Vivimos en tiempos turbulentos donde sucumbimos fácilmente a la hipérbole y la grandilocuencia para conjurar nuestras incertidumbres y ansiedades. Hace unas semanas, en un seminario internacional de expertos y políticos socialdemócratas, el moderador preguntó a un panel de ponentes, entre los que me encontraba, si en la guerra en Ucrania Rusia atacaba a Ucrania o a Europa. Los tres ponentes que me precedían en el turno de palabra, afirmaron sin titubear que en Ucrania se estaba librando una suerte de guerra civilizatoria: Rusia estaba agrediendo a Europa y los ucranios estaban librando una guerra para defendernos.
Sentí un instante de intensa presión gregaria, una pulsión instintiva a sumarme a la corriente, pero me sobrepuse. Respondí algo acomplejado que era, ante todo, una agresión a Ucrania, para sorpresa de buena parte de la audiencia. Tuve ocasión de explicarme. Vladímir Putin no renuncia a atacar a Europa por falta de ganas o ambición de expandir su proyecto cesarista, sino porque parte de Europa (los países de la UE y de la OTAN) se ha dotado de una arquitectura política, económica y defensiva que nos convierte en un adversario demasiado colosal incluso para alguien con ambiciones tan desmedidas como él. Eso no significa que renuncie a perturbar la vida de nuestras sociedades con maniobras de desestabilización económica o política, pero siempre lo suficientemente ambiguas (híbridas) para mantenernos en la antesala de una confrontación bélica que no se atreve a librar directamente. Putin busca debilitarnos para allanarse el camino en las campañas que verdaderamente le interesan.
No es casual que sean muchos países de nuestro vecindario los que quieran participar en el proyecto colectivo de estabilidad, prosperidad y seguridad que representa la UE. Hace unas semanas viajé a Kiev, como miembro de una delegación de parlamentarios de partidos conservadores, liberales y socialdemócratas, suecos, portugueses, italianos, lituanos, un alemán y dos españoles (José Ignacio Echániz, del Partido Popular, y un servidor, del PSOE). Tuvimos el privilegio de entrevistarnos, entre otros, con un ministro, varios secretarios de Estado y diversos cargos parlamentarios ucranios. En el curso de los dos días en Kiev, elaboramos junto a miembros de la Rada (su Parlamento) una declaración de apoyo a las ambiciones de Ucrania a integrarse en la Unión Europea, que resultó sencillo consensuar. Sobran los motivos para convertir a Ucrania en país candidato a la integración. Ucrania aspira a ligar su destino a Europa desde hace mucho tiempo. En 2004 (revolución naranja) y en 2014 (revueltas del Euromaidán), miles de ciudadanos ucranios se enfrentaron durante semanas a sus autoridades, poniendo en riesgo sus vidas, con el noble objetivo de situar a su país en un cauce orientado hacia Europa. En 2022, los ucranios están librando una guerra contra una autocracia que pretende impedírselo, que quiere coartarles el más básico de los derechos colectivos: elegir qué clase de país quiere ser.
Optar por integrarse en la UE conlleva someterse a unas reglas, unas reglas que la inmensa mayoría de los ucranios están convencidos de que van a mejorar al país. Las encuestas indican que prácticamente el 90% de los ucranios apoyan la integración. Los ucranios comparten con muchos otros aspirantes, en otro tiempo o lugar, que los estándares y regulaciones europeas que van a tener que adoptar —a veces incurriendo en notables sacrificios— van a mejorar el funcionamiento de sus mercados, promoviendo la prosperidad. Creen que van a ayudar a reforzar sus instituciones judiciales y agencias de supervisión, reforzando la seguridad jurídica y aliviando la lacra de la corrupción. Se disponen a erigir, bajo tutela de la UE, un nuevo modelo económico y social cuyos resultados los aproximen a niveles de consumo y bienestar que disfrutan buena parte de países de la UE. Con sus acciones, van a mejorar la calidad de su democracia, muy necesitada de reformas ambiciosas para homologarse en este capítulo con estándares comunes en la UE.
Confían que al final del túnel les espera un horizonte democrático, de estabilidad y de prosperidad. Están convencidos de que todo ello les va a ayudar a reforzar sus capacidades de oponer resistencia a la agresión rusa hoy y al acoso que pudieran sufrir en el futuro. Del éxito de esa resistencia depende que el resto de europeos, y especialmente los países colindantes a Rusia, podamos sentirnos más seguros.
La candidatura de Ucrania trae consigo muchas cosas positivas para la UE. La UE, a pesar de los numerosos problemas internos que la sacuden y la perturban, vuelve a sentirse deseada, y ha respondido generosamente a los reclamos. Ucrania ha acreditado condiciones suficientes para que la UE la considere candidata, al igual que Moldavia. A Georgia se le ha ofrecido una perspectiva europea. Albania y Macedonia del Norte, países candidatos desde hace años, han recibido la bendición para iniciar negociaciones de adhesión. Con ello, la UE está despejando dudas que se estaban instalando en diversos lugares sobre su determinación a seguir admitiendo nuevos miembros. Asegurar a Ucrania la condición de país candidato obliga también a relanzar el proceso de adhesión de los países balcánicos, atornillados en algún caso en una incómoda sala de espera, donde cada año que pasa sin avances significativos es un año que desgasta ilusiones, extiende el euroescepticismo, y otorga bazas a los rivales geoestratégicos de Europa para atraerse a los sectores soliviantados con el desdén de la UE.
Con el acercamiento de Ucrania a la órbita económica y política comunitaria que esta candidatura supone, la UE está apostando por un país con enorme potencial económico. Ucrania, uno de los grandes graneros del mundo, refuerza nuestra autonomía alimentaria y la capacidad europea de proteger frente a las hambrunas en el mundo. También es Ucrania uno de los países con mayores reservas de gas (no explotadas) y distintos metales raros, de importancia capital para sectores productivos europeos. Más allá de sus recursos naturales cuenta con enormes contingentes de mano de obra cualificada, que encontrará en el marco europeo oportunidades para expresar los talentos y capacidades de innovación que atesora. Lo tiene casi todo para ser un país que encuentre acomodo fácil en Europa, constituyéndose previsiblemente en un país con gran potencial de crecimiento.
Antes tendrá que acometer un proyecto de reconstrucción, en que Europa estará directamente involucrada. La s previsibles inversiones públicas masivas que llegaran desde la UE y Estados Unidos—que se han equiparado a un Plan Marshall—deberán ir acompañadas de inversiones privadas de magnitud significativa, para lo que es esencial que el país pueda ofrecer las garantías necesarias que esta inversión necesita. Es fácil entender, como nos recordaron las autoridades ucranias en la visita parlamentaria a Kiev, que el proceso de integración que se inicia con la candidatura es el escenario más propicio para construir a nivel doméstico ese marco necesario y, de este modo, encarrilar más eficazmente el proyecto de reconstrucción.
Ante un momento histórico, la UE (tanto la Comisión como el Consejo) han sabido estar a la altura. Comienza un camino largo, no exento de desafíos y enormes dificultades para un país que está librando una guerra por su independencia y su integridad territorial. Este primer paso no llevará a los ucranios a donde quieren ir, pero ayudará a sacarlos de donde están. No es poco.
Pau Mari-Klose es diputado del PSOE, presidente de la Comisión de Exteriores del Congreso y colaborador de Agenda Pública.