Un ajedrez en tres dimensiones

Por Valentí Puig (ABC, 25/03/03):

La tentación de reemplazar las causas por los efectos ha sido una constante de la crisis del Irak hasta el extremo de que ahora Francia se opone a las hipótesis post-bélicas cuando la guerra está todavía por resolver. Ha sido así desde que en algunas capitales europeas se consideró políticamente que ni el armamento iraquí de destrucción masiva ni la conflagración del 11 de Septiembre eran causas suficientes para hacer efectiva la Resolución 1.441, sino efectos inculpables a los Estados Unidos, a la supervivencia de Israel o a los mercados del crudo. Cientos de miles de ciudadanos han bajado a la calle para oponerse a una guerra que haya sido un capricho tejano de George Bush jr., una imposición del «lobby» judío o una estrategia de la industria petrolífera americana. La amalgama de políticas demagógicas y de incertidumbres legítimas ha llegado a la gravedad: una vez más se percibe que quienes tanto invocan intelectualmente la ética de la convicción quizás también debieran asumir la ética de la responsabilidad.

Otra irresponsabilidad consiste en fomentar la noción de que los Estados Unidos y sus aliados operan sistemáticamente desde la mala fe mientras que los países opuestos a la guerra en Irak acostumbran a colgar sus intereses y prejuicios en un perchero de los vestuarios del Consejo de Seguridad. Veteados de altruismo solidario en sus mejores momentos, los intereses nacionales patrocinan fundamentalmente el espectáculo de la conllevancia internacional y ganar ventaja es uno de los juegos de ese escenario. Francia ya teme que sus intereses en Irak estén en peligro cuando Sadam Husein caiga. Algunos analistas aventuran que los Estados Unidos se proponen que, en la modificación post-bélica del programa petróleo-por-alimentos hoy vigente en Irak, no sean tenidos en consideración los intereses de las empresas francesas y rusas. Jacques Chirac, después de haber contribuido tanto a la confusión de causas y efectos, ahora comienza a tirar por elevación: se opone al menor indicio de una administración anglo-americana de Irak y quiere que la ONU protagonice la posguerra pero sin que eso parezca una legitimación de una intervención que es ilegal, según Chirac.

El papel preponderante de las Naciones Unidas fue una propuesta explícita en el comunicado final del más reciente Consejo Europeo.
Por si acaso, la costumbre que tiene el Consejo Europeo de disimular toda divergencia obvia en sus comunicados a veces no hace sino dar mayor fuerza de inercia a las ambivalencias. Una vez más, fue así como los Quince esquivaron la constatación de una fractura, tal vez porque piensen que una acción combinada de estucado y de cálculo de estructuras podrá solventar la crisis que ha generado la intervención militar en Irak aún antes de que fuese lanzado el primer misil. En unos pocos días, la fractura se agrandaba por las contradicciones sobre la reconstrucción del Irak post-Sadam Husein y la oportunidad -o inoportunidad- de ponerse a debatir en caliente la cuestión crucial de la seguridad y defensa de la Unión Europea.

La táctica de Jacques Chirac parece asemejarse más a los movimientos del «Go» chino que a la petanca. Al fin y al cabo, Chirac siempre ha sentido fascinación cultural por los imperios de Oriente. En 1994, ese mismo Chirac dice en el breve manifiesto «Una nueva Francia» que, en el momento preciso en que las antiguas repúblicas populares del Este encontraban de nuevo la libertad, Europa no podría contentarse con ser un club de privilegiados que condenan una parte de los miembros de la familia europea a hacer antesala. «No sustituyamos el muro de Berlín por el del egoísmo», decía entonces Chirac. Aboga en aquellas páginas por una refundición de la Alianza Atlántica porque no se trata de que Europa se enfrente a América sino que simplemente exista siempre más. No es exactamente el mismo Chirac que amenaza con vetar el ingreso de los países del Este en la Unión Europea o que se ha empeñado en orquestar una resistencia ante los Estados Unidos allí donde a Francia le queda algún ascendiente.

Ahora Chirac está propiciando un encuentro entre Francia, Alemania y Bélgica para definir una defensa europea que marque más distancias con Washington. Como siempre, no se espera que ninguno de los presentes exprese la intención de incrementar sus presupuestos de defensa. De nuevo aparece la tentación de reemplazar causas por efectos. Si la guerra de Irak significa un fracaso diplomático, el final de la acción militar va a representar un ejercicio de realismo muy duro para todos. Incluso los Estados Unidos, potencia militar esencial para la estabilidad y la seguridad del mundo, podría repasar todas las escenas en la moviola, incluso a sabiendas de que su responsabilidad global es decisiva. Para todos los miembros de la comunidad internacional, valen las reglas del ajedrez tridimensional que ha formulado Joseph Nye: en el tablero superior, el poder militar es ampliamente unipolar; en el tablero intermedio, el poder económico es multipolar; el tercer tablero es el reino de las relaciones internacionales que superan las fronteras y los gobiernos. En este tercer tablero operan desde las transferencias bancarias globales hasta los terroristas y ahí el poder está disperso, sin hegemonías claras.

Alain Duhamel, comentarista francés de amplia audiencia, titulaba su ensayo sobre la Unión Europea como «Una ambición francesa». Europa -dice- es una idea francesa y, por supuesto, una historia francesa. A principios de los años cincuenta, el proyecto de una comunidad europea de defensa no llegó a buen puerto y la malversación de energía política dejó para todos los países implicados un mal sabor de boca. Un posible rearme bajo control de la Alemania Occidental impulsó a Francia a vetar lo que hubiese sido un ejército alemán en el marco de la Alianza Atlántica. Como dice Duhamel, puesto que Francia no aceptaba un ejército alemán había que saltarse una etapa y sin pausa pasar al ejército europeo. Ha transcurrido medio siglo. Es argumentable que a países como Gran Bretaña y España les incumbe en este momento la tarea de reforzar el vínculo atlántico sin que ahonde la fractura en el sistema europeo. No les va a faltar aliados. De Gaulle decía que Europa es Francia y Alemania: «Los demás son la guarnición de verduras». Se supone que ahora todos tienen que ser carne y pescado.

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