Ucrania y la solución de Alemania Occidental

El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, y el canciller, Olaf Scholz, caminan por la Cancillería, en Berlín el pasado 11 de octubre.CLEMENS BILAN (EFE)
El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, y el canciller, Olaf Scholz, caminan por la Cancillería, en Berlín el pasado 11 de octubre.CLEMENS BILAN (EFE)

Mientras el presidente Volodímir Zelenski busca apoyos para su “plan de victoria”, las capitales occidentales son cada vez más conscientes de que nuestra política respecto a Ucrania debe evolucionar. El paso siguiente y fundamental es que Washington se comprometa a que Ucrania ingrese en la OTAN y las disposiciones de defensa mutua del artículo 5 de la Alianza protejan las partes del país que controla Kiev.

Esta es la que se conoce en clave como la solución de Alemania Occidental, así que merece la pena explicar las similitudes y diferencias con la situación de Alemania después de 1945.

Alemania se dividió porque era el país que había empezado la guerra. Ucrania se dividiría por una guerra que empezó Rusia. Los principales criminales de guerra alemanes fueron juzgados en Núremberg. Hay pocas probabilidades de que se vaya a juzgar a Vladímir Putin y sus secuaces en un futuro próximo. El punto de partida histórico y el balance moral no pueden ser más diferentes.

Alemania se dividió con arreglo a unos límites claros, acordados por los aliados vencedores de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, las fuerzas angloamericanas tuvieron que retroceder desde el territorio que habían ocupado en 1945. En Ucrania no hay ningún acuerdo sobre límites.

En Alemania Occidental hubo desde el principio un gran número de soldados de los aliados. En Ucrania, hoy, no se ve ninguna bota occidental (aunque sí unas cuantas deportivas de marcas occidentales).

Alemania Oriental estaba muy sovietizada, pero era un Estado independiente. Seguía siendo, como puedo atestiguar por experiencia personal, muy alemana. Por el contrario, las partes de Ucrania ocupadas por Rusia están sufriendo una rusificación brutal y Putin las reclama como nuevas provincias de la Federación Rusa. Las probabilidades de que, en el futuro, algún dirigente ruso devuelva estos territorios a Ucrania mediante una negociación pacífica, como devolvió Mijaíl Gorbachov Alemania Oriental a Occidente, son escasas. Y esa es una perspectiva que atormenta a todos los ucranios y horroriza a quienes todavía viven en los territorios ocupados. Los políticos occidentales no hablarían con tanta ligereza de que hace falta un “acuerdo territorial” si se estuviera hablando, por ejemplo, de que Estados Unidos tiene que ceder Florida, Alemania, Baden-Württemberg, o Gran Bretaña, Gales.

Alemania Occidental ingresó en la OTAN en 1955, solo seis años después de que se creara la Alianza, y fue cofundadora de la Comunidad Económica Europea en 1957. Ucrania ya es candidata a la adhesión a la UE y está en plenas negociaciones; pero, para que la analogía con Alemania Occidental sea algo más que unos paños calientes para compensar la insuficiente implicación de Occidente, a la UE hay que añadir la OTAN, la alianza de seguridad encabezada por Estados Unidos. Lo fundamental es la seguridad. Sin seguridad, los ucranios que están en el extranjero no volverán para reconstruir su devastado país, ni llegarán inversiones para financiar la reconstrucción, ni habrá un gobierno estable capaz de llevar a cabo las reformas necesarias para entrar en la UE.

Perder de facto parte de su territorio sería desgarrador, pero, a pesar de ello, en una encuesta del Instituto Internacional de Sociología de Kiev hecha el pasado mes de mayo, el 47% de los ucranios respondieron que, si a cambio se les ofrecieran financiación suficiente para la reconstrucción económica y la adhesión tanto a la UE como a la OTAN, podrían hacer esa concesión, por difícil que fuera, como forma de poner fin a la guerra.

No va a haber ninguna novedad antes de las elecciones presidenciales estadounidenses del 5 de noviembre. Si el vencedor es Donald Trump, es imposible predecir qué pasará. Sin embargo, una transición de Joe Biden a Kamala Harris brindaría una oportunidad de oro para hacer realidad este giro.

Haría falta un gran incremento de la ayuda militar durante el próximo año para estabilizar la línea del frente y poner a Rusia a la defensiva. Putin no parará mientras piense que sigue ganando. Una primera medida concreta podría ser la instalación de defensas aéreas para proteger las infraestructuras nacionales vitales, incluidas las centrales nucleares. Conseguir que los 32 miembros de la OTAN ratificaran ese incremento es una tarea larga y pesada, por lo que sería fundamental contar con compromisos militares de transición de los principales aliados europeos. Francia y el Reino Unido ya están debatiéndolo en las más altas instancias, pero el elemento crucial es Alemania, la potencia central de Europa.

Aunque contar con canales extraoficiales de comunicación con el enemigo siempre es útil, todavía falta mucho tiempo, probablemente, para una negociación formal con Rusia. Puede que incluso falten años. Al fin y al cabo, la negociación de paz definitiva para la Alemania posterior a 1945 no se produjo hasta 1990. Pero, como demuestra la historia de la Guerra Fría, los acuerdos de facto pueden durar mucho tiempo e incluso ser bastante estables.

Los obstáculos que salpican este camino son temibles. Pero la alternativa es peor: una Ucrania derrotada, dividida, desmoralizada y despoblada, que tiemble de ira contra Occidente y —como insinuó Zelenski la semana pasada— probablemente intente adquirir armas nucleares. Moscú triunfante. El resto del mundo, convencido de que Occidente es un tigre de papel. Xi Jinping envalentonado para atacar Taiwán. Biden y Harris en los libros de historia como los líderes que “perdieron Ucrania”. Hay una vía mejor.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos de la Universidad de Oxford e investigador sénior de la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro, Europa: una historia personal (Taurus), ha sido galardonado recientemente con el premio Lionel Gelber. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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