Un acuerdo sobre el crecimiento mundial

El Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, cautivó la imaginación del mundo cuando habló recientemente de un nuevo “momento sputnik”. Trazó un plan audaz para mejorar la educación, las infraestructuras y la tecnología y comparó, gráficamente, la determinación necesaria para enviar a un hombre a la Luna con la necesaria para restablecer el crecimiento de la economía de los EE.UU.

Obama tiene razón al decir que Occidente afronta no sólo grandes amenazas, sino también grandes oportunidades. En el último decenio, la economía mundial quedó transformada con la incorporación de mil millones de trabajadores asiáticos a las filas de los productores industriales. En 2011, por primera vez en dos siglos, Europa y los Estados Unidos corren el riesgo de ser superados en producción, exportaciones e inversiones por China y el resto del mundo.

Sin embargo, el crecimiento de Asia infunde también a Occidente una esperanza económica sin precedentes. En este decenio, el mundo quedará transformado una vez más por el aumento de los consumidores asiáticos. En 2020, el tamaño de los mercados internos de Asia será el doble del de los Estados Unidos. La clase media del mundo habrá pasado de mil millones de consumidores a tres mil millones.

Las oportunidades para el crecimiento de Europa y de los EE.UU. que ofrecerá esa demanda mundial suplementaria serán enormes. Los países y las empresas que prosperarán en los nuevos mercados de Asia serán los que ofrezcan los bienes y servicios –hechos por encargo, facilitados por la tecnología y con gran valor añadido– necesarios para atender la demanda de dos mil millones de consumidores de Asia.

Pero ni Europa ni los EE.UU. se encuentran en una situación suficientemente fuerte para aprovechar al máximo esos nuevos mercados. Para poder aprovechar las oportunidades que ofrece Asia, Occidente debe empezar de nuevo a superar en invención, innovación y aptitudes al resto del mundo. De hecho, a no ser que Occidente aumente en gran medida sus inversiones de capital en los sectores de la ingeniería, la ciencia y las nuevas tecnologías, se verá marginado por países cuyos gobiernos respaldan a sus innovadores con dinero contante y sonante.

Con el plan de inversiones de Obama se pondría la primera piedra para un acuerdo mundial oficial que brinde altos niveles de crecimiento a todos los confines del mundo y cree millones de nuevos puestos de trabajo. Conforme a dicho acuerdo, Europa se uniría a los EE.UU. para aumentar los niveles de inversión, complementando la iniciativa del “lanzamiento de un cohete lunar” por parte de los Estados Unidos con un programa de reforma estructural encaminado a crear una economía digital, verde, energéticamente eficiente y competitiva, mientras que China desempeñaría su papel aumentando su consumo. Creo que semejante acuerdo podría incrementar la economía mundial en un 3 por ciento, aproximadamente, de aquí a 2014... y sacar a cien millones de personas de la pobreza.

Presenté ese plan cuando presidí el G-20 en Londres en 2009. Quería que Oriente y Occidente se comprometieran con una estrategia oficial para rendir resultados más duraderos que los prometidos por los planes de rescate que estábamos aplicando en aquel momento. Habíamos centrado la atención en impedir que la recesión se convirtiera en una depresión. Yo sostuve que era también el momento de innovar con la creación de un marco de crecimiento más duradero.

Al final, no se pudo lograr un objetivo compartido de crecimiento y hasta ahora no ha habido suficiente voluntad política para actuar coordinadamente a fin de lograrlo. Desde entonces, Europa y los Estados Unidos han crecido muy por debajo de su capacidad (pese a la existencia de una demanda no atendida en todo el mundo) y el desempleo ha llegado a ser el 10 por ciento, aproximadamente, en los dos continentes (con un desempleo juvenil que ha alcanzado el alarmante nivel del 20 por ciento).

El acuerdo sobre el crecimiento mundial que nos eludió en 2009 sigue siendo la labor inacabada del G-20. La inversión pública concentrada al principio del período podría financiarse con cargo a un Banco Europeo de Inversiones de mayores dimensiones. China ha puesto ya los cimientos para desempeñar su papel: su política de xiaokang (reducir la pobreza y aumentar la clase media) ha de crear un mercado de miles de millones de dólares de bienes y servicios occidentales.

Occidente debe proponer que, si el consumo de China aumenta en entre dos y cuatro puntos porcentuales de su PIB durante los tres próximos años (cosa enteramente posible, al ampliar su red de seguridad social, reducir los impuestos y poner al alcance de sus ciudadanos de a pie la propiedad de una vivienda), los Estados Unidos y Europa incrementarán su inversión pública en cantidades similares. Si otros países asiáticos hacen lo propio y acuerdan crear un campo de juego igual para todos los exportadores, podríamos crear unos 50 millones de puestos de trabajo suplementarios.

Naturalmente, en Occidente un plan de inversión se expone a las críticas de quienes prefieren que no hagamos otra cosa que hablar de estrategias de crecimiento. De hecho, los críticos sostienen que el aumento de la inversión pública entra en conflicto con el impulso necesario para reducir los déficits públicos y avisan sobre el aumento de los tipos de interés que entraña un mayor gasto.

Pero los críticos se equivocan sobre los efectos de las inversiones específicas en el déficit. Un estudio reciente del Fondo Monetario Internacional aportó pruebas inequívocas de que podemos mantener en realidad los planes de reducción de los déficits, sin por ello dejar de beneficiarnos de las inversiones de capital suplementarias que las economías de los EE.UU. y de Europa necesitan.

Mí extrapolación del modelo del FMI muestra que los países occidentales pueden incrementar en gran medida su crecimiento del PIB a largo plazo aumentando sus niveles de inversiones de capital a lo largo de un período de tres años. Un estímulo anual equivalente a tan sólo el 0,3 por ciento del PIB rendiría un beneficio en los EE.UU. de 0,8 por ciento en crecimiento económico en su punto máximo en 2013 y de 0,4 en Europa.

Ese planteamiento, que garantiza el crecimiento y reduce el desempleo sin aumentar el déficit, es necesario para activar el sector privado y movilizar parte del capital que se ha acumulado en los balances de las empresas en los últimos años. También subraya la importancia del G-20 y del FMI para intentar conseguir el consenso mundial ahora.

Occidente está en condiciones de desempeñar su papel en la renovación mundial. Sus extraordinarias fuerzas laborales producen bienes y servicios de primera categoría, pero no se debe condenar a la fuerza laboral occidental con políticas que produzcan tozudamente un decenio de crecimiento lento y empleo escaso. Sería una tragedia humana y no sólo un desastre económico.

Por Gordon Brown. Fue Primer Ministro (2007-2010) y ministro de Hacienda (1997-2007) del Reino Unido. Es autor de Beyond the Crash: Overcoming the First Crisis of Globalisation (“Más allá del desplome. La superación de la primera crisis de la mundialización”). Traducido del inglés por Carlos Manzano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *