Un catalán en la política exterior europea

El Plan Estratégico de Acción Exterior del Gobierno independentista catalán figura como objetivo prioritario «reforzar la presencia de catalanes y catalanas en los organismos internacionales». Ya lo han conseguido con el político más brillante y comprometido de nuestra época, Josep Borrell, nombrado Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y Vicepresidente de la Comisión Europea. Todos contentos, ¿o no?

Las relaciones internacionales cambian con el ritmo vertiginoso del tiempo tecnológico. El renovado ciclo institucional en la UE es motivo para la reflexión sobre las posibilidades de ganar más independencia y peso en la escena internacional, gracias a reconocer las dependencias entre nosotros, los 27. La nueva presidenta de la Comisión hizo dos afirmaciones claras: el mundo necesita de la UE y debemos liderar la resolución de conflictos.

De entrada, Borrell seguramente cuenta con las consecuencias de la ruptura por el presidente Trump con la política exterior norteamericana seguida desde 1945: sus socios más cercanos ya no son las democracias, la prosperidad de EEUU no depende de la libertad de comercio ni su seguridad está ligada a la de Europa.

Y que el abandono británico no supondrá per se oportunidades y dividendos para la política exterior europea, que seguirá siendo intergubernamental; a rebufo del Reino Unido, otros Estados mantuvieron percepciones muy distantes como lo refleja la nueva Liga Hanseática y el grupo de Visegrado que reúnen a casi la mitad de los Estados miembros frente al tándem franco-alemán. No obstante, esas divisiones internas no deberían aparcar el gran debate sobre la capacidad de influencia de la UE y la respuesta a los deseos de la ciudadanía europea, expresados de forma constante en los Eurobarómetros. Los europeos quieren una influencia decisiva de la UE que se corresponda con sus capacidades reales: primera potencia comercial mundial, gran potencia económica, potencia monetaria (dólar y euro, las dos grandes divisas), primera potencia en distribución de ayuda al desarrollo (65% mundial) y primera potencia exportadora de normatividad que rinde culto a Themis, la diosa de la justicia, pero todavía no a Marte o a Vulcano.

La gente quiere que, con esos mimbres de potencia global, la UE se proyecte, que se la reconozca, que sea visible, que sea influyente, y también que proteja nuestros valores e intereses económicos y estratégicos. Que defienda la singularidad de un espacio de libertad y prosperidad estando en las grandes decisiones junto a las otros tres grandes potencias-continentes: EEUU, China y –a cierta distancia– Rusia. Que la UE puede y debe distinguirse de esas potencias globales pues no tenemos afanes territoriales ni imperialistas ni bases autoritarias o autocráticas.

Claro que hay una diferencia clara: los Estados-continentes son Estados, con conciencia arraigada de sus intereses y de su identidad. No obstante, la UE, aunque no desata pasiones, tampoco adquiere el necesario impulso y conciencia de la unidad. Esa asimetría no nos impide plantearnos en el contexto global si no habrá llegado el momento de dar otro paso para salir del mantra de no ser un Estado ni un imperio.

La unificación europea ha sido, hasta ahora, fundamentalmente un proyecto de paz, y aquélla voluntad de reconciliación ha sido un éxito para nosotros y para la civilización. Su fundación fue un “acto moral” con forma jurídica que exigió el sacrificio parcial de las soberanías nacionales, su traslación a instituciones y políticas comunes y rebajar las identidades nacionales, pero sin construir una identidad propia. La UE no se había planteado ser un proyecto de potencia, acto eminentemente político. Ahora ya hay bases para asumir que la UE puede llegar a ser –no lo es– una potencia global.

No será fácil pues requiere redefinir y priorizar los intereses de sus Estados miembros, tamizarlos y desarrollar una identidad europea. Los Tratados en su articulado solo hablan de identidades nacionales, si bien el Preámbulo del TUE siembra la idea de reforzar «la identidad y la independencia europeas» mediante la acción exterior.

Sin abandonar el proyecto de paz, ¿ha llegado el momento de abordar el proyecto de potencia? Pasar de la conciencia moral, tejida sólidamente con políticas comunes y técnica jurídica para garantizar la paz y prosperidad entre nosotros, a la conciencia política de nuestra potencia, fundada en la comprensión de un mundo con instituciones, con normas, con derechos humanos, libertad, prosperidad y concienciados en la lucha por la supervivencia frente al cambio climático.

El contexto político internacional amenazante nos debiera empujar a no quedar supeditados a las consecuencias de las rivalidades entre la gran potencia declinante, EEUU; y la potencia emergente, China. En esa rivalidad, China ha urdido una gran estrategia global y sus planes se desenvuelven con rapidez en todos los frentes, pero en especial, y con urgencia, invierten en investigación igual que EEUU y gastan en capacidades militares una cantidad similar a la de su rival. A su vez, EEUU responde al desafío chino con una guerra comercial de grandes consecuencias, no tanto para China, como para la UE y sus Estados miembros. Sin embargo, la UE no fue rápida en fortalecerse con Estados de la vecindad como Rusia. Ésta fue engañada por la UE en varias ocasiones al atraer al seno comunitario y atlántico a los vecinos de Rusia y aplicar la doble vara de medir (Kosovo, Crimea). Como ya analicé en 2014 (Real Instituto Elcano) obligamos a quien podía haber sido nuestro asociado en la rivalidad EEUU-China a alinearse directamente en la bipolaridad y hacer negocios masivos con China en vez de reforzar el flanco de Europa como actor diferenciado. Relajar la relación con Rusia es vital y lo saben bien Francia y Alemania en estos días. China es un rival sistémico (palabras de la Comisión Europea) y EEUU no es un aliado fiable: nos ataca como no lo hacen los rivales políticos y comerciales, y amenaza con no asumir sus obligaciones defensivas en la OTAN.

La destinataria de las embestidas de EEUU en esa guerra comercial y monetaria con China es la UE, con particular sufrimiento de los productos españoles. La estrategia de EEUU, hoy, es tan irracional y alocada como cuando atacó en Afganistán e Irak: no sabía a quién atacaba ni de qué se vengaba. Repliegues y derrotas de EEUU dejando un mundo siempre peor tras de su política exterior. Para salir de la situación de víctima y ejercer de potencia global, la UE necesita afrontar dos graves carencias: autonomía tecnológica y autonomía estratégica.

La UE es dependiente de los gigantes tecnológicos norteamericanos. Solo controlamos sus desmanes a las reglas de la competencia y fiscales con fuertes multas. Bien. Pero solo ordenamos el tráfico y la flota es ajena. Borrell reúne las cualidades intelectuales para influir y encauzar políticas como la económica, industrial y de exteriores al servicio de la financiación europea de proyectos industriales civiles y militares avanzados.

La autonomía estratégica es el otro gran reto para traducir el poder económico-comercial en el control soberano de nuestro futuro. Es la consecuencia de jugar en las grandes ligas. El Alto Representante ya cuenta con importantes dividendos que ha dejado el brexit en materia de defensa (cuartel general propio, mando de la operación Atalanta, Fondo Europeo de Defensa, cooperaciones estructuradas permanentes con 25 Estados miembros, ¡todo un festín en defensa en dos años!).

Reconozcamos que tenemos que asumir cierta carga en la seguridad global y, en especial, ante el colapso de Estados de la vecindad avanzada en los que anida un expansivo terrorismo yihadista. Hay que asumir más responsabilidades militares en nuestras propias manos sin depender de terceros no fiables que no están dispuestos a reconocer ni enfrentar las amenazas en nuestra frontera avanzada que va de Malí hasta Afganistán.

Araceli Mangas Martín es Académica de Número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la UCM.

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