Un cisne negro en Virginia

Era previsible. Cho Seung Hui era un taciturno solitario, de humor cambiante, inestable. Cuatro de sus profesores habían mostrado su preocupación a la vista del contenido de sus trabajos académicos o de su conducta en clase. Tras las quejas de dos alumnas, los servicios de seguridad del campus y un consejero de los servicios psicológicos del instituto politécnico de Virginia (Virginia Tech) hicieron gestiones para internarle en una institución psiquiátrica. Sin embargo, un médico se mostró en desacuerdo con el juez en el sentido de que representara un peligro para los demás. En Estados Unidos es fácil adquirir armas (aunque están prohibidas en el campus de Virginia). En fin, 32 personas están muertas.

Los esfuerzos de la prensa para explicar la matanza del politécnico de Virginia ilustran una de las cuestiones que aborda el nuevo libro del analista y ensayista de la aleatoriedad Nassim Nicholas Taleb, El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable (Penguin/ Allen Lane). Los seres humanos, en caso de vernos sorprendidos por un hecho inopinado, somos inmejorables a la hora de predecirlo de modo retroactivo. Pero Cho era lo que Taleb llama un "cisne negro". ¿Por qué un cisne negro? El punto de partida de Taleb es lo que los filósofos llaman el problema de la inducción, o inferencia que parte de casos individuales o concretos para determinar conclusiones generales y que no escapa al planteamiento de posibles problemas a la hora de valorar los conocimientos obtenidos inductivamente. Supongamos que ustedes han pasado toda su vida en el hemisferio Norte y sólo han visto cisnes blancos. Pero visiten Australia - donde los cisnes son negros- y verán su teoría por los suelos. Un cisne negro es algo que nos parece - debido a nuestra reducida e incompleta experiencia- imposible.

Como profesor de universidad, he tenido ocasión de ser testigo presencial de la conducta de estudiantes taciturnos y de temperamento variable. Muchos de ellos han tenido dificultades con las chicas. Algunos han precisado tratamiento psicológico. He pensado en el riesgo de que alguno de mis alumnos depresivos se suicidara. Pero ¿en el riesgo de que uno de ellos enloqueciera y matara a 32 personas? Nunca.

¿Por qué - inquiere Taleb- tendemos a confundir improbabilidad con imposibilidad? En parte - sugiere-, por el hecho de que la evolución no favoreció un tipo de pensamiento complejo y probabilista. Lo cierto es que - agudizada nuestra mente por siglos de caza y recolección- somos prestos a adoptar decisiones instantáneas apoyados en un mínimo fundamento y en teorías superficiales y carentes de solidez, tal vez porque quienes divisaban un león y echaban a correr por presuponer que todos los animales salvajes siempre comen seres humanos tenían más probabilidades de sobrevivir que quienes preferían poner a prueba tal hipótesis de manera experimental. Claro que hay leones de talante amistoso - como hay cisnes negros-, pero es preferible ser prudente y cauteloso de antemano que sufrir más tarde las consecuencias.

Nuestra imperfecta mentalidad constituye asimismo un eco de la evolución de la filosofía occidental, ciencias sociales e historia occidentales. La escuela platónica nos animó a preferir la teoría clara, directa y comprensible a la desordenada y compleja realidad; por otra parte, nos inclina asimismo a seleccionar únicamente los hechos que encajan en nuestras teorías. Taleb, sobre todo, abomina de la tendencia de los economistas a suponer que todo se conforma a lo que suele calificarse de distribución normal o de Gauss, por el nombre del matemático alemán Carl Friedrich Gauss. Naturalmente - dice Taleb- un cuadro o gráfico de la totalidad de los estudiantes podría reflejar, por ejemplo, la estatura de todos ellos según esta conocida distribución (campana de Gauss)... pero constituye un error funesto buscar por todas partes campanas de Gauss. La distribución estadística de seísmos, las crisis económicas, las guerras y las ventas de libros, por ejemplo, siguen leyes y reglas muy distintas (que se conocen también como distribución fractal).

En cada caso, al trazar un gráfico puede observarse una agrupación mucho menor de datos en torno a la media, en tanto que un número mucho mayor de datos se acusa con claridad en dirección a los extremos. En comparación con la curva de campana estándar, estas curvas presentan colas anchas y marcadas en cada extremo: hay muchos más seísmos notables, accidentes, guerras y éxitos de ventas de los que cabría esperar según la distribución normal. Dicho de otra forma, ¡hay muchos gigantes y muchos enanos! Y me imagino que nos encontraríamos con el mismo esquema si pudiera trazarse el cuadro de todos los incidentes violentos que han tenido lugar en universidades estadounidenses en el último medio siglo. Un puñado de episodios representaría una gran proporción del total de las muertes violentas.

El factor más atinado es la crítica de Taleb a la historiografía tradicional. Desde Tucídides - cabe afirmar-, los historiadores nos han animado a explicar desastres de baja probabilidad (como las guerras) a posteriori. Esta clase de discurso nos ayuda a dotar de sentido a una catástrofe fortuita. Y también a atribuir las culpas. Generaciones enteras de historiadores se han esforzado por explicar así los orígenes de grandes desastres como, por ejemplo, la Primera Guerra Mundial, construyendo elegantes y atractivas series de causas y efectos y vituperando a este o aquel estadista.

No obstante, tal proceder es cuestionable y resulta en lo que Taleb califica de distorsión retrospectiva.Porque tales series causales difícilmente eran observables a ojos de los coetáneos de los hechos, para quienes el estallido de la guerra llegó de improviso. Hubo crisis balcánicas antes de 1914 que no desembocaron en aquel conflicto. Como en el caso de Cho Seung Hui, el asesino de Sarajevo, Gavrilo Princip, era un cisne negro, sólo que mucho mayor.

El mismo error es evidente en cuanto se dice ahora de la matanza en el politécnico de Virginia. Si podemos ver ahora las causas del violento y demente comportamiento de Cho, ¿por qué no se previó en su momento? La negligencia no es la única posibilidad susceptible de considerarse. La realidad es que por cada Cho que enloquece, existen cientos de miles de estudiantes depresivos y retraídos que no lo hacen.

El factor clave según la perspectiva de Taleb, por tanto, estriba en que los seres humanos estamos demasiados influidos por el instinto, la historia, Platón y Gauss. Suponemos que el mundo entero se sitúa en el área dominante de la campana de Gauss mientras que, en realidad, amplias porciones de él se sitúan en las zonas de los extremos de la campana.

El inconveniente radica en que ¡es mucho más difícil vivir con esta conciencia y conocimiento del asunto que sin ella!

Saber que pueden producirse un par de guerra mundiales por siglo es como saber que un estudiante puede enloquecer más o menos una vez por decenio. No permite predecir qué crisis diplomática o individual será una crisis letal. Por razones prácticas, resulta que los seres humanos preferimos funcionar con previsiones y predicciones, aunque casi siempre se revelan equivocadas. Como ha tenido ocasión de comprobar el presidente Bush, cuando uno trata de evitar que sucedan cosas malas no suele verse recompensado, precisamente porque si triunfa en su empeño no suceden. Desde este punto de vista, al fin y al cabo, no ha habido otro 11-S (clásico episodio tipo cisne negro). Y Sadam Husein no volverá a invadir Kuwait. Pero ¿se ve por ahí mucha gente agradecida? Ni el propio Bush puede estar seguro de que una estrategia preventiva diga mucho a su favor por un fiasco.

La más sugestiva idea de Taleb es, tal vez, que el mundo, a instancias de la globalización y las comunicaciones, va más hacia los extremos que hacia el centro... Los desastres (cuando sobrevienen) son de mayor magnitud. No acabo de decidirme del todo en la cuestión de si la matanza de Virginia abona esta hipótesis. Pero, desde luego, es sugestivo afirmar que Cho imitaba la conducta de los asesinos de Columbine superando a un tiempo la cifra de víctimas. Tal circunstancia apunta en dirección a una posibilidad realmente escalofriante: la de más y mayores cisnes negros.

Niall Ferguson, profesor de Historia Laurence A. Tisch de la Universidad de Harvard y miembro de la junta de gobierno del Jesus College de Oxford. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.