Un cardenal de España

Todo el saber que se halla quintaesenciado en el mensaje humanístico del concepto ciceroniano y cervantino de la Historia esplende en un texto del que en este estío se cumplen los ochenta años de su publicación. Escrito prepostrimero del cardenal Isidro Gomá (1869-1940), muerto en Madrid justo un año después de su redacción, es un documento a todas luces de singular acuidad y límpido patriotismo. Dado a la imprenta, como se decía, en los postreros años de la fecunda biografía de su autor, uno de los cuatro primados toledanos provenientes en el siglo XX por nascencia o cargo en el solar del Principado, recobra en la atosigante actualidad española la fuerza y trascendencia de su aparición en agosto de 1939.

Gran parte de los tópicos y huecos estereotipos circulante al norte del Ebro pero también, a las veces, al sur se desmorona al afrontarse por la buida pluma, acezante de rigor y verdad, del gran prelado tarraconense. Convertido por la leyenda negra rediviva con la tragedia de 1936 en actor descollante de la apología de la Hispanidad y del nacional-catolicismo, su recia y, en varias facetas, descollante figura se dibuja inalcanzable a críticas de tan alto voltaje como infirmes de sustancia y acribia. De granítica formación tradicional con algunos escarceos de juventud por los pagos carlistas, su apertura a la cultura francesa fue muy notable, alentando una ‘cupido sciendi’ y un gusto por las bellas artes y buenas letras que lo acompañarían desde la mocedad, en especial, en este último campo. Su carrera episcopal fue meteórica. En pleno disfrute de la simpatía del Papa Pío XI (1922-39), obispo en 1927, el pontífice de la Quadragesimo Anno lo elevó en 1933 a la silla primacial de Toledo, para designarlo dos años más tarde cardenal de la Iglesia Romana. Ausente de su sede por un adelanto de sus vacaciones estivales en tierras navarras, su feeling con Franco sería tan temprano como total. De caracteres un punto contrastados, la estima y confianza entre ambos se evidenciaron mutuas, basadas en esencia en la admirada ‘profesionalidad’ prestada por uno y otro al desempeño de sus funciones. Inspirador y, sobre todo, redactor en casi su integridad de la famosa y aun más polémica Carta Pastoral del Episcopado Español a los Obispos del mundo entero, de 1-VII-1937, la personalidad y trayectoria de Gomá alcanzarán celebridad europea y, en amplia medida, universal. Catalán de estricta observancia y colmada hoja de servicios a sus coterráneos e historia, no tardó en erigirse en Salamanca y en Burgos en blanco predilecto de la ‘intelligentzia’ falangista, ulcerada por la irreductible resistencia opuesta por el cardenal a su connivencia con la propaganda filonazi de algunos de sus integrantes y a su intento por la ‘fascistización’ de la Nueva España... No obstante la férrea censura impuesta por Serrano Suñer y su brillante staff, la insomne pluma del cardenal se movió con libertad e independencia por diversos planos de reserva y, en ciertos extremos, de abierta crítica a los ‘dogmas’ y principios del Estado totalitario, preconizado con mayores o menores veladuras por los ideólogos de la Falange, con una censura implacable a las creencias paganizantes que consideraba descubrir en folletos y libros alumbrados en las esferas por ellos auspiciadas.

Por tal senda, la última de sus pastorales -‘Lecciones de la guerra, deberes de la paz’-, firmada, como ya se ha recordado en los inicios de agosto de 1939, alzaprimaba los rasgos de la ecuación Catolicismo-España, cuya savia histórica era religiosa desde el momento mismo de su creación. Fijados definitivamente por la historia su ser e imagen, la fidelidad a este modelo equivalía a la continuación de una gloriosa trayectoria, y la infidelidad, al vaciamiento y negación de su existencia. Tales eran a la vez la mayor lección de la guerra civil y el más elevado deber de la postguerra, en la que la magnanimidad y el perdón constituían para todo cristiano asignatura obligatoria. «Cuanto a España, ha llegado a ser lo que es porque ha sido hija de la Iglesia. Hemos llegado a punto de morir porque manos temerarias y sacrílegas han intentado estrangularla entre nosotros. Si nos hemos salvado ha sido precisamente por el vigor que en el espíritu nacional había dejado ella escondido durante siglos de actuación entre nosotros. No seguiríamos nuestra historia el día en que pretendiéramos separarnos de la que espiritualmente nos dio a luz y nos nutrió durante siglos».

Paradojas e ironías de la Historia. El más denostado hodierno por el todopoderoso establishment progresista de nuestra cultura de los relatos patrios arquitrabados por el franquismo e impreso indeleblemente en su discurrir tuvo como autor a un príncipe de la Iglesia catalana de acendrada prosapia. Pese al manto de silencio que en la actualidad cubre su figura en la tierra que le viera nacer, la Historia continúa testificando a favor de su preclara inteligencia y límpido patriotismo.

En la incesable bibliografía provocada por la tragedia de 1936 no se atalaya ningún descenso de su número e importancia. Podría creerse que en vías de un trepidante ritmo en la secularización del país y muy elevada disminución de la práctica religiosa, el tema de la desgarradora escisión religiosa se enfriaría y se adentraría en una zona de progresivo aletargamiento. A la fecha -se insistirá- la realidad dista de tal estadio intelectual. Por el contrario, en la literatura histórica de índole contrafactual, virtual e imaginaria que hodierno se enseñorea de libros y bibliotecas, los textos referidos al excruciante drama de la guerra civil, la cuestión religiosa no ve disminuida un ápice la trascendencia que de sólito se le otorgaba. Todos los ‘síes’ y abusivos empleos del condicional proliferante en dichos textos y publicaciones jamás extienden su dominio por el territorio de la persecución religiosa. Su perfil se conserva intacto a modo de plausible recordatorio sin más alcance que este, pues, venturosamente, cualquier retorno a tan terebrante pasado es de todo punto imposible, por alhacarientas que sean las profecías y hasta las amenazas de grupúsculos sin arraigo en la sociedad española de 2021.

Cuenta una de las leyendas urbanas de la contienda fratricida que en el asedio del Alcázar toledano uno de los sitiadores apostrofó a los cercados a través de los altavoces: «Vosotros por creer en Dios y nosotros por no creer, en menudo ‘fregao’ nos hemos metido...». En la causa en que se encuadraron los sectores integrados por los defensores del mayestático monumento, abundó el fariseísmo, la sinrazón y la injusticia; en la enarbolada por los asaltantes o fue infrecuente el deseo de un catolicismo espiritualizado, la solidaridad y la ardida esperanza en un mundo fraterno y justo encontró numerosos adictos

Pero a la hora de los símbolos, el miliciano referido los describió con exactitud.

José Manuel Cuenca Toribio es miembro de la Real Academia de Doctores de España.

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