Últimos flecos

Después de dos años dedicados a estos menesteres, en dos periódicos digitales distintos, nos tememos que ha llegado la hora de despedirnos. Esta sección ha venido tratando un material que tiene pinta de ser interminable y en algún momento hay que ponerle fin. Esperamos haber sido de cierta utilidad, servido de algún entretenimiento, y habernos aproximado, aunque sea someramente, a alguno de nuestros principales propósitos: invitar a pensar la lengua para evitar usos cansinos, perezosos e irreflexivos; y procurar cierta tranquilidad a quienes escribimos, ofreciendo indicios de que muchas veces el estilo no tiene por qué estar donde nos han dicho, y animando a liberarnos de una serie de consignas y prejuicios, muchos de ellos inconscientes, que limitan nuestra forma de pensar y de escribir. Hemos defendido la posibilidad de un estilo neutro, silencioso, casi invisible, y sin embargo estilo… que es algo que al parecer choca en general con la tradición hispánica, pero que nos parecía interesante plantear. No querríamos, sin embargo, eternizarnos. No sabemos si los fenómenos lingüísticos son infinitos; pero estamos seguros de que nosotros somos limitados.

Últimos flecosQuedan, por supuesto, muchas cuestiones por tratar: algunas nos han sido sugeridas por nuestros amables lectores. En un intento de complacerlos, ahí van, en esta última entrega, unos pocos (cinco) cabos sueltos en señal de reconocimiento y gratitud.

1) Lorenzo Caprile nos insiste en que revelemos el “tremendo machismo” que se esconde detrás de la palabra modisto. Antes de que este término designara una profesión glamurosa, parece que estaba reservado a las damas. Cuando ciertos caballeros franceses decidieron abrazarla, tuvieron la ventaja de que en su idioma la palabra correspondiente, couturière, tenía flexión de género, así que pudieron llamarse couturiers. En español, modista es un sustantivo del llamado género «común», sin flexión de género, válido tanto para el masculino como para el femenino. Sin embargo, parece que a alguien este sufijo común –ista le pareció que tenía una –a comprometida y se inventó una ridícula masculinización: si no existe periodisto ni socialisto ni taxisto no tendría por qué existir modisto, pero he aquí que a algún caballero debió de parecerle necesario y acertado.

No nos atrevemos a señalar al responsable de semejante disparate, que debía de tener algún problemilla de pundonor, pero el primer testimonio que hemos encontrado es “un modisto francés” que aparece en Cleopatra Pérez (1884) de José Ortega Munilla (Cátedra, Madrid, 1993, p. 64). Desde esa fecha es una forma que se va imponiendo y Pardo Bazán, por ejemplo, la usa frecuentemente. No desplaza totalmente el uso común de modista: Pío Baroja, en sus memorias Desde la última vuelta del camino (1944-1949), habla de “un traje hecho por el modista Worth” (Biblioteca Nueva, Madrid, 1978, p. 277); y encontramos más ejemplos en el siglo XX, en prensa y en libros: “el espejo de tres grandes cuerpos de un modista” (Lluís Llongueras, Llongueras tal cual, Planeta, Barcelona, 2001, p. 24). No obstante, aunque se detecta cierta vacilación, la documentación de modisto es apreciablemente más abundante. El DRAE lo registra como masculino, sin explicar por qué tortuosos vericuetos se ha llegado a semejante generización.

2) Habíamos prometido no volver a hablar de locuciones preposicionales, pero Francisco J. Uriz nos ha llamado la atención sobre un uso de por parte de cada vez más frecuente y que nos tiene conmocionados. Es uno de esos casos en que la aversión a la economía se junta con la pasión por el retorcimiento. Veamos:

“Según [la juez] subraya en su auto, el expresidente [Pujol] y su familia podrían ‘aclarar con toda facilidad el origen lícito de tales fondos’, pero hasta ahora ‘no solo no lo han hecho, sino que por parte de Jordi Pujol ni siquiera se ha cumplimentado el único requerimiento que se le ha dirigido’” (“Pujol se niega a entregar a la juez hasta el testamento de su padre”, ABC, 15/X/14).

¿No habría bastado aquí “Jordi Pujol ni siquiera ha cumplimentado el único requerimiento”? ¿Qué extraña atracción ejerce la voz pasiva que nos impide formular claramente un enunciado en voz activa? ¿Será más “fina”? ¡La juez incluso puede haber creído que era más “exacta”!

Otro caso:

“’Fue un curso largo y bien documentado, facilitándose a los opositores todo tipo de material relativo a los exámenes a desarrollar, llegándose por parte de los trabajadores a entregar preguntas propias de los exámenes a realizar’, explica J. A. en uno de sus recursos” (“El opositor que adivinó ante notario doce los 14 aprobados”, El País, 5/X/14).

Aquí uno no sabe en qué fijarse más, si en el terrible uso de los adverbios acumulados, en los exámenes “a desarrollar” o “a realizar”, o en el por parte de. Intentemos una redacción más sencilla… aunque, ¡eso sí!, necesitaremos algo más que comas:

“Fue un curso largo y bien documentado, en el que se facilitó a los opositores todo tipo de material relativo a los exámenes; los trabajadores llegaron a entregar preguntas que formarían parte de ellos”.

No es que nos haya salido muy bien, y a lo mejor ni siquiera decimos lo que “J. A.” trataba de decir en su “recurso”, pero peor de lo que estaba creemos que no está. Ahora bien: puede que la prosa jurídica no sea nuestro género.

Intentémoslo con la prosa futbolística:

“En la primera parte hubo tres jugadas de tarjeta roja por parte de los defensores malagueños” (“El Barça se estrella contra el muro del Málaga”, La Vanguardia, 24/IX/14).

“… esperaban ver una cascada de goles por parte de los de Roy Hodgson” (“Goleada sin brillo de Inglaterra”, Marca, 9/X/14)

“Los siete futbolistas […] tomaron la decisión de marcharse a los vestuarios y dar por finalizado el partido. No aguantaban más faltas de respeto por parte del árbitro” (“El Cuéllar Eufón se retira de su partido tras ver cuatro rojas”, El Norte de Castilla, 29/XI/14).

¿No bastaba de? En fin. Pasemos a otro asunto.

3) Abordar: esto no recordamos si nos lo ha pedido alguien o si es iniciativa propia. Pero es un caso de alegre itinerancia y volubilidad normativa de esos que tanto nos gustan. Entre las acepciones de este verbo hay dos semánticamente muy próximas, tanto que el Diccionario histórico de 1960-1996 (ese que llegó hasta la palabra antílope en 36 años) no distinguía expresamente una de otra; el DRAE, en cambio, hoy sí lo hace: tenemos por una parte “emprender o plantear un negocio o asunto” (acepción quinta), y por otra “plantear un asunto en el curso de una exposición oral o escrita” (sexta desde 2001). Estas acepciones tienen un historial más bien errático. Con testimonios al menos desde 1843, resulta que ya en 1855 el Diccionario de galicismos de Rafael María Baralt decía que abordar, en tales sentidos, era “verbo malamente tomado del francés”. En 1886 el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana de Rufino José Cuervo refrendaba: “Este uso es neológico y calcado servilmente sobre el francés, donde se dice aborder une question”. Tales admoniciones debieron de pesar en el hecho de que la Academia, aunque autorizara el uso en su edición del Diccionario de 1869, lo retirara luego en la de 1884; reapareció después en la de 1914 la acepción de “emprender o plantear un negocio o asunto”, pero sin referencia alguna a la “exposición oral o escrita”. Esta última, como decíamos, no sería admitida hasta la edición de 2001.

Estos vaivenes son muy interesantes. Condenado por galicismo ahora sí, ahora no, su uso, sin embargo, no parece decaer. Y, cuando entra triunfalmente en 2001, ¿debió ser porque los académicos consideraron que, de tan usado, ya no podía sostenerse la condena?

Veamos, de todos modos, estos ejemplos:

“En su principal análisis de fondo Durkheim abordó la cuestión del cambio complejo” (P. W. Preston, Una introducción a la teoría del desarrollo, Siglo XXI, México, D. F., 1996, p. 112, trad. de Nuria Parés).

“… uno de los jefazos del Circus llamó a mi jefe […] para decirle que procurara que el cretino de Westerby no intentara abordar el asunto Ellis” (John Le Carré, El topo, DeBolsillo, Barcelona, 2011, trad. de Marcelo Covián, Google Libros).

“… la empresa tiene su propia manera de abordar un acuerdo cuando este incluye a varios demandantes” (John Grisham, Los litigantes, DeBolsillo, Barcelona, 2013, trad. de Fernando Garí, Google Libros).

¿Vienen realmente estos usos de abordar del francés? O ¿son, como nos tememos, uno de esos casos de improbable homofonía entre el inglés approach y el español (o lo que sea) abordar? ¿Un caso similar al de involve/involucrar? ¿Habrá dejado de condenar el DRAE un galicismo justo cuando ya era un anglicismo? Dejamos, en todo caso, al lector que decida por sí mismo y resuelva de dónde salen estos abordares directamente “escritos en español”:

“Con el paso de los años había superado su reparo innato a abordar cualquier tema que le preocupase de veras” (Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento (2001), Planeta, Barcelona, 2003, p. 56).

“… Don Siegel […] abordó [el género del western] en varias ocasiones” (Quim Casas, Películas clave del western, Robinbook, Barcelona, 2007, p. 151).

“… esta ficción, que cuenta con el equipo productivo de Breaking Bad, en realidad aborda algo mucho más cercano a cualquiera: la ambición y las relaciones humanas” (“Visionarios del mundo presente”, El País, 4/XI/14).

Sin olvidar… ¡el sustantivo!:

Abordaje de conflictos en las organizaciones” (título de un folleto del Observatorio del Tercer Sector de Bizkaia, diciembre de 2008).

“Manual de abordaje del tabaquismo en atención primaria” (título de un libro editado por la Consejería de sanidad del Gobierno de Cantabria en 2010).

4) Susana Cantero nos ha hecho muchas observaciones lúcidas y nos habría gustado dar cuenta de todas, pero el espacio del que disponemos nos recomienda abordar, qué decimos, considerar apenas una. A nuestra amiga le resulta bastante extraña la incorporación al español del back inglés (presente en tantos verbos adverbiales) mediante la fórmula de vuelta, creando en nuestro idioma una especie inaudita de construcción verbal. A nosotros también nos extraña, pero estamos acostumbrados. Muy habitual en América, aunque no solo allí, no dejamos de leerla en traducciones y en textos autóctonos:

“El eco trajo de vuelta los gritos” (Jaime Bayly, Los últimos días de “La Prensa”, Seix Barral, Seix Barral, Barcelona, 1996, p. 252).

“A continuación fue trasladado inconsciente hasta un carguero israelí, que lo llevó de vuelta a su país de origen” (“Un espía, adoptado por pacifista”, El País, 29/X/97).

“Dijo que el Rahakanariwa andaba suelto y podía tomar cualquier forma: se requerían conjuros muy potentes para mandarlo de vuelta al reino de los espíritus” (Isabel Allende, La Ciudad de las Bestias, Montena, Barcelona, 2002, p. 298).

“El caso de Christell trajo de vuelta el debate sobre el trabajo infantil” (“Trabajo infantil: derechos vs. beneficios”, El Mercurio, Santiago de Chile, 8/III/04).

“Luego colocó el tubo de vuelta en el agujero y lo conectó a una máquina de terapia respiratoria” (“Cachira se esfuerza por cada respiro”, El Nuevo Día, San Juan de Puerto Rico, 14/XII/04).

“Me miró de frente y sonrió. Por un segundo me sorprendió, pero luego lo comprendí. No pude evitar sonreír de vuelta” (Violeta Barrett, Primer amor, p. 16, Palibrio, Bloomington, 2011, trad. de Linda Junquera, Google Libros).

“… él me lanzó una mirada ardiente como pidiendo auxilio y yo lo miré de vuelta” (Elizabeth Subercaseaux, Eva en el mundo de los jaguares, Aguilar, Santiago de Chile, 1998, p. 74).

“¡Cállese, vieja! –ladró de vuelta el militar” (Isabel Allende, La Ciudad de las Bestias, Montena, Barcelona, 2002, p. 281).

No hay que romperse la cabeza para hallar formulaciones más sensatas, comunes y sabias para el significado de todas esas combinaciones con de vuelta. “Traer/mandar/llevar de vuelta” no significa nada más que lo corrientemente expresado por devolver. “Sonreír/mirar de vuelta” podría ser, sin deshonor, “devolver la sonrisa/la mirada”. El ejemplo “trajo de vuelta el debate” podría haber sido perfectamente “reanudó”, “propició de nuevo” o, si queremos una frase hecha, “puso de nuevo sobre la mesa/el tapete”, etc. En cuanto a “colocó el tubo de vuelta en el agujero”, ¿habría pasado algo por decir “volvió a colocar el tubo en el agujero”? La inmensa mayoría de estos de vuelta son tan artificiosos como indolentes y tienen equivalentes precisos tanto en el español de cada día como en el más formal. Sobre el último ejemplo −“ladró de vuelta”− ya nos nos atrevemos a proponer nada: es mejor que pase a la historia de las literaturas hispánicas tal cual.

Últimos flecos

5) Finalmente, le habíamos prometido a la adolescente que vive con nosotros que le dedicaríamos un espacio a las peculiaridades lingüísticas de su edad y condición. Habíamos ido tomando notas, pero no las suficientes para un artículo entero. Dejamos constancia aquí, en todo caso, de la gran cantidad de calcos del inglés que se observan en su lenguaje formal: dicen técnicamente (technically) allí donde podrían decir “en principio” o “teóricamente”; básicamente (basically) por “principalmente” o “esencialmente”; aplicar (apply) por “hacer una solicitud”; no “se deprimen” sino que entran en depresión (enter into depression); y, cuando uno invita a algún hermoso ejemplar de la especie a comer y le pregunta si quiere repetir, en vez de decir “No, gracias”, dice Estoy bien (I’m fine). Nos alegra mucho que aprendan tan bien inglés, pero a lo mejor alguien podría enseñarles también a distinguir entre inglés y español. Dejamos para el final una creación, ya no muy formal, que nos fascina: fangirlear (se pronuncia fanguirlear). Significa ‘dar grititos y hacer aspavientos como una fan ante su ídolo’. En casa, de hecho, estamos todo el día fangirleando.

En fin, hasta pronto. Ha sido un placer. Y, ya que se acercan, felices fiestas.

Luis Magrinyà, escritor.

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