Ucrania es el archiduque Franz Ferdinand del siglo XXI

Cuando estudiábamos los orígenes de la Primera Guerra Mundial, los profesores de historia eran pedregosos a la hora de aclarar por qué el asesinato de un archiduque austriaco (Francisco Fernando nos repetíamos para memorizarlo) fue la chispa que detonó la gran batalla planetaria.

El archiduque Francisco Fernando (Franz Ferdinand en alemán) de nuestros tiempos es Ucrania, porque en ese país de Europa Oriental posado sobre el Mar Negro podría iniciarse la Tercera Guerra Mundial. Hoy, las redes sociales nos acercan los remotos conflictos bélicos al colarse en nuestro móvil con tuits y memes insolentes que desacralizan los temas políticos y nos los sirven convertidos en posmobits.

Las viejas estrategias de propaganda y autobombo pueden convertirse en un bumerán viral, como la mesa de seis metros de longitud que Vladímir Putin usó para escenificar un encuentro con el presidente francés Emmanuel Macron en el Kremlin. Sí, era ingenioso el tuneo de la mesa, inmortalizada como un subibaja rotulado con un "Guerra o Paz" bajo el que se balanceaban el líder ruso y el francés, pero ¿alguien sabe realmente lo que nos jugamos los europeos si prospera este conflicto incipiente?

Lo que hoy es la república soberana de Ucrania era en el siglo IX una región incluida en una confederación de tribus eslavas llamada la Rus de Kiev, que al cabo de tres siglos y medio sucumbió a la invasión mongola de 1240. Ocho siglos después, Ucrania está marcada por su posición estratégica sobre el mapa europeo.

De modo parecido a España (puerta de entrada a Europa desde África), Ucrania es un país-frontera entre Europa Occidental y Europa Oriental y (como España) ha estado históricamente bajo el dominio de otras naciones durante la evolución política del continente eurasiático. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, de la que surgen los dos grandes bloques de la Guerra Fría, la Rusia soviética se queda con Ucrania, que recupera su soberanía al disolverse la URSS tras la caída del muro.

Pero ¿por qué gira una crisis política global en torno a Ucrania? ¿Por qué Ucrania ofusca a Putin hasta el punto de llevarle a incitar esta crisis global que de hecho es una autocrisis? ¿Y por qué los países enredados en la provocación putinesca están dispuestos a jugársela para defender a este país de 44 millones de habitantes?

La respuesta es sencilla: Ucrania es una democracia. Una democracia imperfecta, mejorable, pero cuya población disfruta de una libertad que no poseen los 144 millones de rusos. Los ucranianos ejercen su derecho al voto en unas elecciones limpias, salen a la calle a protestar en manifestaciones cuando algo les parece mal, tienen una prensa crítica y están protegidos por un Estado de derecho.

En 2019, el electorado ucraniano eligió presidente a un candidato independiente y ajeno a la política, Volodymyr Zelensky, mientras que en Rusia ha sido presidente o primer ministro desde hace dos décadas la misma persona: Vladímir Putin. A las últimas elecciones parlamentarias rusas no pudieron presentarse varios candidatos de la oposición, algunos de los cuales están en la cárcel o han tenido que exiliarse.

El Gobierno de Pedro Sánchez pretende tener un papel en la crisis de Ucrania. Recordemos que España no ha participado en ninguna gran guerra europea durante el siglo XX y que pronto cumplirá cien años de ombliguismo guerracivilista, mientras Estados Unidos ha mantenido una hiperactiva y agresiva política exterior.

Joe Biden ha reaccionado con firmeza ante la crisis de Ucrania, desoyendo las exigencias rusas de congelar el número de países que son miembros de la OTAN, incrementando el armamento prometido a Kiev y garantizando el suministro de gas ante la paralización del gasoducto Nord Stream 2 a causa de la ofensiva rusa.

Acostumbrado Sánchez a un electorado izquierdista que responde mecánicamente ante los espantajos simplones del PSOE (el Franco eterno y ahora el sucedáneo Vox), parece costarle aceptar que esa izquierda estadounidense con la que pretende aliarse en el conflicto ruso-ucraniano es una izquierda anticomunista, antinacionalista y antiterrorista.

Para entender lo que vería Biden si llegara a mirar alguna vez a Sánchez hay que imaginar un distópico gobierno estadounidense de coalición con una Esquerra de California, un Partido Nacionalista de Minnesota, un Partido del Ku Klux Klan, un Bloque Nacionalista de North Dakota, un Idaho Existe y un Nuevo Hawai. Una cosa es que el vetusto Biden se eche sueñecitos en público y otra es que busque infligirse esta clase de pesadillas.

Gabriela Bustelo es escritora y periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *