Ucrania: test Rorschach

A raíz de la invasión de Ucrania han crepitado, como la leña verde cuando aprieta el fuego, dos tesis sobre las que me gustaría hablar con un poco de calma. Una aborda el contencioso ucranio desde una perspectiva histórica, o, siendo más precisos, contrafactual. La otra asume acentos moralizantes y atenta, en mi opinión, contra el decoro, la caridad y el sentido común. Vayamos por orden.

La voz ‘contrafactual’ procede de la lógica y la filosofía de la ciencia y ha dado lugar a una modalidad específica en el ámbito de la historiografía. Lo historiadores contrafactuales se preguntan cómo se habría desarrollado el mundo a partir de un pasado que diverge del real. Por ejemplo: ¿habría subido Hitler al poder si el Tratado de Versalles no hubiera vejado estúpidamente a Alemania? ¿Se habría evitado la Revolución Francesa con un sistema fiscal más eficiente que el desplegado por los últimos Capetos? La historia contrafactual es incontrastable por definición. Esto, sin embargo, no la descalifica desde un punto de vista analítico, puesto que reconstruir el pasado puede ayudarnos a comprender mejor los mecanismos que nos han traído hasta el presente. Bien, en lo relativo a Ucrania, el argumento de autos es que la desmilitarización de los países fronterizos con la antigua URSS habría disuadido a Putin de su aventura. Malo, por tanto, que la OTAN se dilatara hasta la raya rusa. El razonamiento apela a la Realpolitik, no a los derechos. Evidentemente, cualquier nación soberana está autorizada a decidir con qué otras naciones se asocia. Esto admitido, el argumento no carecía de plausibilidad hace unos años, incluso, unos meses. Dejemos en suspenso cuántos. Lo que me sorprende es que siga sosteniéndose lo mismo después de lo ocurrido.

Lo que ha ocurrido, no es solo que no existe proporción alguna entre la presunta imprudencia de la OTAN y la atroz respuesta de Putin, sino que poco, muy poco antes, el ruso y su colega Xi Jinping habían celebrado una reunión solemne, rematada por un documento en que se auspiciaba un nuevo orden mundial. Lo último sugiere que la invasión ha sido un movimiento agresivo y no defensivo, concebido a partir de dos hipótesis equivocadas: que Ucrania no opondría una resistencia seria, y que Occidente se inhibiría, como ya lo había hecho cuando Rusia se anexionó Crimea. Hay que añadir una tercera hipótesis, la verdaderamente decisiva. Me refiero a la idea de que los EE.UU. y la UE se hallan incursos en un proceso irreversible de decadencia, punto de doctrina muy favorecido por el Partido Comunista de China y, asombrosamente, por Putin, el cual preside una nación calamitosa en lo económico, lo demográfico y, como empezamos a sospechar, lo militar. Los contrafácticos, o hechos virtuales, integran, lo repito, puros entes de razón. Estimo con todo que, puestos a dar rienda suelta a la fantasía, resulta preferible apuntarse a lo que Martin Wolfe escribía recientemente en el ‘Financial Times’ (‘Russia’s war will remake the world’, 15-3-2022). Según Wolfe, ha sido el carácter inconcluyente de las negociaciones entre Ucrania y la OTAN lo que ha permitido a Putin invadir aquella sin entrar en conflicto directo con EE.UU. y Europa. Con Ucrania dentro de la organización, Putin habría contado hasta tres antes de meterse en camisa de once varas. Nada de esto, por desgracia, tiene ya importe práctico. Ni siquiera el análisis de Wolfe, muy atendible en mi opinión, nos orienta sobre lo que en este momento convendría hacer. Quizá Putin se haya desorbitado y esté dispuesto a apretar el botón nuclear con tal de no perder la cara. Acaso ciertas concesiones darían pie a una crisis ulterior y más grave aún. Sencillamente, no se sabe. Las vacilaciones de la OTAN reflejan una reserva genuina y comprensible. Lo incontestable es que Putin, violentando las reglas más elementales del Derecho Internacional, está dejando Ucrania sembrada de muertos, sin distinción de su condición civil, sexo o edad. El curso de las cosas nos obligará a tomar medidas que todavía no estamos en situación de definir. Esa es la terrible realidad.

Paso al aspecto moral. Hemos oído decir que es excesivo afligirse por los sucesos ucranios cuando han sucedido cosas tan malas o aún peores sin que nadie hiciera demasiados aspavientos. Ese fue el mensaje de Rufián en el Congreso. Eso se ha repetido por aquí y por allá. Esto no es tolerable. Póngase usted en la siguiente situación. Acaba de morir de un infarto un amigo, y viene un señor y le espeta: «¿Y de los otros infartos, qué? ¿Es que sólo le importan los que le tocan de cerca?». Dos cosas habrían provocado en usted una especie de revulsión. Primero, la petulancia. En nombre de una ecuanimidad abstracta, se estaría despreciando su pena y se estaría despreciando a la víctima. Segundo, la extemporaneidad. Al que se permite semejante desafuero le pasa algo. Algo que va más allá del significado explícito de sus palabras.

Es lícito, en fin, preguntarse qué le sucede a Rufián. La respuesta, es que le disgusta la democracia liberal. Las bromas de mal tono son más tentadoras cuando se comparte con la parroquia, entiéndase, los afines, un encono, una premisa hostil. En el fondo, Rufián ha aplicado una fórmula sectaria y brutal: la que establece que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Musiten para sí, como si estuvieran rezando el rosario: la OTAN, y lo que esta protege, es el enemigo; Putin se ha enfrentado a la OTAN; en consecuencia, Putin es un amigo, o, por lo menos, no es del todo un enemigo. Por el lado diestro, se han verificado desmanes simétricos, igualmente inspirados en el aborrecimiento o la incomprensión de la libertad. Para el portavoz de Esquerra, para Otegui, para Ione Belarra ‘et alia’, la democracia liberal no es lo bastante revolucionaria; para los reaccionarios radicales, es demasiado revolucionaria. Ucrania ha operado como un test Rorschach de dimensiones panorámicas. Sobre la tragedia se han proyectado las antipatías, las obsesiones, el odio larvado hacia una sociedad manifiestamente mejorable, pero que nadie que comprenda la importancia de ciertos valores básicos vacilaría en preferir a lo que representa Putin. Sale entonces lo que sale. Los sueños de la razón producen monstruos; los test Rorschach los sacan a la luz.

Álvaro Delgado-Gal es escritor.

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