Un abogado de causas justas

Hay personas que inspiran confianza con sólo verlas: Juan María Bandrés, que falleció el viernes pasado, era una de ellas.

A los menores de cuarenta años este nombre y este apellido seguramente les dirán poco o nada. Así de injusta es la tiranía de la actualidad informativa. Pero desde 1970 hasta poco después de 1990, Bandrés fue una muy conocida personalidad de la vida política vasca y española aunque no fuera un político al uso, quizás precisamente por eso. En efecto, antes que nada, Bandrés fue un abogado de causas justas, una persona de buena fe, un hombre bueno que confiaba en los demás porque creía que también eran buenos como él. En algunos casos acertó, en otros se equivocó. Pero nunca engañó a nadie, siempre procuró ayudar a todos, jamás actuó en interés propio.

Bandrés abandonó la política activa a principios de los noventa y hace catorce años sufrió un derrame cerebral que le dejó con las facultades físicas seriamente mermadas: perdió el habla, iba en silla de ruedas y su cerebro sólo emitía débiles mensajes. Apenas salía de casa pero cuando lo hacía, cuando paseaba por San Sebastián en silla de ruedas, iba acompañado de escoltas. Aunque era un derrotado en sus intentos de alcanzar la paz, un inválido que no podía valerse por sí mismo, seguía amenazado por ser partidario activo de la democracia y de la libertad. Ha sido precisamente en estos momentos de esperanza, justo ocho días después de que ETA reconociera su derrota, cuando le ha llegado la muerte, tan callando.

Juan Mari Bandrés se dio a conocer a la opinión pública en el famoso proceso de Burgos, a fines del año 1970. Allí se juzgaba a los presuntos asesinos de Melitón Manzanas, siniestro policía de la brigada político-social, bien conocido por sus torturas en las comisarías franquistas, pero una persona humana cuya vida es tan digna de protección como cualquier otra. Fue el tercer crimen de ETA y varios fueron los acusados. Abogados de distintas tendencias se ofrecieron para defenderlos: un socialista como Gregorio PecesBarba, un abertzale como Miguel Castells, un comunista como Josep Solé Barberà y un inclasificable como Bandrés, que era de todo un poco y, por encima de todo, un defensor de causas perdidas. El proceso judicial, sin las mínimas garantías democráticas, se convirtió en un juicio político al franquismo y tuvo una enorme repercusión internacional. La cara de buena persona del abogado Bandrés empezó a ser conocida.

A partir de ahí, con su inalterable buena fe y sus convicciones nacionalistas, pensó que el terrorismo etarra acabaría con la transición a la democracia y con la autonomía. Lamentablemente se equivocó, aunque en el camino cosechó algunos éxitos, por desgracia sólo provisionales. Primero como senador y después como diputado, batalló a favor de la ley de amnistía aprobada en octubre de 1977, participó en la elaboración de la Constitución de 1978 (aunque votó en contra) y del Estatuto vasco de 1979 (que votó a favor). A la vez, intentaba mediar para la desaparición definitiva de la banda terrorista. En 1982 se pudo dar por satisfecho. Junto a Mario Onaindia y Teo Uriarte, procesados en Burgos a los que les fue conmutada la pena de muerte y luego amnistiados, Bandrés consiguió que ETA político-militar se disolviera y abandonara las armas. Pero la alegría fue breve. Poco después, Eta-militar, la fracción discrepante, siguió asesinando. Hasta hoy. Por todo ello Bandrés fue un derrotado. Pensó que mediante la palabra y el diálogo terminaría el terrorismo. Lo consiguió a medias, sólo con una parte de la banda. Allí empezó a consolidar su partido político Euskadiko Eskerra que durante unos años tuvo un significativo apoyo, un partido formado por ex nacionalistas etarras y ex comunistas de diversos orígenes, que aceptaron las reglas democráticas y rechazaron la violencia. Algunos de ellos han muerto víctimas de esa violencia, otros han encabezado los movimientos cívicos que se han enfrentado al mundo abertzale, al carlismo-leninismo etarra, y han hecho posible que hoy ETA camine hacia su disolución definitiva. La política del diálogo que protagonizaba Bandrés fracasó más o menos en el tiempo que él se retiró de la vida pública, poco después de integrarse –en 1993– Euskadiko Eskerra en el PSE, el PSOE del País Vasco. Fracasada esta política, empezó otra, la de la rebelión cívica, el reconocimiento de las víctimas, la colaboración de la policía francesa y los nuevos instrumentos legales puestos a disposición de los jueces, en especial la ley de Partidos, que tan buenos resultados han dado.

Juan María Bandrés pasará a la historia como la cara cordial y amable de la lucha contra el terrorismo en tiempos de diálogo. Vistos desde hoy parecen tiempos ingenuos, y sin duda lo fueron, pero la historia demuestra que muchas veces no sabes ver lo que tienes delante hasta un tiempo después de haber sucedido. A Bandrés, orador convincente, siempre habrá que reconocerle su tenacidad en defensa de la ley y del derecho cuando estos tienen legitimidad democrática. No puede decirse lo mismo de muchos políticos de hoy.

Por Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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