Un caos 'made in USA'

Dentro de unas semanas se celebran elecciones nacionales en Estados Unidos. En realidad, ya han comenzado; para el 4 de noviembre, 3 de cada 10 electores ya habrán votado por correo o acudido por adelantado a sus colegios electorales. Los sondeos atribuyen al senador Obama una ventaja de entre cinco y siete puntos porcentuales, y el voto Estado por Estado para el Colegio Electoral le favorece. Está por delante en Estados que en elecciones recientes votaron a los republicanos, como Colorado, Virginia e incluso Florida y Ohio.

Obama cuenta con el apoyo mayoritario fuera de las fronteras de Estados Unidos, pero conviene no caer en un júbilo prematuro. Todavía no es posible saber cómo influirán la educación y la raza de Obama en personas que, por motivos económicos e ideológicos, podrían votar a los demócratas. En las elecciones al Congreso y al Senado que también se celebrarán el 4 de noviembre, el Partido Demócrata tiene una ventaja de 10 puntos: el hecho de que Obama no alcance porcentajes similares prueba la dificultad que tienen muchos ciudadanos para aceptar su inteligencia y su origen.

Y no podemos saber de antemano los posibles efectos electorales de una sorpresa en el extranjero en los últimos días de la campaña, sobre todo si la sorpresa, como el ataque de Georgia contra Osetia, está orquestada desde Washington con la intención de ayudar al senador McCain. Los republicanos, desesperados ante la perspectiva de la derrota, han emprendido una línea de actuación en la que ninguna mentira es demasiado burda, ninguna calumnia demasiado sórdida ni ningún insulto a la inteligencia de los ciudadanos corrientes demasiado vergonzoso. Es muy posible que la última fase de su campaña establezca nuevos niveles de degradación en la política democrática estadounidense.

Si vence Obama, se encontrará con una situación en la que el chovinismo beligerante del senador McCain y la ignorancia provinciana de la gobernadora Palin habrán recibido los votos de más de 4 de cada 10 electores. Además, tendrá que hacer frente a una crisis económica creada por nuestro sector financiero y que éste, hasta ahora, ha gestionado con arreglo a sus propios términos, establecidos por el antiguo presidente de Goldman Sachs, actual secretario del Tesoro y, dadas la pasividad y la impopularidad de Bush, presidente de facto.

Cuando Franklin Roosevelt tomó posesión como presidente en 1933, en plena Depresión, aprovechó los experimentos políticos de reforma económica que se habían hecho en diversos Estados desde hacía 30 años. Obama heredará la débil resistencia de su partido a la soberanía del mercado, precisamentecuando el mercado está autodestruyéndose. En realidad, Obama no es el líder de la izquierda estadounidense que pintan los demonólogos republicanos, sino un tecnócrata muy brillante que prefiere trabajar con la situación del mundo tal como es.

Si gana McCain, las posibilidades de caos son mayores. Si un McCain en la Casa Blanca intenta poner en marcha algún tipo de colaboración con la previsible mayoría demócrata en el Congreso (que seguramente sufriría divisiones ideológicas y desmoralización por la derrota presidencial), miembros importantes de su propio partido apoyarán a su vicepresidenta en una forma más pura de darwinismo social. El resultado será seguramente un compromiso político o el recurso a la guerra. La campaña de McCain ha invocado el nombre del nuevo comandante en jefe de la región de Irak, Irán, Pakistán y Afganistán, el general Petraeus, sin que a éste se le oyera hacer ninguna objeción. Con el tiempo, se le recompensaría nombrándolo Jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas en lugar del independiente y reflexivo almirante Mullen. Estaría abierto el camino hacia una solución de la crisis económica mediante la movilización, acompañada de un aumento de la represión. El llamamiento de McCain a "pasar página" en el debate sobre la economía es una señal de lo que trataría de hacer como presidente.

En un país en el que los únicos que conocen la historia son los historiadores, McCain ha hecho suya la política económica con la que el presidente Hoover convirtió la Depresión de finales de los años veinte en la catástrofe de principios de los treinta: reducir el gasto público. Incluso el BCE y la OCDE, con sus recientes desviaciones de la teología del mercado, parecen más realistas.

Hay una propuesta lógica y evidente que no oiremos en este debate ni en el siguiente. Los 700.000 millones de dólares que vamos a jugarnos para rescatar a nuestros bancos de sí mismos equivalen a la partida presupuestaria anual del Pentágono que acaba de votar sin discusión el Congreso (aparte de decenas de miles de millones más para las guerras de Irak y Afganistán). Estados Unidos gasta más en "defensa" que todos los demás países del mundo juntos, pero los dos partidos aceptan esos desembolsos como una forma aceptable de keynesianismo estadounidense. Ese dinero no puede reemplazar formas mucho más eficaces de inversión social y estímulo económico, pero hay pocos motivos para confiar en una transformación racional del presupuesto federal. Obama y Biden, seguramente, tendrían una política exterior y militar más sutil que la de sus adversarios. Pero ambos han repetido las tonterías habituales sobre Irán, han prometido intensificar la guerra en Afganistán y han jurado lealtad eterna a Israel. A la larga, quizá se reconozca que los costes del imperio son excesivos o incluso imposibles de sostener. En un futuro inmediato, nuestra marcha nacional hacia el abismo va a continuar.

Existe, no obstante, la posibilidad de imponer un mínimo de racionalidad al Gobierno de Estados Unidos desde fuera. En el peor de los casos, a un Gobierno de Obama se le podría animar a romper con el pasado reciente del país y a un Gobierno republicano se le podría dejar claro que va a haber resistencia contra el unilateralismo. Cuando nuestro país se ha engañado a sí mismo con mentiras sistemáticas, grandes sectores de las clases dirigentes y educadas de todo el mundo las han aceptado como verdades o, al menos, han hablado y actuado como si fueran verdades. Eso ya no es posible. No sólo nuestros bancos han vendido a clientes extranjeros unos instrumentos financieros sin valor, sino que los bonos del Tesoro de Estados Unidos ya no son una inversión totalmente segura, porque la bancarrota nacional es una posibilidad real.

En cualquier caso, el mundo ya no cree que nuestro modelo económico y social sea un ejemplo digno de seguirse. Ahora las autoridades económicas y políticas de otros países, y especialmente de la Unión Europea, ofrecen respuestas inmediatas y a largo plazo a los desastres made in USA que tal vez previeron pero a los que tuvieron la imprudencia de no oponerse.

Norman Birnbaum, catedrático emérito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia