Turquía tras Taksim

Viví desde su inicio muy de cerca las protestas en Taksim y posteriormente en Ankara donde tuve ocasión de hablar con representantes destacados tanto del Gobierno y del AKP, como de todos los partidos de la oposición. También conversé con diferentes personas que participaban en las manifestaciones tanto en Estambul como en la capital. Mi impresión es que se trata de una protesta espontánea, muy transversal, con predominio de jóvenes educados de clase media y media alta, con insistencia en la defensa de estilos de vida más liberales frente a algunas de las políticas de Erdogan, que se consideran intervencionistas y proislamistas, como las restricciones en el consumo de alcohol o del tabaco. La reacción inicial de la Policía fue excesiva y ello generó un enfrentamiento violento con grupos de manifestantes más radicalizados que en ocasiones acababan en las primeras horas de la madrugada en verdaderas batallas campales. Posteriormente el núcleo de los manifestantes se ha solidificado, con acampadas en Taksim que son desalojadas por la fuerza y con duros enfrentamientos que han dejado un número importante de heridos y detenidos y también varios muertos. El aspecto festivo durante el día se convierte al avanzar la noche en un enfrentamiento violento con una policía que ha tenido que responder a órdenes sucesivas de retirada y de emplearse a fondo.

Las protestas muestran las ambivalencias de 10 años de crecimiento económico ininterrumpido, así como las paradojas del sistema político turco. Las manifestaciones ponen a Erdogan en una situación que puede complicar sus planes de ser elegido por referéndum presidente de Turquía en julio de 2014. Los estatutos internos de su partido, el AKP (Justicia y Desarrollo) le impiden presentarse a una tercera reelección como primer ministro. Aunque no es impensable que sean modificados –lo que sin duda beneficiaría a la plana mayor de su partido, sometida a las mismas limitaciones de democracia interna–, esa decisión no sería bien recibida. Para llevar a cabo la reforma constitucional que abriría las puertas a un régimen más presidencialista, Erdogan necesita una mayoría de dos tercios –más allá de sus 327 escaños de un total de 550–, que solo le puede proporcionar el BDP, el partido de la minoría kurda, y con cuyos dirigentes el primer ministro conduce desde hace algún tiempo unas conversaciones consideradas excesivamente secretas por la oposición.

Erdogan es un político carismático y hábil, cuyas políticas han conseguido acercar a Turquía a la Unión Europea y embridar a los militares, además de integrar en el sistema político y social a clases populares y regiones tradicionalmente alejadas de las élites occidentalizadas de Estambul y otras ciudades. Sus errores más graves han sido el exceso de concentración del poder, y el intento de acallar voces opositoras, particularmente entre los militares, los periodistas y los jueces. Muchos de ellos han acabado en la cárcel, empezando por una gran mayoría de los generales y almirantes del país, implicados en los misteriosos casos de espionaje y complot político. Paradójicamente, el islamismo moderado del AKP es modernizador y su política económica ha triplicado el PIB turco en algo más de 10 años. Erdogan cuenta con un respaldo democrático del 49% en las últimas elecciones, aunque la economía ha crecido a un menor ritmo en los últimos tiempos, a la par que aumentaban los rumores de burbujas especulativas. Turquía se ha convertido en una potencia regional de primer orden, interlocutor imprescindible con gran parte de sus vecinos y mediador en la crisis siria, hasta el punto de convertirse en aliado privilegiado de Washington. Parte de las protestas expresan su desacuerdo con una política excesivamente proclive a los rebeldes sirios, que genera el temor de acabar viéndose envueltos en una guerra.

A pesar de las dificultades de la negociación, todos los grupos políticos siguen manteniendo como objetivo principal de la política turca la adhesión a la Unión Europea, un proceso largo y complejo –con un buen número de capítulos bloqueados– pero que ha sido esencial para la progresiva democratización del país.

Para Occidente la estabilidad interior de Turquía y la prosecución de su acercamiento a la Unión Europea son vitales. Las protestas de Taksim son una expresión positiva de la pluralidad democrática de la sociedad turca. Tanto el presidente, Abdullah Gül, como el viceprimer ministro y otros cargos del AKP así lo han interpretado en sus declaraciones. El camino a partir de ahora no puede ser sino continuar con la senda del diálogo, del encuentro de soluciones comunes entre el Gobierno y los representantes de las manifestaciones. a pesar de las dificultades objetivas de identificar los intereses de un colectivo dispar. Pero Erdogan no tiene nada que perder y sí mucho que ganar mostrándose proclive al diálogo y escuchando con atención a todos los sectores de la sociedad turca; debe mostrar, también ahora, un ineludible compromiso con la democracia.

José María Beneyto es catedrático de Derecho y portavoz del PP en la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso.

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