Turquía y Europa, dos trenes en curso de colisión

Por Joschka Fischer, ex ministro de Relaciones Exteriores de Alemania y vicecanciller de 1998 a 2005. Fue líder del Partido Verde. En la actualidad es profesor visitante en la Universidad de Princeton (EL PAÍS y LE FIGARO, 02/10/06):

Al intervenir en Líbano, los europeos han tomado una decisión de largo alcance, cargada de riesgos y, al mismo tiempo, correcta. El futuro de la seguridad de Europa estará determinado por el Mediterráneo oriental y Oriente Próximo. Europa, le guste o no, ha asumido un nuevo papel estratégico en la región. Si fracasa, el precio que pagará será alto.

En vista de los riesgos, es de la mayor importancia que se desarrolle un Marco Estratégico europeo para esas zonas, que Europa defina claramente sus intereses. Y en cualquier variación de ese Marco Estratégico, Turquía deberá jugar un papel central en lo político, militar, económico y cultural.

Salvaguardar hoy en día los intereses de Europa significa establecer un sólido vínculo (de hecho, un lazo indestructible) con Turquía como piedra angular de la seguridad regional. Por ello es sorprendente que se esté haciendo lo contrario.

La modernización y democratización exitosas de Turquía, con una fuerte sociedad civil, el imperio de la ley y una economía moderna, no sólo serán enormemente beneficiosas para ese país, sino que exportarán estabilidad y servirán como modelo de transformación en el mundo islámico. Y la modernización exitosa de un país musulmán de gran tamaño será una contribución decisiva a la seguridad de Europa.

Desde los días de Kemal Atatürk, fundador de la Turquía moderna, la modernización de este país ha dependido de su perspectiva occidental o europea. Durante los últimos 43 años, esta perspectiva ha estado definida por el interés turco en unirse a la Unión Europea y por la promesa de la UE de una futura incorporación. Sin embargo, en el momento en que es evidente que las crisis del flanco oriental de Europa (Irán, Irak, Siria, el conflicto del Oriente Próximo, Asia Central y el Sur del Cáucaso, el terrorismo islamista, la inmigración y las amenazas al suministro energético europeo) deberían dejar en evidencia la capital importancia de Turquía para su seguridad, Europa manifiesta su desinterés en las relaciones turco-europeas.

Este otoño, la Comisión Europea debe dar a conocer un informe sobre los avances en las negociaciones para la integración de Turquía a la Unión. Puede producirse una peligrosa situación, ya que ese documento amenaza con hacer fracasar el proceso.

La disputa clave gira en torno a Chipre. Turquía se ha negado a abrir sus puertos, aeropuertos y rutas a la República de Chipre, como está obligada a hacerlo por el Protocolo de Ankara, que establece los términos de las negociaciones del acceso turco a la UE. Turquía explica su actitud por el hecho de que la UE no ha cumplido su promesa de abrir el comercio con el Norte de Chipre, que está bajo dominio turco, como resultado de un veto del gobierno greco-chipriota de Nicosia. La UE hizo estas promesas en el Consejo de jefes de Estado y de Gobierno de diciembre de 2003, y formalmente en el Consejo de Ministros de Exteriores de abril de 2004, pero hasta el momento no las ha cumplido. De modo que es Ankara (¡y no la UE!) quien tiene un buen argumento.

Cuando se firmó el Protocolo de Ankara, el gobierno del primer ministro turco Recep Tayyip Erdögan logró algo que hasta entonces se había considerado imposible: rompió la oposición de décadas de los turco-chipriotas a llegar a un acuerdo entre las dos partes de la dividida isla. El norte de Chipre, turco, aceptó el plan del secretario general de la ONU, Kofi Annan (apoyado por una abrumadora mayoría de la UE) para resolver el conflicto. Sin embargo, el sur, griego, lo rechazó, instigado por su Gobierno. Sería profundamente injusto y poco acertado que el informe de la Comisión Europea haga responsable a Turquía por su rechazo a hacer más concesiones al Chipre griego (que ahora es miembro de la UE) y, al mismo tiempo, se niegue a culpar al Gobierno de Nicosia, que es la causa real del bloqueo.

Algunos países de la UE (principalmente Francia, Alemania y Austria) parecen solapadamente complacidos por la perspectiva de un choque en este asunto, bajo la creencia de que obligará a Turquía a renunciar a su aspiración a formar parte de la UE. Sin embargo, esta actitud es irresponsable. La UE está a punto de cometer un grave error estratégico si permite que su informe de este otoño se guíe por miopes consideraciones internas de algunos de sus Estados miembros más importantes.

¿Qué perspectiva tendría Turquía fuera de la UE? ¿Ilusiones pan-turcas? ¿Regresar a Oriente y al islam? Nada de eso funcionaría. Sin embargo, Turquía no se sentará pasivamente a las puertas de una Europa que está obligándola a forjar alianzas con sus rivales regionales tradicionales, Rusia e Irán. Estas tres potencias, cada una de las cuales es de gran importancia para Europa, han sido rivales por siglos, por lo que una alianza entre ellas parece casi un imposible. Sin embargo, Europa parece empeñada en que así ocurra, muy en su perjuicio.

Dentro de Turquía, las encuestas muestran que se intensifica la frustración con Europa, mientras se ve a Irán de modo cada vez más positivo. Está creciendo un sentimiento de distanciamiento con Occidente, y las relaciones diplomáticas turcas con Rusia han llegado a un nivel de cercanía desconocido hasta ahora.

Por supuesto, hay una gran resistencia interna en Turquía al acceso a la Unión Europea. El resultado final del proceso de integración es, por tanto, un asunto abierto en ambos lados. No hay duda de que Turquía tiene un largo camino que recorrer. Sin embargo, poner en peligro este proceso en estos momentos, con plena conciencia de sus costes posibles, es un gran acto de estupidez por parte de los europeos, y la estupidez es el peor pecado en política.

En las relaciones turco-europeas, dos trenes viajan en la misma vía rumbo a una colisión frontal. Ni Turquía ni Europa pueden permitirse un choque que es demasiado previsible.

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En intervenant au Liban, les Européens ont pris une décision radicale, risquée et, en même temps, juste. L'avenir de la sécurité européenne se décidera effectivement à l'est du bassin méditerranéen et au Proche-Orient. Qu'elle le veuille ou non, l'Europe joue désormais un rôle stratégique dans cette partie du monde. Si elle échoue, le prix à payer sera très élevé.

Compte tenu des risques considérables pris par l'Europe, en ayant pleinement conscience de leurs conséquences, il est de la plus haute importance d'élaborer une « grande stratégie » européenne pour l'est de la Méditerranée et le Proche-Orient, afin que l'Europe puisse clairement et calmement définir ses intérêts. Quelle que soit la teneur de cette grande stratégie, la Turquie devra occuper une place centrale - aux niveaux politique, militaire, économique et culturel.

À l'heure actuelle, il est crucial d'établir une relation solide et infrangible avec la Turquie, clé de voûte de la sécurité régionale, en vue de protéger les intérêts de l'Europe. Il semble donc incroyable que l'Europe fasse exactement le contraire et qu'elle continue à fermer les yeux sur la question stratégique posée par la Turquie.

La réussite de la modernisation et de la démocratisation de la Turquie - grâce à une société civile influente, à l'État de droit et à une économie moderne - ne sera pas seulement hautement bénéfique pour le pays, elle permettra également d'exporter la stabilité et servira de modèle pour transformer le monde islamique. Par-dessus tout, la modernisation réussie d'un grand pays musulman profitera très certainement à la sécurité du vieux continent. Depuis l'époque de Kemal Atatürk, fondateur de la Turquie moderne, l'évolution du pays repose sur des perspectives occidentales et européennes.

Mais l'Europe se délecte de son désintérêt pour l'état de ses relations avec sa voisine, au moment même où il suffit de jeter un simple coup d'oeil aux crises qui sévissent à l'est de l'Europe - le conflit au Proche-Orient, les tensions en Iran, en Irak, en Syrie, en Asie centrale et dans le Caucase du Sud, le terrorisme islamique, l'émigration et les menaces qui planent sur l'approvisionnement énergétique de l'Europe -, pour admettre le rôle crucial de la Turquie en matière de sécurité européenne.

La Commission européenne prévoit de publier à l'automne un rapport sur l'état d'avancement des négociations de l'accession de la Turquie à l'Union européenne. Ce rapport pourrait bien entraîner une situation périlleuse, car il risque de faire dérailler l'ensemble du processus. Le désaccord majeur concerne Chypre.

La Turquie a refusé d'ouvrir ses ports, ses aéroports et ses routes à la République de Chypre, alors qu'elle y est tenue par le protocole d'Ankara, qui fixe ses conditions d'adhésion. La Turquie justifie son refus par l'échec de l'Union européenne à respecter son engagement de développer les échanges commerciaux avec la partie nord de Chypre, régie par la Turquie. L'Union européenne s'y était engagée au Conseil de l'Europe en décembre 2003, puis officiellement au Conseil des ministres des Affaires étrangères en avril 2004, mais à ce jour, elle n'a toujours pas tenu ses promesses. C'est donc Ankara - et non l'Union européenne ! - qui a raison sur ce point.

Avec la signature du protocole d'Ankara, le gouvernement du premier ministre turc Recep Tayyip Erdoğan a obtenu ce qui était considéré jusqu'alors comme inimaginable : il a brisé l'opposition vieille de dizaines d'années des Chypriotes turcs à tout compromis entre les deux parties de Chypre.

Le Nord turc a accepté le plan de Kofi Annan, secrétaire général des Nations unies (fermement soutenu par l'UE), visant à résoudre ce conflit de longue date. Mais le Sud grec de l'île, attisé et enflammé par son gouvernement, l'a rejeté. Il serait profondément injuste et totalement déplacé que le rapport de la Commission européenne tienne la Turquie pour responsable du refus de faire des concessions supplémentaires à la partie grecque de l'île (désormais membre de l'Union européenne) et qu'il se garde de blâmer le gouvernement de Nicosie, véritablement à l'origine du blocage.

Certains acteurs de l'Union européenne - principalement en France, en Allemagne et en Autriche - semblent se réjouir avec suffisance d'une éventuelle querelle sur le sujet, pensant qu'elle inciterait la Turquie à renoncer à son adhésion. Cette attitude est irresponsable. L'Union européenne est sur le point de commettre une grave erreur stratégique en laissant son rapport automnal être guidé par les considérations peu clairvoyantes de politique interne de certains États membres influents.

L'attitude européenne pousse la Turquie à forger des alliances avec la Russie et l'Iran, ses rivaux traditionnels de la région. Ces puissances, toutes trois d'une importance capitale pour l'Europe, s'opposent depuis des siècles. Il est donc improbable de les voir s'allier. Néanmoins, l'Europe semble vouloir à tout prix réaliser l'impossible au détriment du continent.

Il ressort des sondages d'opinion effectués en Turquie que la frustration causée par la situation avec l'Europe s'intensifie, tandis que l'Iran attire davantage les bonnes grâces.

Le sentiment d'être en marge de l'Occident se propage et les relations diplomatiques avec la Russie sont plus étroites que jamais. La résistance à l'adhésion de la Turquie à l'Union européenne est bien entendu massive. Le résultat final reste donc une question ouverte pour les deux parties.

La Turquie a certes un long chemin à parcourir, mais entraver sans cesse son processus d'intégration, tout en étant au fait des répercussions éventuelles, est un acte insensé lourd de conséquence de la part des Européens - qu'y a-t-il de pire que d'agir de façon insensée en politique ? Les relations entre l'Europe et la Turquie vont droit dans le mur. Ni la Turquie ni l'Europe ne peuvent se permettre une collision qui n'est que trop prévisible.