¿Un conflicto sin solución?

El periódico de mayor tirada de Israel está preparando un número especial para la fiesta de Pésaj con interrogantes y respuestas, ymeha planteado la siguiente pregunta: ¿por qué aún no hay paz entre palestinos e israelíes? Y esta es mi respuesta:

Esta pregunta habría que hacérsela a un orientalista o a un experto en ciencias políticas, o incluso a un historiador profesional extranjero, y no a un escritor cuya especialidad en la fantasía. Sin embargo, como es una pregunta que preocupa a cualquier persona de esta zona, sea de la nacionalidad que sea, intentaré dar una respuesta.

Es una cuestión seria y problemática por dos razones: en primer lugar, el conflicto palestino-israelí es uno de los más duraderos de la era moderna. Si nos remontamos a sus inicios al comienzo del asentamiento sionista en Eretz Israel, en los años ochenta del siglo XIX, vemos que se trata de un conflicto activo, a sangre y fuego, desde hace ya unos ciento treinta años.

En segundo lugar, no se trata de un conflicto lejano en algún lugar perdido, sino de un conflicto que persiste en el centro mismo de la conciencia internacional. De ahí que sea uno de los conflictos existentes en el mundo en los que más se ha invertido. Sólo en los últimos cuarenta y cinco años el conflicto entre palestinos e israelíes ha contado con serios esfuerzos mediadores de muchos gobiernos y de prestigiosas organizaciones internacionales. Los presidentes de EE. UU. han procurado mediar personalmente entre las partes. Primeros ministros del mundo entero han dado y siguen dando su opinión al respecto, delegados distinguidos llegan a la zona para intentar mediar y arbitrar. Todo eso además de las infatigables iniciativas de distintas organizaciones y particulares en simposios y en encuentros bienintencionados por ambas partes. Ensayos, libros e infinidad de artículos de opinión se han escrito y se siguen escribiendo sin cesar. Y a pesar de que ya se ha llegado a acuerdos parciales entre las partes, en conversaciones directas, secretas y públicas, a pesar de que las fórmulas para una solución últimamente parecen claras y aceptables, y pese al hecho de tratarse de dos pueblos pequeños aparentemente sometidos a las directrices internacionales, aún existe en este conflicto un núcleo interno que se empeña en no rendirse a la paz.

En efecto, son muchos los errores cometidos por ambas partes a lo largo de los años. Y dado que este conflicto no es lineal sino espiral, es decir, que el tiempo no es un factor que lleve necesariamente a su solución, sino que la paz se acerca y se aleja con intersecciones históricas en el pasado y en el futuro, hay que cuestionarse qué tiene de especial este conflicto que se mantiene con tal fanatismo.

No pretendo que mi respuesta sea definitiva, pero intentaré ponerla a prueba.

El conflicto palestino-israelí se niega a llegar a una solución porque es un conflicto único en la historia de la humanidad. No existe antecedente alguno de un pueblo que, habiendo perdido su soberanía hace dos mil años y habiendo estado disperso desde entonces entre los demás pueblos, decida por razones internas y externas de peso volver a agruparse en su antigua patria y establecer en ella de nuevo su soberanía. Por eso todos consideran el regreso al Sión moderno como un acontecimiento único en la historia de la humanidad. De ahí que también el pueblo palestino o los árabes de Eretz Israel se viesen obligados en el pasado, y lo sigan estando en el presente, a enfrentarse a un fenómeno singular con el que ningún pueblo del mundo se ha enfrentado.

A comienzos del siglo XIX había en Eretz Israel tan sólo unos 5.000 judíos frente a 250.000-300.000 árabes nativos, y en el momento de la declaración Balfour, en 1917, había unos 50.000 judíos frente a 550.000 palestinos. (Las cifras están tomadas de la Enciclopedia Judaica.) Yya en 1948 había unos 600.000 judíos frente a 1.300.000 árabes palestinos. Así, rápidamente y desde todos los rincones del mundo, se congregó el pueblo judío, que no quería expulsar a los palestinos, ni por supuesto aniquilarlos, pero tampoco asimilarlos como hicieron otros pueblos con la población local. Además, aquí no hubo ningún intento de establecer un régimen colonial, pues los judíos no tenían ninguna madre patria que los enviara a conquistas coloniales al estilo de Inglaterra o Francia. Aquí ocurrió algo original y único en la historia de la humanidad: un pueblo llegó a la patria de otro pueblo para cambiar la identidad de esa patria por una identidad antigua-nueva.

Por tanto, en el fondo del conflicto palestino-israelí no subyace la cuestión territorial, sino una lucha, por ambas partes, por la identidad nacional de la patria entera, por cada piedra y cada rincón de ella, cuando para ambas partes, sobre todo para los palestinos, no está claro el tamaño del pueblo que está frente a ellos, si se trata sólo de los judíos israelíes o de toda la diáspora judía, y si frente a los israelíes está sólo el pueblo palestino o toda la nación árabe. Tampoco las fronteras demográficas de ambas partes están claras. Se trata, pues, de un conflicto de base que crea constantemente una desconfianza primaria y profunda entre los dos pueblos y que, por tanto, impide que se llegue a una solución posible. ¿Se puede llegar aún a una solución del conflicto sin caer al final en la trampa de un Estado binacional? Mi respuesta es positiva, pero como se trata de una pregunta que no me ha sido planteada, no la responderé ahora.

Abraham B. Yehoshúa, escritor israelí, impulsor del movimiento Paz Ahora.

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