como de los nuestros. Pero también creo que esgrimir este argumento es resbaladizo pues nos adentra en un terreno altamente impreciso y maleable. Combinando los factores tradicionales antes citados con los sentimientos de pertenencia se constata que, por ejemplo, Rusia tiene tantos títulos (si no más) como Turquía para ser miembro de pleno derecho de la UE. Que hoy este país no solicite el ingreso no quiere decir que no lo pueda hacer mañana, y basta fijarse en un mapa para ver que la incorporación de Rusia a la UE acabaría con cualquier posibilidad de articular una entidad viable no meramente económica.

Dicho de otra manera: es evidente que Turquía y Rusia forman parte de la historia europea, pero de ahí no debiera deducirse una vinculación automática con una suerte de derecho natural a integrarse en la UE. Debería quedar claro que una cosa es Europa en sentido amplio y otra la UE -algo mucho más específico y reducido-, y que no necesariamente debe buscarse la sinonimia a toda costa (Estados Unidos de América es, evidentemente, sólo una parte del continente americano, por ejemplo). Por tanto, mi única objeción a la candidatura turca es estrictamente política: sin ella quiero creer que todavía queda una remota posibilidad (desde luego, cada día más lejana tras el fracaso del Tratado Constitucional, un efecto objetivo del que parecen no haberse apercibido los izquierdistas que lo rechazaron) de que algún día la UE pueda ser una federación política (dicho en plata: los Estados Unidos de Europa), pero con Turquía dentro es prácticamente imposible pues, sentado ese precedente las ampliaciones sucesivas podrían ser ilimitadas.

Si ya tenemos numerosos Estados bien reacios -por no decir manifiestamente contrarios- a tal perspectiva estratégica (el Reino Unido o Polonia, por ejemplo), añadir un Estado tan grande y poblado como Turquía y con una clase política unánimemente tan nacionalista (¡y atlantista!) es archivar definitivamente en los hechos el proyecto mencionado. Por tanto, todo depende del proyecto estratégico que se tenga: si la UE no debe pasar de ser esencialmente un gran mercado estabilizador de democracias nacionales (y hay muchos gobiernos y ciudadanos europeos que comparten este punto de vista), pues entonces la integración de Turquía resulta incluso funcional. Ahora bien, los que aún acariciamos el viejo sueño de los Estados Unidos de Europa debemos darlo por liquidado con tal ampliación. A salvo de que en el seno de la UE surja eventualmente un núcleo duro de algunos Estados dispuestos realmente a ir hacia la plena federalización política. Si eso ocurriera, tendríamos dos círculos concéntricos coexistentes, uno reducido claramente político, y otro sobre todo económico más amplio, lo cual originaría efectos ambivalentes pues durante mucho tiempo no quedaría claro hacia dónde se podría evolucionar.

En suma, si algún futuro día la UE se convierte en una verdadera federación y Turquía manifiesta deseos de ingresar en ella (con toda la renuncia a los clásicos atributos de su soberanía nacional que ello comportaría), pues bienvenida sea. Mientras no sea así, creo que sería mejor para la UE que ese país esperase y buscara asociarse estrechamente en diversos campos de cooperación con aquélla, precisamente para no obstruir con su ingreso previo aquella posibilidad.