Ultras de la decencia

Si hay quien considera que querer impedir una marcha a favor de los presos de ETA –encarcelados no por insultar a quienes no piensan como ellos, sino por matarlos– es ser ultra, pues yo lo soy, y a mucha honra. Si intentar mejorar las leyes para que quienes cargan con cientos de asesinatos a sus espaldas no se conviertan en regidores públicos es de ultras, pues yo sigo siéndolo; ultra de la decencia, de la razón, de la moral, de la justicia y, por qué no, de la cordura. Porque cualquier extraño que no estuviera al corriente de los desafíos constantes del mundo etarra pensaría que quienes el sábado se manifestaban en Bilbao habían perdido la cabeza y por eso gritaban extrañas consignas a favor de terroristas a quienes no les tembló el pulso a la hora de asesinar a niños. ¿O es que pedir la amnistía para un asesino no es de dementes? Pues no. Habría que explicarle a ese desconocedor de la triste realidad del País Vasco que esas miles de personas que abarrotaban las calles de la capital vasca eran ciudadanos aparentemente normales, pero que viven una realidad distorsionada por años de adoctrinamiento y orgullo patrio peligrosamente entendido. No, no pedían a los terroristas que se rindieran, ni que pidieran perdón por sus crímenes. ¡No, por Dios, qué disparate! Sus pancartas, escritas para confundir a jueces nacionales y a mediadores internacionales, exigían respeto por los Derechos Humanos. Yo hubiera escrito directamente por los derechos etarras, que consisten en matar y luego exigir que tu crimen te salga barato por aquello de que el fin justifica los medios. Quién sabe, igual hasta permitían la manifestación, visto que prohibieron una para autorizar otra idéntica al día siguiente.

Viendo las imágenes de la marcha proetarra, que imagino se le habrán atragantado al juez que la permitió como silenciosa, destaca la pluralidad de los manifestantes, visión capaz de confundir a cualquier foráneo a su salida del Guggenheim. ¿Quién va a desconfiar de tantas señoras y señores mayores, bien trajeados, que posiblemente al día siguiente acudieran a su parroquia a comentar con otros feligreses el éxito de la convocatoria? Esa es la consecuencia de la bendición y participación del PNV, que ya no era solo cosa de los radicales de estética batasuna, sino del grueso de la sociedad animada por ese nefasto empujón de los nacionalistas de toda la vida, que irresponsablemente se han subido al carro de la injusticia y la vergüenza junto a la escoria política, léase Bildu. Aunque pensándolo bien, esos lobos con piel de cordero del PNV habrán sorprendido a algunos, pero a mí no, desde luego, que les vengo siguiendo desde Arzalluz, y, la verdad, ellos están en su verdadera piel en medio de los que defienden a los terroristas. Si no es así, ¿por qué pidieron celebrar esa manifestación?

Dice Urkullu que el Ministro del Interior no se entera de que las cosas han cambiado. Yo tampoco, señor lendakari. Se ve que ni para el ministro, ni para mí, ni para muchísimos españoles, han cambiado lo suficiente. ¿O es que los miembros de ETA han entregado las armas, el carnet y están colaborando con la Justicia para mostrar su verdadero arrepentimiento? Se queja el presidente vasco de los atropellos de la Guardia Civil deteniendo a los abogados. Yo los felicito por parar a esa letrada del terror que declaraba que si la organización le mandara matar, mataría. En fin, el ministro sí se ha enterado y Rajoy, también. Quienes no se enteran son usted y su partido. Como no se baje del carro se va a estrellar, porque son los ultras los que llevan las riendas; los ultras de la indecencia, de la sinrazón, de la inmoralidad, de la injusticia y de la locura, que corre el riesgo de volverse colectiva.

Y dicho esto aquí dejo mi recomendación para quien quiera escucharme. No importa lo que griten, ni el apoyo social que tengan, ni con quién hablen dentro y fuera de España. Ni siquiera importa que nos amenacen. Hay que darles una silla y que esperen. Las prisas no son sólo malas consejeras; es que cuando hablamos de una organización terrorista con miles de crímenes en su haber, las prisas son profundamente injustas. Es nuestra responsabilidad acabar con ETA, pero también lo es no dejarnos humillar por una organización terrorista por muy erradicada que esté en el territorio. ¿O es que vamos a olvidar quiénes somos, nuestra Historia, nuestros sacrificios y nuestro dolor, nuestra lucha por la libertad, todo porque un puñado de presos, de pistoleros sin trabajo, de políticos oportunistas y de ciudadanos que han olvidado la dignidad nos lo impongan? No deberíamos, porque sería muy poco lo que ganaríamos comparado con lo que hemos de entregar.

La Justicia ha sido solo ciega ante el dolor de los más vulnerables, las víctimas.

Teresa Jiménez-Becerril, europarlamentaria.

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