Ucrania, la última carta

Alto el fuego, zona desmilitarizada, autonomía amplia para los territorios rebeldes, observadores imparciales, intercambio de prisioneros, desarme y desmantelamiento de las milicias, levantamiento gradual de las sanciones, ayuda económica para todos... El contenido de la agenda en la cumbre de hoy en Minsk, a la que asistirán los presidentes de Rusia, Ucrania y Francia, y la canciller alemana, Angela Merkel, responsable principal de la iniciativa diplomática, difiere poco del acuerdo alcanzado en la misma ciudad bielorrusa el pasado 5 de septiembre. Merkel y Hollande prepararon el terreno la semana pasada en Kiev y en Moscú, y Merkel precisó los detalles de la posición occidental anteayer en la Casa Blanca. Putin ha adelantado sus condiciones en un documento de 9 páginas distribuido el lunes por el Kremlin. Exige que se reconozca a los rebeldes como partes iguales en la negociación, la ampliación del territorio bajo su control, autonomía rayana en la independencia, el fin definitivo de los ataques del ejército de Ucrania y la reanudación del pago de pensiones y de los servicios públicos por Kiev a los más de 5 millones (1 millón menos que hace un año) que habitan la zona de guerra en el este del país. Tras el encuentro del lunes en Washington con Obama, Merkel reconoció que «no hay ninguna garantía de éxito», pero insistió en que, si fracasa la diplomacia, EEUU y Europa deberán estar unidos para el endurecimiento de las sanciones. «Debemos estar preparados para todo», dijo Obama. «Putin tiene que hablar seriamente con los separatistas y, si fracasa el diálogo, habrá que decidir qué hacer para modificar los cálculos del presidente ruso».

En un informe del Center for Strategic and International Studies (CSIS) de Washington, que ha hecho suyo el congresista californiano Adan Schiff, el demócrata más influyente en el Comité de Espionaje del Senado, y en una carta firmada el pasado jueves por once miembros, demócratas y republicanos, del Comité de las Fuerzas Armadas se pide a Obama que apruebe el envío inmediato de armas (letales y defensivas, se añade en algunos textos) a Kiev para que pueda defenderse. Merkel y, por ahora, Obama, descartan la idea, convencidos, como señala Markus Kaim, del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad, de que «sería echar gasolina al fuego» y el inicio de una escalada militar en la que, como Merkel no se cansa de repetir, Rusia tendría todas las de ganar. La opinión de Merkel, compartida por Obama aunque no lo reconozca explícitamente, es que Occidente no puede ni debe arriesgarse a una guerra con Rusia por Ucrania. En consecuencia, sólo hay dos opciones: negociar con el Kremlin un modus vivendi aceptable para todos menos para los que soñaron en Maidán con una Ucrania libre, democrática e independiente dentro de Europa o elevar (con ayuda militar y económica a Kiev, y multiplicando el cerco económico y comercial a Rusia, ya muy tocada por el desplome de los ingresos por petróleo y por las sanciones) el precio por su comportamiento, confiando en un futuro mejor cuando Putin ya sea historia.

Tras cinco meses de frágil tregua, las fuerzas separatistas -dirigidas y apoyadas por el Ejército ruso aunque el Kremlin siga negándolo oficialmente en interés tanto de Occidente como de Rusia para evitar una escalada inmediata del conflicto, que a nadie interesa todavía- lanzaron una ofensiva en enero para hacerse con el control de los puntos estratégicos (aeropuerto, centrales eléctricas, estaciones de ferrocarril, puerto...) de los territorios en disputa y garantizar, así, la viabilidad de un nuevo pseudoestado. A quienes se lo echan en cara, Putin les recuerda Kosovo.

En una carta reciente al presidente de Ucrania, Victor Poroshenko, Putin exige abiertamente un estatuto para Donestk y Luhansk similar al de Transnistria (Moldova) y Abjazia (Georgia). Merkel ha confesado en privado que, si Putin se sale con la suya en Ucrania, es probable que busque nuevos trofeos en el Cáucaso, en el Báltico o en los Balcanes. La incapacidad de Kiev para resistir la ofensiva convenció a Merkel de la urgencia de una nueva acción diplomática como la de hoy, aunque sea la última carta para evitar una confrontación militar mucho más peligrosa.

Felipe Sahagún es profesor de RRII de la Universidad Complutenese y miembro del Consejo Editorial de El Mundo.

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