Un cambio de manos responsable

La globalización y las dificultades crecientes que comporta seguir compitiendo explican que, cada vez con mayor frecuencia, haya empresarios que decidan vender su empresa. En Catalunya ha sucedido ya con marcas tan emblemáticas como Panrico o Chupa-Chups. Ayer se acordó la venta de Caprabo, empresa líder del sector de la distribución. Y otras que vendrán en el futuro. Este no es un fenómeno local, sino que se está produciendo en todo el mundo. Sin embargo, en el caso de Catalunya puede tener efectos más negativos, ya que en nuestro tejido empresarial tienen un peso mayor las empresas familiares de pequeña y mediana dimensión, que son fácilmente comprables. En otras economías más desarrolladas y diversificadas, como la de EEUU, por ejemplo, la parte de la economía integrada por grandes empresas es mayor y, por tanto, no es tan fácil ni supone un impacto tan relevante la compra de empresas de aquel perfil.

En el momento de evaluar a quién se vende la empresa, el precio que se obtendrá por ella influye decisivamente en la decisión. Está claro que en una economía de mercado el vendedor tiene todo el derecho a vender al mejor postor. Sin embargo, el dinero no lo es todo. O no debería serlo. La dimensión monetaria de la venta es fundamental pero también cuentan otros elementos más intangibles. Un elemento decisivo a considerar es la responsabilidad social, que influye decisivamente en la estrategia de las empresas en temas como las relaciones con la Administración, las relaciones laborales, el medioambiente o las interacciones con clientes, proveedores, bancos, etcétera. La responsabilidad social debe estar presente cuando se crea una empresa y también cuando esta crece. Ha de inspirar a los empresarios a lo largo de toda la vida de sus empresas.

Pero si la responsabilidad social es algo más que una moda, o va más allá de una pose que queda bien, debería seguir inspirando la actuación de los empresarios también en el momento de vender su empresa. Los empresarios deben evaluar el impacto social que supone que la empresa pase a otras manos. Así, son aspectos relevantes el mantenimiento de los puestos de trabajo, la política social y sindical del nuevo propietario, la ubicación de la sede de la empresa, la política lingüística, la imagen global del comprador y su coherencia con la de la empresa comprada, y las relaciones con las administraciones públicas o con los proveedores que han trabajado con la empresa durante décadas.

En el pasado, algunas empresas muy arraigadas en el país han sido vendidas a entidades que se rigen por criterios esencialmente financieros y cortoplacistas. Esta perspectiva, muy alejada de la visión empresarial a largo plazo, explica que la empresa comprada sea objeto de un proceso de troceado y de venta por partes, con lo que al final la empresa vendida pierde todo parecido con lo que significaba antes de la compraventa. Si el comprador tiene un enfoque exclusivamente financiero puede estar más interesado en conseguir un pelotazo a corto plazo que en crear valor a largo para el accionista y para la sociedad. A los pocos años queda muy poco rastro de lo que fue la empresa vendida.

En otros casos, las empresas han sido adquiridas por grandes multinacionales que han diluido como un azucarillo la compañía comprada. Cuando los vendedores recuerdan el legado que recibieron de sus padres se lamentan de la venta efectuada, pero ya es demasiado tarde. Por tanto, no está de más ampliar los criterios a considerar en el momento de la venta.

El comprador responsable socialmente debe esforzarse en aprovechar las fortalezas de la empresa adquirida y en corregir sus posibles debilidades. De esta forma puede generar sinergias para alcanzar o consolidar un liderazgo. Estas sinergias permiten que la suma de la riqueza generada por la empresa comprada y por la empresa adquirente sea mayor estando juntas que separadas si no se realiza la compraventa.

De lo expuesto anteriormente se deduce que no todos los compradores tienen el mismo perfil desde el punto de vista de la responsabilidad social. No todas las empresas tienen la misma trayectoria al evaluar su interacción con la sociedad. El comprador debería poder acreditar unos valores corporativos sólidos, una clara intención de arraigo en relación con el territorio o la voluntad de cooperar con los operadores y proveedores locales, sin perder de vista que la empresa debe seguir siendo competitiva. De esta forma se puede evaluar el impacto predecible que se producirá después de la venta en todos los stakeholders de la empresa: trabajadores, administración, clientes, proveedores, bancos... No es verdad lo que a veces se oye de que "el dinero huele bien, venga de donde venga". En función de la trayectoria del comprador y del proyecto empresarial que tenga previsto para la empresa comprada, el dinero recibido puede tener más o menos sentido.

En definitiva, vender una empresa no es tarea fácil. A las consideraciones exclusivamente econó- micas y de rentabilidad es conveniente añadir otras de índole social y sentimental. Los planteamientos expuestos pueden aumentar la probabilidad de que se lleve a cabo una venta responsable.

Oriol Amat, catedrático de Economía Financiera y Contabilidad de la UPF.