Un año de esperanza para Colombia

A un año de la Presidencia de Iván Duque en Colombia, podemos empezar a hacer un balance de su desempeño, no sin antes prevenir al lector de que la opinión pública nacional no ha sido muy generosa con su gestión, si se tienen en cuenta los logros que hasta la fecha ha alcanzado su gobierno.

El presidente Duque recibió un país dividido donde poco o nada parecía funcionar. En el año 2017 se registraba un lánguido crecimiento del 1,4%, el déficit fiscal superaba el 3% y el país venía de haber rechazado el llamado Acuerdo de Paz con un contundente «No», en la consulta realizada por el entonces presidente Santos. La herencia económica no era la deseada ni la paz verdadera pero las expectativas del pueblo colombiano, frente al gobierno entrante, alcanzaban las más altas cotas.

Las soluciones milagrosas no llegaron y sin ellas, afloró la frustración de esos ciudadanos que hoy juzgan con tanta severidad a Duque. Sin embargo, resultados hay y habrá más. Las previsiones ya indican un crecimiento económico superior al 3,4%, el déficit fiscal en torno al 2,4% y un escenario con Colombia en la senda sostenible de desarrollo. Al gobierno Duque hay que reconocerle que no solo ha frenado la expansión de los cultivos ilícitos, sino que los ha reducido en un 5%, pese a los obstáculos -ahora matizados- interpuestos por la Corte Constitucional frente al uso del glifosato como agente activo para su erradicación. El cambio de doctrina -o sus precisiones- evitará situaciones dramáticas en la erradicación manual, como los ataques perpetrados por las disidencias de las FARC o la explosión de mortales minas sembradas en esos territorios.

No son estos logros los únicos que puede mostrar Duque. A la lista hay que sumar otros relativamente ocultos pero no menos significativos, como los 50.000 subsidios de vivienda con derecho a opción de compra para las familias más necesitadas; los 40.000 nuevos cupos para jóvenes en la universidad pública; la reducción del 5% de hurtos y homicidios; el aumento del 6% del salario mínimo en el 2019 (el mayor en 25 años); la desvinculación del narcotráfico con el delito político (establecido por el anterior gobierno); el saneamiento de la deuda hospitalaria; el impulso a las energías renovables y la electrificación de las más apartadas zonas del país. Pero, hay más: el manejo del Congreso sin la consabida «mermelada» que desde antaño se proporcionaba a los congresistas para mantener la rueda de la gobernabilidad funcionando; la creación del Ministerio del Deporte; la reducción de impuestos a las microempresas; la lucha contra la corrupción administrativa; la jornada única escolar; la no intermediación de unos 7.000 productores agrícolas o su empeño por alcanzar la meta propuesta de la equidad, foco principal de su gobierno y en donde de manera muy dinámica y particular, participa lo que el presidente ha llamado la «economía naranja». Esto es, los jóvenes talentos colombianos que ayudan al país a través de las industrias creativas. Éstas son algunas de las menos evidentes realizaciones de su corta administración, asediada, qué duda cabe, por una opinión que aún espera milagros de su gobierno y que percibe una falta de respaldo de la formación política que lo llevó a la Primera Magistratura. Es decir, del Centro Democrático.

Las discrepancias más severas con el actual presidente colombiano se traducen en reproches a varios miembros de su gabinete por su presunta escasa experiencia. En especial, en las negociaciones con el Congreso. Es en este terreno, de arenas movedizas, donde el expresidente Álvaro Uribe es una pieza de apoyo clave. Duque actúa con criterio propio e independencia total pero a un ex presidente de la talla y prestigio -nacional e internacional- como Uribe no se le puede -ni debe- pasar por alto o ignorar en pro de sostener e impulsar los proyectos legislativos más importantes del Ejecutivo.

En este contexto hay que destacar a dos colaboradores determinantes en el equipo de Gobierno. El experimentado ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Holmes Trujillo, diplomático con altura de miras y sentido de Estado y la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez. Ambos forman parte de una Administración que llegó con aire fresco y se le exige la misión imposible de sacar adelante en el Congreso todas sus iniciativas legislativas.

El buen gobernante -y Duque lo es- además de saber rodearse de los mejores puede -y debe- ir haciendo cambios en su gabinete en la medida en que la política lo exija. El presidente, demócrata convencido y de ánimo conciliador, hará lo que haga falta para ir enderezando el rumbo de una nación que hacía agua por los cuatro costados. El tiempo lo demostrará. A Iván Duque bien puede aplicársele lo que algún día dijo Otto von Bismarck: «La política es el arte de lo posible» (él acababa de lograr redefinir los límites de lo posible políticamente al convertir al rey de Prusia en el emperador de Alemania). Todo indica que el presidente de Colombia, por imposible que parezca para algunos, puede afrontar con éxito los desafíos del país.

Pedro Santos, analista político.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *