Turquía tras las elecciones

Las elecciones legislativas turcas del 22 de julio se han celebrado en una coyuntura de crispación y polarización política y social. El principal detonante fue el truncado proceso de elección presidencial del mes de mayo, salpicado por numerosas manifestaciones y por el intervencionismo de las fuerzas armadas, que rechazaban la supuesta deriva islamista del Gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP).

En los últimos años Turquía ha experimentado cambios políticos y económicos espectaculares recompensados con el inicio de las negociaciones de adhesión con la UE en octubre del 2005. La pregunta clave es cuál será el impacto de los resultados electorales del pasado domingo sobre la evolución política y económica de Turquía y su vocación europea.

Para responderla debe entenderse el mensaje expresado por la ciudadanía turca este domingo. Sobresalen seis aspectos. El primero, la altísima participación, de más del 80%, que muestra el compromiso popular con la esencia del sistema democrático.

El segundo, que los ciudadanos han respaldado la acción de Gobierno del AKP, frente a las críticas del estamento militar y de algunos sectores laicistas.

El AKP podrá gobernar el país en solitario aunque, eso sí, deberá llegar a pactos con otras fuerzas políticas para modificar la Constitución y, lo más importante, para elegir al presidente de la República.

El tercero es que estos comicios evidencian una anomalía del sistema de partidos turco: la ausencia de una alternativa de izquierdas democrática. La principal fuerza de la oposición, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), es investigada por la Internacional Socialdemócrata, crítica con el nacionalismo y el militarismo de este partido.

El cuarto es la poco halagüeña entrada del ultraderechista Partido de la Acción Nacional (MHP), en el Parlamento. Este partido, obsesionado con las teorías de la conspiración y con el riesgo de división del país, ha conseguido excelentes resultados atacando a la UE y al nacionalismo kurdo. Su presencia en el Parlamento reforzará, probablemente, los temas nacionalistas en la agenda política, a nivel nacional e internacional.

El quinto es que el islamismo político radical, representado por el Partido de la Felicidad (SP) de antiguo primer ministro Necmettin Erbakan, no ha alcanzado ni el 3% de los votos. Ello demuestra cuán exagerados son los temores de algunos círculos laicistas sobre el riesgo de islamización del país, puesto que quienes realmente defienden esos planteamientos no son los cuadros del AKP sino los del partido de Erbakan.

El sexto y último es que estas elecciones serán recordadas por la irrupción de los candidatos independientes, la mayoría cercanos al nacionalismo kurdo. El sistema electoral hacía virtualmente imposible que los partidos nacionalistas kurdos consiguieran representación parlamentaria. Sin embargo, su flexibilidad con los candidatos independientes ha sido una válvula de escape para que, por primera vez desde 1994, una parte importante de los ciudadanos de Turquía puedan ver expresadas sus preocupaciones en el Parlamento.

Con estos seis elementos en mente, podemos intuir que el próximo Gobierno proseguirá la línea política mantenida a lo largo de los últimos cinco años, sin necesidad de llegar a pactos regulares con otras fuerzas políticas, sin estar pendiente del asentimiento de las fuerzas armadas y presentado especial atención a la cuestión kurda. ¿Cómo se traducirá esto en el proceso de adhesión de Turquía a la UE?

El Gobierno del AKP, más que ningún ejecutivo anterior, se ha caracterizado por haber dado grandes pasos para conseguir el principal objetivo de la política exterior turca: la plena integración en la UE. Su valentía y su diligencia a la hora de aprobar reformas políticas para cumplir los criterios exigidos por la UE fueron apreciadas tanto dentro como fuera del país.

Así pues, el mantenimiento de esta línea, debilitada últimamente por imperativos electorales, es una buena noticia para los sectores europeístas en Turquía. Sin embargo, es una noticia insuficiente. Lo es por dos motivos: porque no ha desaparecido el riesgo de crisis política y porque las resistencias de algunos países europeos están motivadas por cuestiones ajenas al perfeccionamiento de la democracia turca y su vitalidad económica.

No ha desaparecido el riesgo de crisis porque aún está pendiente la elección presidencial. Sin embargo, el hecho de que el AKP no haya logrado la mayoría suficiente para imponer su candidato le obligará a llegar a acuerdos con las demás fuerzas políticas. Si de ello emerge un candidato o candidata de consenso se cerrará por fin este periodo de crispación. Esta opción, la más deseable, estará sujeta a la siempre volátil vida política turca y a la voluntad de un Erdogan reforzado tras la abrumadora victoria del pasado domingo.

Incluso si se superara con éxito este reto, Turquía no tendrá garantizada la aceleración del proceso de adhesión a la UE. Han desaparecido muchos de los aliados de antaño como Blair, Berlusconi o Schröder. En cambio, líderes como Sarkozy o Merkel expresan públicamente sus dudas acerca de la conveniencia de integrar Turquía en la UE. A corto plazo, el principal objetivo será rebajar la polémica en las relaciones UE-Turquía, avanzar tanto como sea posible a nivel técnico y esperar a que haya un contexto más propicio en la UE para dar el impulso que estas relaciones requieren.

Eduard Soler i Lecha, coordinador del programa Mediterráneo de la Fundación Cidob.