Ucrania vota enfado

Los ucranianos están hartos de promesas de regeneración no cumplidas y de un nivel de vida bajo. El voto de castigo en las elecciones presidenciales ha sido claro y seguramente merecido. Lo inquietante, como ha resumido el periodista Vitaliy Portnikov, es que la gente parece abrigar la esperanza de que el ganador en esta primera vuelta, Volodymyr Zelenskiy, posee una varita mágica para resolver todos los problemas.

Las reformas que se han producido no avanzan al ritmo que el país necesita y la corrupción salpica a todos los responsables políticos, incluidos el presidente Poroshenko y su entorno. De ahí que estas reformas y los mecanismos para llevarlas a cabo –tribunales independientes y economía competitiva- hayan nutrido el núcleo de las promesas electorales. Sin perder de vista la guerra que sigue en la parte del Donbás bajo control del Kremlin.

Zelenskiy, vencedor holgado de la primera vuelta, aparece claramente como una opción antiestablishment en la estela de lo que ya podríamos llamar la tradición iniciada por Coluche, brevemente en Francia, y seguida, con consecuencias mucho más perniciosas, por Beppe Grillo en Italia. Más allá de su gran popularidad mediática y a pesar de rumores sobre sus vínculos con un conocido oligarca, Ihor Kolomoisky, es precisamente su ausencia hasta ahora en la arena política la que le permite presumir de ser íntegro y próximo a la gente. El hecho de que sea judío y rusófono posibilita, en todo caso, refutar varios estereotipos sobre los ucranianos. Solo se le conoce bien como cómico y consumado hombre de negocios por lo cual ningún analista, ni dentro ni fuera de Ucrania, se atreve a predecir qué dirección puede tomar este nuevo actor político, que apenas tiene programa y no da casi entrevistas. Es previsible que la orientación europeísta se mantenga pero no queda claro qué posición adoptará Zelenskiy en relación con Rusia. Pocos dudan, sin embargo, de que ganará la segunda vuelta, beneficiándose de los votantes de candidatos derrotados, como Yulia Timoshenko. El perfil más o menos populista de los cuatro primeros contrincantes es un nexo de unión que facilitará trasvases de votos.

Pero, sea quien sea el vencedor final, el primer turno de las elecciones ucranianas permite ya algunos elementos de análisis:

Competitividad - Demuestran que en Ucrania, al contrario de Rusia, se da una lucha política real porque nadie detenta todo el poder. En el espacio postsoviético, que nadie sepa de antemano quién va a ganar las elecciones resulta ya en sí mismo un hecho notable y diferenciador. Más aún en un país con un frente militar abierto desde hace cinco años (unas 13.000 víctimas mortales desde 2014), con dos puertos en el mar de Azov semibloqueados y un territorio anexionado ilegalmente, Crimea, por obra y gracia de su poderoso vecino, “hermano mayor” de épocas no tan lejanas.

Legitimidad - El desarrollo de las elecciones ha sido observado por varias organizaciones internacionales y ucranianas independientes, como la respetada OPORA; todos coinciden en que, a pesar de algún que otro incidente, la limpieza y la validez de los comicios no se prestan a discusión. Además la movilización ciudadana para ir a votar ha sido amplia: según la Comisión Electoral Central de Ucrania, la participación ha resultado esta vez algo superior a los comicios de 2014 con un 63,48% frente al 60,29% respectivamente. Ahora ya, a pesar de la despectiva narrativa de los medios rusos, el Kremlin no podrá decir que el Gobierno de Ucrania no es legítimo.

Mayor cohesión - Otro aspecto muy importante aparece en el mapa de los resultados electorales: no se aprecia una división significativa entre posiciones prooccidentales y prorrusas como en los comicios anteriores. La guerra larvada en la porción del Donbás bajo control de insurgentes prorrusos ha contribuido claramente a inclinar el apoyo de la opinión pública hacia Kíev y sus posiciones europeístas.

Irrelevancia de la ultraderecha - Por último, para aquellos que van prediciendo regularmente el auge de la extrema derecha ucraniana, que como todas las del mundo gusta de exhibir músculo y parafernalia militarista, un dato relevante es que, en estos comicios, el candidato del partido de ultraderecha, Svoboda, solo ha conseguido un magro 1,63% y que la siniestra Milicia Nacional ha mantenido el perfil bajo. No es un resultado que permita afirmar que el país está basculando en esa dirección ni da la razón a la propaganda rusa que pretende que el Gobierno surgido de Maidán está en manos de fascistas.

Pero si bien la amenaza de Rusia es un lastre permanente, y muy real mientras siga en Moscú el régimen actual, los principales problemas de Ucrania surgen de ella misma. Los progresos realizados en algunos ámbitos, como el procedimiento electrónico de licitaciones y adquisiciones o el registro abierto de datos estatales, no son suficientes mientras continúen pendientes las reformas de calado de la Justicia o de la Administración pública. Sin éstas, las nuevas instituciones dedicadas a la lucha contra la corrupción no tienen la fuerza necesaria para hacer respetar sus decisiones y la actividad económica no puede desarrollar todo su potencial. El relevo generacional en los puestos de decisión es urgente porque –herencia del pasado- más de un responsable del Gobierno, de la Administración presidencial o diputado busca evitar u obstaculizar un cambio real de los mecanismos de poder para resguardar, de hecho, la base de los intereses de los oligarcas.

Por todo ello, el momento probablemente más decisivo para el país se producirá dentro de unos meses cuando se celebren las elecciones parlamentarias en octubre. Con un sistema semipresidencial como el ucraniano, mucho depende, en efecto, de la relación de fuerzas en el Parlamento y de las relaciones de éste con el Ejecutivo. La Cámara actual todavía dista mucho de obrar en pro de la legislación requerida para convertir a Ucrania en un Estado de derecho sólido. Es muy importante que puedan entrar representantes de la nueva generación de ucranianos, jóvenes preparados e íntegros, lúcidos respecto a los males endémicos de su país y conscientes de la ingente tarea que exige el cumplimiento de las reformas necesarias. Son los que piden que la ayuda exterior no venga sino condicionada al cumplimiento de las reformas democráticas a las que se habían comprometido los dirigentes políticos que entraron en el Parlamento, en 2014, tras el Euromaidán.

Y, como está demostrado, en un espacio en donde la estabilidad regional y europea está en juego cada vez que despunta un posible cambio de Gobierno en alguno de los países de la zona, la naturaleza política de Ucrania es un factor clave.

Carmen Claudín, investigadora sénior asociada, CIDOB.

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