Un canónigo republicano

No hace mucho asistí a la misa de los canónigos en la catedral de Córdoba. Era por la mañana, temprano, cuando no han llegado aún los turistas. En el corazón de la inmensa mezquita árabe, la pequeña catedral cristiana se me antojaba paradigma de la civilización cristiana anegada hoy en el creciente océano islámico. Iban llegando los canónigos, con sus capas y bonetes, y los concelebrantes con casullas, y algunos saludaban atentamente a distinguidas damas allí presentes, que tal vez les invitaban a tomar chocolate aquella tarde. Creía estar en el mundo de La regenta. La misa fue muy digna, pero yo creía percibir la sombra de un canónigo, el más digno de todos, que años atrás fue expulsado de modo irregular e injusto de aquel cabildo.

Acaba de publicarse un libro precioso, La pequeña grey. Testimonio religioso sobre la Guerra Civil española (Península, 2007). Son las memorias de José María Gallegos Rocafull. Había nacido en Cádiz en 1895 y fue canónigo lectoral de Córdoba (1921), diputado en las Cortes Constituyentes (1931) y profesor auxiliar de Filosofía en la Universidad de Madrid. Trabajó especialmente en el apostolado social. Al empezar la Guerra Civil hizo unas declaraciones condenando el alzamiento contra el Gobierno legítimo, por lo que fue suspendido a divinis y desposeído de su canonjía.

Al terminar la guerra escribió a su obispo para expresarle su deseo de regresar. El obispo no se dignó contestarle, sino que encargó al vicario general que le dijera que, "por su transgresión enormemente grave y altamente escandalosa" de haber escrito y obrado a favor de "la revolución roja marxista", no podía reintegrarse a su puesto en el cabildo, y que ni soñara con percibir los haberes de canónigo devengados. Lo que tenía que hacer era buscar en un país lejano "donde el delito no fuera tan público y notorio", un obispo benévolo que le levantara la suspensión a divinis. La despedida, que sonaba a sarcasmo, era la sobada fórmula burocrática "Dios guarde a usted muchos años". Expertos canonistas le aseguraban que las sanciones impuestas eran totalmente irregulares, y que si apelaba a Roma le darían la razón, pero no quiso pleitear con la Iglesia. Tuvo que exiliarse y fue profesor de Filosofía en la Universidad de México, donde murió en 1963. Allí le conoció el P. Miquel Batllori, que le tenía un gran respeto.

Termina su relato en marzo de 1939. Derrotado el Ejército republicano, un alud de cientos de miles de hombres, mujeres y niños han pasado los Pirineos y han sido internados en aquellos infames campos de refugiados. "Acabó ya la guerra", se dice. "¡Qué extraña manera de salvar a España!", apostilla. Pero le abruma, "como visión dantesca, el éxodo de toda esa inmensa muchedumbre... que se amaciza en la frontera, huyendo despavorida de los vencedores. Huyendo de los moros y de los militares, pero también de los clérigos y de los obispos". Hace suyas las palabras de Jesús antes de la multiplicación de los panes: Misereor super turbam, "me da lástima esta muchedumbre". Palabras que ha estado esperando oír de labios de los prelados españoles. "Ellos, más que nadie de los españoles, han contribuido a la victoria franquista. Tienen sobrada autoridad y merecimientos para implorar, para exigir un perdón". Si durante la contienda creyeron que debían bendecir a los sublevados, "¿no es ahora la hora de probar con el ejercicio de la caridad y la misericordia que era justificado el apoyo que prestaron a Franco? Ya que no fueron pacificadores en la guerra, ¿por qué no lo son en la paz?".

El título, La pequeña grey, alude a las palabras de Jesús, cuando tras el entusiasmo que al principio suscitaron sus milagros, muchos seguidores lo abandonan, decepcionados por su mesianismo que se vuelca en los pobres y los pecadores. Entonces dice a los pocos que le han permanecido fieles: "No temáis, pequeña grey, porque se ha complacido el Padre en daros a vosotros el Reino" (Lc 12,32). No es a través de la Iglesia triunfalista, poderosa y arrogante que el Reino triunfará, sino por medio de la pequeña grey. Por ella había optado el canónigo Gallegos Rocafull.

Hilari Raguer, historiador y monje de Montserrat.