Un condón para ETA

El terrorismo tiene la condición de anestesiar la memoria. Se nos olvida su más elemental motricidad: ETA mata para negociar en mejores condiciones y negocia para reorganizarse y poder seguir matando. Es así de sencillo. En esas pasan los gobiernos y no hay presidente que renuncie al sueño legítimo de acabar con el terrorismo y conseguir la arcadia feliz en la que los violentos se transmuten en pacíficos ciudadanos.

El caso de José Luis Rodríguez Zapatero ha sido especialmente crónico. Para su pequeña biografía quedará el tránsito fulminante entre su autocomplacencia y el atentado de Barajas. Después, quedó sencillamente noqueado. Incapaz de reaccionar. Salió diciendo que "el proceso queda suspendido" y que "con violencia no hay ningún tipo de diálogo". Esas frases encadenadas que tanto le gustan y dicen tan poco. O dicen demasiado de su falta de capacidad para decir algo. Tampoco se echó para delante en la adversidad para presentarse en la terminal de Barajas, en caliente, encarar directamente la tragedia y arrimarse a las víctimas. Sencillamente desapareció como si la contrariedad fuera más fuerte que sus responsabilidades.

Tuvo que comparecer Pérez Rubalcaba para enmendar el déficit del presidente y decir claro lo que todos necesitaban oír: "El proceso está liquidado; lo ha roto ETA". Era sencillo, pero para Zapatero, que no puede entender --como los niños-- que no se realicen sus sueños, era demasiado.

Al presidente le sigue sosteniendo la tremenda irresponsabilidad del PP. No hay nada encomiable en la postura de Mariano Rajoy. La exageración del PP inmoviliza la crítica que debiera recibir el presidente y termina por constituirse en el escudo en el que se parapetan los militantes socialistas. La dialéctica política está secuestrada en un sándwich insoportable entre la incondicionalidad de los seguidores de José Luis Rodríguez Zapatero y la brutal obstrucción que practica el PP. ¿Será posible un ejercicio colectivo de responsabilidad para dar una respuesta al nuevo reto de ETA?

Tal parece que debiera llegar el tiempo de considerar el terrorismo como una lacra indisociable de nuestro tiempo, como el sida, los accidentes de tráfico y el cambio climático, elementos de nuestra civilización que hay que domeñar para convivir con ellos en cuotas que no perturben la esencia de nuestro sistema de vida. Ha llegado el tiempo de entender que la propia naturaleza de ETA le impide acceder a una negociación cuya centralidad es precisamente que desaparezca.

Los terroristas solo quieren ser eso, terroristas, porque dejar de serlo equivaldría a perder la capacidad de coacción para soñar con doblegar la sociedad. Observar los comportamientos de los etarras en la Audiencia Nacional debiera convocar al convencimiento de que son absolutamente irrecuperables.

Un fenómeno terrorista solo puede desaparecer mediante el diálogo cuando el liderazgo se trasvasa a una organización política y los matones deciden jubilarse. Evidentemente no es el caso. Los seguidores de Batasuna no terminan de entender que son solo miembros de una secta que les dicta los aplausos para las conductas más abominables. No se puede pretender generar contradicciones, porque las tienen todas y no tienen capacidad para desentrañarlas.

Ahora, después de la conmoción de Barajas, hay que empezar de nuevo. Pero es necesario realizar un inventario de errores. El primero de todos, la ausencia de convencimiento de que no hay ninguna deficiencia básica en nuestro sistema político y, muy en especial, en el marco jurídico y político que regula la comunidad autónoma vasca. No tenemos nada que negociar ni con ETA ni con Batasuna. Mientras el anhelo de una negociación sea el motor de nuestras conductas, estaremos alimentando la maquinaria de ETA, que actúa en intervalos entre procesos de negociación que no son fin sino procedimiento.

Todo lo que exige ETA es, sencillamente, imposible. A ETA, que es quien manda en ese submundo del aberzalismo, no le interesa la presencia de nadie que le pueda representar en las instituciones si no es como soporte de su propia actividad criminal. Naturalmente, no le importan sus presos, a los que ha cerrado la celda con el candado del atentado perpetrados en Barajas. A ETA solo le interesan las sombras de terror que siembran sus amenazas. Como los violadores, los atracadores de bancos y los asesinos en serie, son solo sujetos de persecución criminal.

Igual que el sida, el terrorismo necesita vacunas, antídotos y recetas, en el convencimiento de que la mejor negociación con un terrorista es someterle a juicio y aplicarle la condena. El tratamiento de ETA, como el del sida, exige un condón social que aísle la enfermedad hasta el día en que aparezca una vacuna.

A quienes no les gusta nuestro sistema político solo les podemos recomendar lectura sosegada, ejercicio físico e inteligencia suficiente, de modo que si sienten simpatías con los asesinos las disimulen para que el código penal y la ley de partidos no les quiebre la existencia. La receta es muy sencilla, solo hay que aplicarla con confianza y sin complejos.

Carlos Carnicero, periodista.