Ucrania, nuestro relato no engancha

La narrativa en Occidente es bastante uniforme: Putin agredió a Ucrania violando el Derecho internacional y sus propias promesas, miente como un bellaco, hace estragos cometiendo crímenes de guerra, y se equivocó en todo creyendo que la invasión se convertiría en una vuelta al ruedo triunfal entre aclamaciones y devolución de prendas (algo así como la entrada del franquista Yagüe en Barcelona en 1939). Hay alguna disonancia, Berlusconi, algún miembro del partido francés de Le Pen y nuestras dos ministras podemitas expertas en Derecho internacional, Belarra y Montero, a las que Sánchez no se atreve o no puede amordazar.

Ucrania, nuestro relato no enganchaLa mayoritaria opinión occidental –estudios serios muestran que los europeos desean hoy claramente que Putin sea derrotado aunque signifique prolongar la guerra– contrasta llamativamente con las creencias rusas y, en buena medida, con las del Sur Global. Tomemos la realidad que narra 'Le Monde'. Un joven ucraniano que sufre las bombas cayendo en su localidad, destrozando viviendas, sembrando el pánico, con su madre refugiada en un subterráneo, tuitea a parientes en la cercana Rusia la horrible situación en que se encuentran. La abuela no le responde, una tía le dice : «No le escribas más porque piensa como Putin», y la prima le da una respuesta peregrina: «Fúgate y vente a Rusia». Ingenuamente, él manda otro correo en el que le pide que cuente a sus amigos que está «viviendo una invasión, que les diga la verdad y a lo mejor empiezan a protestar». La joven prima responde: «No estoy de acuerdo contigo y no contaré a los amigos toda esa mierda que dices».

La actitud de las tres generaciones está extendida en Rusia. Los once millones de ucranianos (28 por ciento de la población) que tienen familiares cercanos en el país agresor se enfrentan, en llamadas, a un mundo ignorante o cobarde. La propaganda del régimen ha hecho mella en buena parte de la población rusa, especialmente los jubilados y las personas con pocos estudios. Un sector aún mayoritario de la población asume que no se trata de guerra, sino de una operación militar especial, que Ucrania está regida por nazis sobornados por Estados Unidos, que Rusia, como con frecuencia en la historia (Rusia sólo puede ser «víctima o agredida» aunque esto case mal con el ataque a Polonia y Finlandia en la Segunda Guerra Mundial), es una fortaleza sitiada por enemigos que quieren destruirla, y que Putin no tuvo más remedio que intervenir y los soldados rusos no pueden cometer atrocidades. Todo falso.

Este apoyo extendido obedecería al miedo a la represión, al convencimiento de que el Estado siempre tiene razón, de que la política no es asunto para la gente normal, y algo más ancestral: sus enemigos quieren hundir a la gran Rusia. La machacona propaganda oficial, que controla los medios, instila en la opinión pública que la identidad de Ucrania es una farsa, que los soldados rusos acuden a salvar a los ucranianos de un régimen extraño, nazi, corrupto. La consideración de los ucranianos ha cambiado: una encuesta muestra que a causa de la guerra, el 11 por ciento los odia, el 30 siente desconfianza, miedo hacia ellos, y la simpatía ha caído a un 28 por ciento.

Si el relato en Rusia es opuesto al nuestro, el que circula en gran parte del mundo tampoco se asemeja. La ONU votó hace días una resolución que censura a Rusia y «exige que retire sus tropas sin condiciones del territorio ucraniano respetando sus fronteras». Un total de 141 países votaron a favor, siete (los 'facinerosos' habituales, Corea del Norte, Nicaragua, Bielorrusia…) en contra, y 32 se abstuvieron. Borrell se ha alegrado con la confirmación del vasto apoyo a Ucrania. «La resolución no es un pedazo de papel», ha remachado. La afirmación, con todo, hay que aguarla por dos razones: primero, las resoluciones son de la Asamblea, no del Consejo de Seguridad, que es quien puede tomar acciones contra un agresor. El Consejo está paralizado por el veto ruso. ¡Qué gran ocasión para proclamar, empezando por Guterres, el secretario general de la ONU, que el veto es una monstruosidad sangrante e insultante! Putin ríe a carcajadas con la retórica. Y dos, que grandes potencias se han abstenido a pesar de que Putin se ha ciscado con recochineo en la Carta de la ONU, en la legalidad internacional. Un 73 por ciento de los habitantes del planeta, China, India, Irán, Sudáfrica, Argelia, Etiopía... vive en países que no votan a favor en un caso tan flagrante, «una afrenta a nuestra conciencia colectiva», según Guterres. Putin se carcajea: sus intercambios comerciales con China han aumentado 29 por ciento durante la guerra, y con la India, en un 400 por ciento.

Las razones que aclaran esta equidistancia de los países grandes mencionados y de los 17 africanos que han votado en contra o se han abstenido son asimismo diversas. Para comenzar, «el enemigo, EE.UU., de mi amigo es mi amigo», algo aplicable a China, Bielorrusia, Irán, Corea del Norte, etcétera. Sigamos con la dependencia militar o económica. Argelia o India la tienen, vital, del suministro militar de Rusia ante serias fricciones con China o con Marruecos respectivamente; en África, Rusia y China han propalado con habilidad que Occidente aplica dos pesos y dos medidas a su actuación: aplaude las intervenciones en Afganistán, Irak, Kosovo o Libia, y condena la de Rusia en Ucrania. El paralelismo es forzado, muy forzado a veces, porque la intervención en Afganistán fue aprobada por la ONU, la de Libia, en cierta medida, la de Kosovo fue alentada por muchos países musulmanes, y en la poco aplaudida de Irak, más vidriosa aunque menos endeble jurídicamente que la de Kosovo, se podía alegar que el régimen iraquí había desobedecido catorce resoluciones del Consejo de Seguridad.

El argumento ha calado, no obstante. En la opinión pública africana es fácil esparcir que el arrogante y avasallador Estados Unidos se casa con las antiguas potencias coloniales de ese continente, Gran Bretaña, Francia, Italia…, que Rusia nunca colonizó África(tampoco Ucrania podría apostillar Zelenski). No hay que olvidar que los medios de información chinos y rusos tienen ahora influencia en esos países. La agencia oficial china, por ejemplo, sostiene que «la crisis ucraniana en 2022 comenzó como consecuencia de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN».

Los intereses nacionales siguen primando sobre los de la comunidad internacional. Veamos Marruecos, que se ausentó en otra votación para no significarse: es la nación africana que más comercia con Rusia... y está el Sahara. No puede pretender que Putin le haga un regalo como el de Sánchez, y se contenta con que Rusia siga manteniendo que la solución del Sahara «debe contar con el apoyo de las partes». Lo que demuestra que Sánchez lo vendió barato.

Inocencio F. Arias es diplomático.

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