Ucrania y Asia: volver al futuro

Mientras tropas rusas ocupan territorio ucraniano, la Armada china patrulla aguas territoriales filipinas en el mar de China Meridional. Parece que el mundo hubiera retrocedido en la máquina del tiempo hacia un pasado peligroso.

En materia de geopolítica, lo que están haciendo Rusia y China es una vuelta a poner en práctica las reglas del siglo XIX, cuando los estados competían sumando poder duro en un sistema de nacionalismo desbocado y rígidas soberanías nacionales. De hecho, parece que el presidente ruso, Vladímir Putin, quisiera recrear el mapa decimonónico de la Rusia zarista, con su determinación de no soltar Crimea, Abjasia, Osetia del Sur y otras partes del viejo imperio ruso pase lo que pase.

Por su parte, Beijing está haciendo efectivo su reclamo de soberanía en el mar de China Meridional, en clara violación de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, sobre la base de vagas historias de pasados imperios. Los dos países actúan como si el poder fuera un juego de suma cero supeditado a las viejas reglas de la realpolitik.

Pero aunque el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, advirtió a Rusia de que la ocupación de Crimea “no es una conducta propia de una gran nación, integrante del G8, en el siglo XXI”, Estados Unidos y sus aliados luchan por mantener el mundo del siglo XX que surgió tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Para Estados Unidos, después de 1945 había que poner fin a la destrucción provocada por las ambiciones nacionalistas de los países europeos (de las que dieron muestra el colonialismo y las dos guerras mundiales). Los planificadores estadounidenses de la posguerra concluyeron que si el exceso de nacionalismo era el problema, el transnacionalismo era la solución. Así pues, Estados Unidos asumió el liderazgo de un proceso que incluyó la construcción de un sistema jurídico internacional, la creación de las Naciones Unidas y el fomento del libre comercio y la apertura de mercados en todo el mundo, manteniendo al mismo tiempo un esquema de seguridad que permitió el desarrollo de instituciones transnacionales como la Unión Europea (UE) y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).

Es cierto que en este proceso Estados Unidos mostró muchas incoherencias e imperfecciones, a veces con efectos devastadores como en Vietnam. Sin embargo, su firme defensa de un sistema internacional que fue más conveniente para todos los países que cualquiera de los que lo precedieron hizo posible las siete décadas de mayor innovación, crecimiento y avance de la historia de nuestra especie.

Pero ahora, el ascenso de China, la redistribución del poder global y el desgaste de Estados Unidos tras dos largas guerras que debilitaron su credibilidad están sometiendo el orden internacional de posguerra a fuertes tensiones.

El Japón moderno ha sido un firme defensor del sistema de posguerra liderado por Estados Unidos, y también resultó transformado por él. Cuando en 1854 el comodoro Matthew Perry de la marina estadounidense ingresó por la fuerza en la bahía de Tokio, se encontró con un país débil, aislado y tecnológicamente atrasado. Catorce años después, Japón inició un profundo proceso de modernización bajo el emperador Meiji; y otros treinta y siete años más tarde, sorprendió al mundo con su victoria en la guerra contra Rusia. Japón aprendió rápidamente de la Europa decimonónica y en 1894 lanzó una brutal ofensiva de medio siglo para dominar Asia y asegurarse el control de sus recursos, que sólo se detuvo cuando las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos arrasaron Hiroshima y Nagasaki.

Después de la guerra, bajo la protección e inicialmente también la guía de Estados Unidos, Japón se transformó en un adalid de la legalidad internacional. Aportó a las Naciones Unidas más fondos, en términos relativos, que cualquier otro país; se integró constructivamente en otras instituciones internacionales; y colaboró con el desarrollo de sus vecinos asiáticos, entre ellos China.

Pero ahora que la dirigencia china se ha dado a demonizar agresivamente a Japón y expresar reclamos sobre territorios y áreas marítimas en disputa con un grado de asertividad nunca antes visto, el país se ve lanzado en una dirección que tal vez el primer ministro Shinzo Abe ya propició de algún modo con su inclinación por el revisionismo histórico y su énfasis en el pasado nacionalista de Japón: de vuelta al siglo XIX.

También Europa hizo suyo el sistema internacional de posguerra. Habiendo delegado su seguridad a Estados Unidos, los gobiernos europeos concentraron su atención y sus fondos públicos en la provisión de bienestar social y se lanzaron a la creación de una utopía post‑soberanista del siglo XXI, que desdibujó las fronteras nacionales y sustituyó agresión y hostilidad por negociación y búsqueda de acuerdos.

Este sueño futurista de la UE ahora se enfrenta al oso zarista decimonónico que agita sus atávicas garras en la frontera de Rusia con Ucrania. Y así como la ASEAN no ha podido y no ha querido plantar cara ante la intrusión china en el mar de China Meridional, la Unión Europea ya está descubriendo los límites de su modo consensuado y basado en el poder blando de tratar con Rusia.

Si en nuestro mundo hobbesiano un sistema post-soberanista del siglo XXI todavía es un sueño inalcanzable, y si volver a las reglas de juego del siglo XIX consintiendo la conducta agresiva de Rusia y China es inaceptable, entonces tal vez la mejor opción que nos queda sea defender el sistema internacional de posguerra.

Irónicamente, para ello tal vez sea necesario, entre otras cosas, emplear una respuesta propia del siglo XIX, que incluya una política de equilibrio de poderes y el rearme de Europa y Japón.

Jamie Metzl, a partner in a New York-based global investment firm and Senior Fellow of the Asia Society, served on the US National Security Council and in the US State Department during the Clinton administration. Traducción: Esteban Flamini.

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