Un año agitado en Turquía

Ha pasado un año desde que fracasó el golpe de estado en Turquía, y todavía abundan las interrogantes sobre el futuro del país.

Al intento de golpe del año pasado no le faltó dramatismo. Los aviones F-16 rebeldes bombardearon el parlamento turco y 249 personas perdieron la vida. Pero no lograron detener al presidente Recep Tayyip Erdogan, quien movilizó a sus propios partidarios y selló el destino del golpe. Si el golpe no hubiera sido bloqueado en las primeras 48 horas, probablemente Turquía habría caído en una devastadora y violenta guerra civil, cuyas consecuencias se habrían extendido mucho más allá de sus fronteras.

Hoy en día, es difícil encontrar a alguien en Turquía que tenga dudas de que la sublevación fue instigada por fuerzas leales al enigmático clérigo musulmán asentado en Pensilvania Fethullah Gülen. Todas las pruebas disponibles parecen apoyar esta conclusión. Cuando Erdogan y su Partido de la Justicia y Desarrollo (AKP) llegaron al poder democráticamente en 2002, unieron sus fuerzas con los gülenistas para revertir el antiguo sistema autoritario de Turquía y apuntalar la democracia turca con miras a unirse a la Unión Europea.

Pero los gülenistas tenían ambiciones más profundas y una tradición de secretismo nacida en los tiempos de las dictaduras militares, cuando fueron proscritas muchas actividades religiosas en Turquía. Después de 2002, era bien conocida la infiltración gülenista de la policía y la judicatura, y utilizaron su posición para hacer juicios amañados y encarcelar a sus adversarios. Menos conocido era el grado en que también habían infiltrado la Fuerza Aérea y la Gendarmería.

En 2013, el AKP y los gülenistas se separaron y comenzaron una guerra civil silenciosa. Dado ese continuo enfrentamiento, no es irracional concluir que el golpe fallido del año pasado fue un esfuerzo dramático de los gülenistas por tomar el poder antes de que se los pudiera purgar de las fuerzas armadas.

El Estado turco, que en primer lugar nunca debió haber sido infiltrado tan profundamente por elementos subversivos, sin duda necesita limpiarse. Pero para que la democracia de Turquía tenga futuro, el proceso de eliminación de las amenazas internas debe respetar el imperio de la ley y los derechos humanos, y contar con un amplio apoyo dentro de la sociedad turca.

Desafortunadamente, algunos elementos de la respuesta de Erdogan al intento de golpe del año pasado generan serias preocupaciones. De las 100.000 personas detenidas, más de 50.000 han sido arrestadas formalmente. Entre ellas hay al menos 169 generales y almirantes, 7.000 coroneles y oficiales de rango inferior, 8.800 policías, 24 gobernadores provinciales, 2.400 miembros del poder judicial y 31.000 otros sospechosos.

Al mismo tiempo, un sinnúmero de personas han sido despedidas de sus puestos de trabajo, sin perspectivas de futuro. Numerosos medios de comunicación independientes también han sido cerrados y, en las últimas semanas, destacados defensores de los derechos humanos (incluido el director de Amnistía Internacional en Turquía) han sido arrestados por apoyar el "terrorismo", una acusación muy difícil de creer.

Tras el golpe fallido, la sociedad turca se unió detrás de Erdogan, pero las acciones del gobierno desde entonces han polarizado cada vez más al país. En su esfuerzo por purgar a los factores que amenazan el estado de seguridad de Turquía, el gobierno ha ampliado cada vez más su alcance. Y en abril, impulsó cambios constitucionales en un referéndum al que casi la mitad del país se opuso intensamente, incluyendo a la mayoría de los votantes jóvenes y urbanos. Cuando los cambios cobren vigencia, el sistema político de Turquía se transformará en uno en el que el presidente ejerza una alta concentración de poder.

Esto marca una clara diferencia con la primera década del gobierno AKP, cuando Turquía modernizó su economía, desarrolló sus instituciones democráticas, y dio pasos hacia la concesión de derechos civiles completos a sus ciudadanos kurdos. Los notables avances de Turquía durante este período fortalecieron sus perspectivas de ingreso en la UE.

Pero ahora el futuro es más incierto. Si el gobierno turco no comienza a respetar los derechos humanos y el estado de derecho a principios del próximo año, lo que queda de su candidatura de ingreso a la UE podría perder toda esperanza de recuperación. Las posibilidades de adhesión de Turquía ya se vieron afectadas por las negociaciones fallidas de paz y reunificación con Chipre, un fracaso por el cual no se puede culpar a Turquía. Y la UE ha recibido tanto abuso retórico que Turquía se ha vuelto políticamente tóxica en muchos de sus estados miembros claves, no el menor de ellos Alemania.

Sin el anclaje político que representa el proceso de adhesión a la UE, el proceso de modernización de Turquía podría ir en reversa. Y si eso sucede, el país podría verse arrastrado hacia el lodazal de Oriente Medio. Turquía ya está luchando admirablemente por dar cabida a millones de refugiados del conflicto en Siria, en el ahora participan las fuerzas turcas, y es objetivo constante de ataques terroristas por parte del Estado Islámico. Por otra parte, Erdogan ha decidido ahora insertar a Turquía en el delicado equilibrio diplomático en curso entre Qatar y otros estados del Golfo.

El futuro de Turquía tiene una profunda importancia. Turquía se extiende entre Europa y Oriente Medio, pronto tendrá una población de 100 millones de habitantes, y tiene un impresionante potencial económico. La historia de Europa no puede escribirse sin Turquía, como tampoco se puede hablar del futuro de Turquía sin Europa. Si emprende un camino creíble hacia la participación en la UE, puede ayudar a superar las divisiones culturales y tradiciones que de lo contrario podrían amenazar a toda Europa.

Pero las guerras políticas internas de Turquía están poniendo en peligro este futuro. Las secuelas del intento de golpe de Estado podrían haber sido curativas. En cambio, hasta ahora ha sido divisivas. Todavía no es demasiado tarde para tomar otro camino, pero el tiempo se está acabando.

Carl Bildt was Sweden’s foreign minister from 2006 to October 2014 and Prime Minister from 1991 to 1994, when he negotiated Sweden’s EU accession. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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