Un Berlín europeo que lidere Europa

El presidente Obama se ha visto empujado a espiar a la canciller Merkel por imperiosa necesidad. No me extraña que quisiera saber quién es realmente esta señora, cuál es su perfil psicológico y, si fuese posible, anticipar qué pueda estar pensando. Vista su extraordinaria capacidad para mimetizarse con los distintos estratos de la sociedad alemana, resulta difícil saber a ciencia cierta qué piensa nuestra pragmática canciller. En contraste con el ademán adusto y la mirada glauca de otros líderes germanos, cabe reconocerle su pericia y discreción para resolver los graves problemas económicos que tenía planteados al inicio de su mandato

En el ámbito doméstico, se comporta como una socialdemócrata, aunque solo en la forma. Y, en sintonía con el capitalismo renano paternalista, asume el papel del buen padre de familia preocupado por el futuro de los suyos. Representa seguridad y protección para sus conciudadanos. Ofrece seguridad cuando congela la actividad de las nucleares después del accidente de Fukushima, y les protege cuando establece límites a los alquileres en Berlín.

Este manto protector, con el que los socialdemócratas también se sienten al abrigo, la aleja de la derecha anglosajona, que representa al padre exigente y autoritario, y la madre estricta y severa. Pero su personalidad destila glacial frialdad, un autocontrol exánime y sin un adarme de pasión. Quizá vivir en una dictadura comunista contribuya a forjar un carácter exigente, autoritario e intransigente. Estas actitudes, sin embargo, las reserva para el trato cordial, pero cruel, con sus socios europeos de inferior nivel de renta. Cuando los Estados sureños nos hagamos mayores y aprendamos a comportarnos, Mutty Merkel (mami Merkel) dejará de entrometerse en nuestras vidas y en nuestras políticas nacionales, en consonancia con su visión unidimensional y germanocéntrica de Europa.

Esto nos retrotrae a la época anterior a la Gran Guerra, descrita por Stefan Zweig en El mundo de ayer como “la edad de oro de la seguridad”. “T[…]odo parecía creado para durar y el mismo Estado parecía la garantía suprema de esa estabilidad. […]No fue un siglo apasionado el siglo en que nací y me crie. Era un mundo ordenado, con estratos bien definidos y transiciones serenas, un mundo sin odio. El ritmo de las nuevas velocidades no había pasado todavía de las máquinas […]al hombre. El tiempo y la edad tenían otra medida. Se vivía con más sosiego. […]Nunca pasaba nada de repente”. La vida transcurría en un estado de ánimo cercano al tedio, al bostezo, era el spleen que impregnaba toda la sociedad. Un aburrimiento mortal, al que Brunetière llamó el mal del siglo, y cuyo mundo simbólico Mutty Merkel quiere recrear ahora en el imaginario de sus conciudadanos.

Representación que no está, sin embargo, libre de peligros para Europa y la estabilidad del euro. Mientras el mundo se encuentra hoy en plena transformación, Europa experimenta una clara asincronía entre el spleen de Berlín y la urgencia por recomponer la fragmentación financiera en la eurozona y lograr la unión bancaria. No se puede seguir exigiendo la aplicación de reformas estructurales a la periferia si el centro sigue ahíto de aburrimiento y se echa a dormir. El sopor en el que Mutty Merkel ha dejado sumida a la sociedad alemana, le permite actuar con parsimonia ante las iniciativas europeas para construir una genuina unión monetaria y financiera, aunque ello añada presión sobre las primas de riesgo de los periféricos. Algo que nos podríamos ahorrar, pero que acrecienta nuestros pagos por el servicio de la deuda, y detrae recursos para financiar las reformas que, con mucha razón, exige el centro.

Las elecciones alemanas de septiembre han reorientado ligeramente hacia Europa el timón de la política germana. La probable formación de un Gobierno de coalición entre conservadores y socialdemócratas antes de Navidad, ha permitido situar en la agenda política los 10 puntos innegociables del SPD. Reclaman mayores inversiones públicas en infraestructuras y educación, y estímulos al crecimiento que alivien la situación económica y reequilibren la eurozona, pues —como muestra el estudio de mi compañero de la Comisión Europea Jan in ‘t Veld— el impacto de consolidaciones fiscales simultáneas perjudica más a los países sometidos a programas de rescate.

El SPD exige también igualdad salarial entre sexos y un salario mínimo nacional de 8,50 euros la hora, y, aunque Mutty Merkel ha sido refractaria a este asunto, los sindicatos alemanes quieren verlo hecho realidad en los cien primeros días de Gobierno. En cuanto al salario mínimo, aunque excluye a grupos de trabajadores inmigrantes, ayudaría a consolidar la incipiente recuperación. Por lo demás, el anuncio de septiembre sobre el futuro despido masivo de 15.000 trabajadores en Siemens, un tercio de ellos en Alemania, refleja también cierto declive del gigante tecnológico alemán.

Todo ello reclamará del futuro Gobierno una actitud menos ensimismada, más proactiva y alejada del confortable spleen de Berlín. Un Gobierno que confronte la nueva realidad desde una óptica más europea, juegue su papel global en el ámbito internacional —como le reclama Obama—, y extienda las virtudes alemanas a toda la UE. Ahora que Alemania se ha europeizado es cuando necesitamos, más que nunca, su liderazgo europeo.

Manuel Sanchis i Marco es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia e investigador asociado del AQR-IREA de la Universidad de Barcelona.

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