Un antídoto a la maldición de los recursos naturales

El entendimiento geopolítico a menudo se gana con la experiencia de vida más que con un criterio amplio. Llegar al aeropuerto Charles de Gaulle en París desde Conakry, Guinea, es un caso ilustrativo: el aeropuerto de Conakry, situado en uno de los países más pobres del mundo supera al globalmente prestigioso centro francés en términos de limpieza, servicio y orgullo.

Si casos como ese se convirtieran en proyectos nacionales, Guinea lograría sumarse al pequeño grupo de países ricos en materias primas que se han desecho de la corrupción y el deterioro económico que a menudo acompañan a las riquezas naturales abundantes.

La historia ha mostrado lo difícil que es evitar la llamada maldición de los “recursos naturales”, y no afecta solamente a países menos desarrollados como Nigeria, como muchos suponen. En los años ochenta, el auge de Reino Unido impulsado por el gas y el petróleo del Mar del Norte socavó la diversificación de la competitividad económica en el país, mientras que el gobierno de la primera ministra, Margaret Thatcher gastaba mucho de los ingresos en dádivas que fomentaban el consumo excesivo.

Si bien algunos países ricos en materias primas han logrado desechar la maldición, incluidos Bostwana, Chile y Noruega, no obstante éstos no han podido diversificar sus economías y siguen dependiendo de las exportaciones basadas en recursos naturales. Sin embargo, la historia no está destinada a repetirse, y los dirigentes de países ricos en materias primas están buscando alternativas futuras.

Algunos países en África –incluidos Ghana, Liberia, Mozambique, Rwanda y Uganda– están dando señales tempranas de éxito. Hace poco Zambia hizo una emisión inaugural de bonos a diez años por 750 millones de dólares a una tasa de interés anual de 5.375%. La demanda superó la emisión 24 veces, lo que permitirá a Zambia obtener créditos más asequibles que muchos países europeos.

Estos avances reflejan que hay una creciente confianza en las perspectivas económicas de África y, por ende, en su habilidad para escapar de la maldición de los recursos naturales. Sin embargo, esos países siguen encarando obstáculos mayores al desarrollo.

Primero, los gobiernos deben lograr un equilibrio entre los objetivos de largo plazo y los logros de corto plazo. En condiciones de tiempo ilimitado, los países menos desarrollados ricos en materias primas invertirían primero en capital humano e instituciones, después canalizarían sus ingresos crecientes de las materias primas a la infraestructura, y avanzarían hacia la diversificación de sus economías mediante el fortalecimiento de la agricultura, la manufactura y los sectores de servicios.

Por supuesto, en el mundo real las economías políticas de dichos países exigen rendimientos de corto plazo, empezando por los servicios básicos como el agua potable y la electricidad. Si los gobiernos no logran responder a estas demandas básicas, los ciudadanos tomarán las calles y en general de forma destructiva. Por ejemplo, este verano en Guinea, la frustración de los ciudadanos con la pobreza generalizada, la fragilidad de las instituciones, el recuerdo de la persecución étnica y la desconfianza en procesos democráticos extraños fomentó protestas violentas.

Segundo, el desarrollo requiere dinero y condiciones adecuadas. Sin embargo, en muchos casos, las condiciones para el financiamiento obstaculizan la inversión.

El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial encabezan el grupo de actores tradicionales entusiastas por ayudar, y ofrecen cancelar deudas y financiamiento en condiciones favorables. Pero las estrictas reformas institucionales que exigen, si bien en teoría son benéficas, podrían no ayudar a estabilizar o fortalecer el proceso de desarrollo.

Los nuevos actores, principalmente China, se han convertido en una fuente alternativa de financiamiento asequible disponible. No obstante, los chinos quieren a cambio oportunidades de negocios y, en cierta medida, influencia política.

Los fondos de riqueza soberana también participan cada vez más en el financiamiento al desarrollo. Sin embargo, pese a que son propiedad del Estado y están sujetos a decisiones políticas, funcionan como empresas comerciales (tal vez exceptuando los instrumentos de inversión propiedad del Estado financiados con hidrocarburos de Noruega).

El financiamiento para los proyectos más caros –sistemas de implementación de energías sostenibles, creación de infraestructura de transporte y desarrollo de ciudades modernas– debe materializarse con inversionistas institucionales externos. No obstante, los inversionistas privados de alta calidad se resisten a hacer inversiones grandes, ilíquidas en países frágiles y volátiles. Aquellos que están dispuestos a participar a menudo demandan primas de riesgo excesivas que aumentan espectacularmente el costo del capital, que en muchas ocasiones llega a niveles de usura.

Empresas mineras globales como Rio Tinto trabajan cada vez más en conjunto con líderes de economías emergentes como la empresa china, Chalco, para respaldar el desarrollo. Al ser las más interesadas son las que más experiencia tienen en usar deuda barata para crear valor. Pero, como los precios de las materias primas empiezan a caer, incluso las compañías más optimistas están revaluando los planes de inversión demasiado ambiciosos –tendencia que se refleja en la reciente decisión del gigante minero brasileño, Vale, de suspender sus inversiones en Guinea.

Desechar la maldición de los recursos naturales requiere antes que nada, un fuerte y legítimo liderazgo político interno, sostenido por acuerdos institucionales efectivos. Pero también requiere de una comunidad de inversión global –pública, privada y mixta– que pueda actuar más allá del corto plazo, el sesgo ideológico, la ignorancia y el cinismo. Después de todo, apostar por potencial de liderazgo, visión y rendimientos no debería limitarse a nuevas inversiones en empresas de corte tecnológico con sede en California.

Guinea, que está teniendo avances a pesar del ingreso per cápita anual de alrededor de 450 dólares, ejemplifica el potencial de los países más pobres del mundo para superar expectativas. Los inversionistas deberían tomar nota.

Simon Zadek is Senior Adviser at the International Institute of Sustainable Development and Senior Fellow at the Global Green Growth Institute. Traducción de Kena Nequiz.

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