Un 11M de las víctimas, no de los políticos

Durante el primer aniversario del 11M, algunas personas dejaron flores y veladoras en la estación de Atocha para honrar a las víctimas del ataque terrorista del 11 de marzo de 2004. Credit Susana Vera/Reuters
Durante el primer aniversario del 11M, algunas personas dejaron flores y veladoras en la estación de Atocha para honrar a las víctimas del ataque terrorista del 11 de marzo de 2004. Credit Susana Vera/Reuters

Una de las explosiones sorprendió a Rodrigo mientras esperaba el tren que debía llevarle a la universidad. Tenía 20 años, estudiaba Ingeniería Informática y aquel 11 de marzo de 2004 estaba en el andén de la estación de Atocha. “Dinos dónde estás y vamos a buscarte”, le escribió su madre al escuchar las primeras noticias del peor atentado en la historia de España.

Los terroristas provocaron ese día una ruptura social y política que sigue vigente.

El mensaje que nunca pudo responder Rodrigo, una de las 192 personas asesinadas hoy hace quince años, da título a un libro en el que Marisol Pérez habla de su hijo y de su difícil proceso de luto. Pero su relato es algo más: una llamada de atención a los políticos y medios de comunicación que vieron en lo sucedido una oportunidad de avanzar su agenda, manipular las emociones y polarizar a la sociedad. Ese ha sido el oscuro legado del 11M: el uso partidista de la tragedia.

Todos estos años, las víctimas del atentado, los heridos y sus familias han sido un incordio en una batalla de intereses políticos. Pero es momento de reivindicar el aniversario para las víctimas y convertirlo en una conmemoración de la unidad frente a la intolerancia, sin connotaciones políticas. El 11M significó el primer cisma de la tregua que las dos Españas se habían dado después de la Guerra Civil y la dictadura de Francisco Franco para iniciar una época de reconciliación y progreso. La polarización vivida en el país desde entonces ha degenerado en una crisis política continua.

El ataque yihadista del 11M se llevó a cabo tres días antes de que el país votara en las elecciones de 2004 y meses después de que España apoyara la invasión de Irak. El Partido Popular (PP), entonces en el poder, atribuyó la autoría del ataque a la banda terrorista ETA, temeroso de ser castigado en las urnas por una ciudadanía que se había opuesto masivamente a la guerra. Por su parte, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) vio una oportunidad de dar un vuelco a unas encuestas que les eran desfavorables.

La estrategia de sacar rédito electoral del 11M comenzó antes incluso de que se hubieran organizado los funerales de las víctimas.

Tres años después de los atentados se construyó frente a la estación de Atocha un monumento para honrar a las víctimas, hoy convertido también en un doloroso recordatorio del constante agravio a su memoria. El aniversario del atentado se conmemora cada año entre acusaciones políticas que rompen la regla básica de la lucha contra el terrorismo: no enviar nunca el mensaje de que la violencia sirvió para algo más que llevarse la vida de inocentes.

Quince años son suficientes para que España deje atrás los fantasmas de uno de sus días más negros. Los políticos están obligados a resistir la tentación de buscar beneficios electorales sobre el recuerdo de las víctimas, algo que siguen haciendo cuando tienen la oportunidad. En la nueva campaña electoral que decidirá el próximo gobierno el 28 de abril, y con el país viviendo una ola de crispación, el terrorismo no puede volver a ser utilizado como arma arrojadiza.

El atentado en Madrid, al igual que sucedió tras el ataque en La Rambla de Barcelona en 2017, fue seguido por muestras masivas de solidaridad en la calle que los políticos aprovecharon de manera oportunista. En lugar de fomentar la unión en un proceso de duelo constructivo, vieron la oportunidad para reforzar sus posiciones y deslegitimar al oponente. Mireia Martínez, la hermana de un niño de 3 años que falleció en el atentado de Barcelona, atribuía recientemente esa actitud a una falta de “empatía” por parte de dirigentes que solo parecen acordarse de las víctimas cuando inauguran otro monumento.

La gran contradicción es que si algo sabemos los españoles por experiencia es que ni la intolerancia ni la politización sirven en la lucha contra el terror. La unidad lograda frente al terrorismo de ETA, en un esfuerzo sostenido durante décadas, fue clave en la disolución de la banda el año pasado. Quienes buscan objetivos políticos, nacionalistas o religiosos con la violencia tratan de infligir temor en las comunidades que atacan, pero también buscan dividirlas. En España, los políticos ha tardado demasiado tiempo en darse cuenta de que los únicos responsables de lo sucedido fueron los terroristas y los promotores de su ideología. Es una obviedad que las familias de los asesinados nunca olvidaron.

Un nuevo y necesario impulso trata ahora de recuperar el 11M como una jornada de conmemoración de las víctimas, devolviéndolas el protagonismo que siempre debieron tener. A libros como el que Marisol Pérez ha escrito este año sobre su hijo Rodrigo se han unido homenajes organizados por asociaciones de vecinos o exposiciones como Once de Marzo, que incluye una instalación formada por las iniciales de las personas que murieron en los trenes de Madrid.

Los errores cometidos tras los atentados no pueden olvidarse, pero deberían servir de lección para el futuro. La búsqueda de una ventaja política en mitad del dolor de un atentado puede reportar beneficios inmediatos, pero a la larga se convierte en un pesado lastre para la historia de un país. El precio a pagar incluye la fractura social, la incapacidad de avanzar en la reconciliación y abrir heridas profundas.

Si quienes perdieron a sus seres queridos hace quince años están haciendo el esfuerzo de intentar cerrarlas, el resto del país debe seguir su ejemplo.

David Jiménez es escritor y periodista. Su libro más reciente es El lugar más feliz del mundo.

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